Al
dolor inmenso que está provocando en todos nosotros esta pandemia
viene a añadirse ahora, en mí al menos, la tristeza y la rabia de
una imagen falsa, que, sin embargo, se extiende en la calle. Una
especie de mancha de impureza trágica e inevitable que nos define
como país: no somos coreanos ni alemanes, eficientes y cumplidores;
tampoco portugueses, además de lo anterior, leales y solidarios.
No.
En nosotros es congénita la semilla de la división, del egoísmo y
la deslealtad; la imposibilidad de un proyecto común. Incluso en
estos tiempos de desgarro, huecos de vida.
¿Por
qué esa imagen? ¡No es cierta!
En
los momentos de peligro absoluto, el alma humana entra en tensión
entre dos impulsos. El egoísta del “¡Sálvese quien pueda!” y
el de la ayuda mutua. Necesario y natural el primero, el segundo
viene a complementarlo pronto, por inteligencia y por solidaridad de
grupo. La salvación o es común o no es. Sólo los muy ciegos o los
cegados no lo entienden.
Contra
esa imagen, lo que yo he visto y veo muy mayoritariamente son
personas que cumplen y ayudan. Sanitarios a la cabeza, y también los
demás colectivos. Por hablar del mío, el docente, que es el que
mejor conozco, los profesores estamos poniendo nuestro tiempo,
nuestros medios y nuestra salud en el empeño, sin el mayor aliciente
para nosotros, que es ver el brillo del conocimiento en los ojos de
nuestros alumnos y sentir su cercanía atenta o bulliciosa, pero
reconfortados en nuestro esfuerzo por su respuesta y la de sus
familias –que nosotros también tenemos, por cierto. (Se me ocurre
ahora que el beneficio que les estamos generando con nuestro trabajo
a compañías eléctricas y de telefonía podría revertir, por
ejemplo, en las arcas del Estado. ¿A nadie en los distintos
gobiernos se le ha ocurrido?).
Esta
es la realidad social que observo. En el trabajo en los campos -¡qué
bien ahora los trabajadores migrantes, eh!-, en las tiendas y
mercados, en las terrazas que vuelven a servir, en los servicios de
limpieza, en los transportistas… en la solidaridad vecinal con las
personas de riesgo.
Es
cierto que hay actitudes minoritarias de los “ciegos” o “cegados”
de los que hablaba arriba, que nos ponen en peligro a todos, pero
esto no debe hacernos olvidar lo general. Es cierto también que
algunos lo hacen organizados. Y esto es más preocupante porque
inocula miedo, desconfianza y disgrega cuando necesitamos unidad.
Patriotas
de sus privilegios y voceros de machismo y xenofobia ocupan el
espacio público esparciendo ruido y odio, pavoneándose en actitud
chulesca. Con banderas que vejan al apropiarse de ellas de forma
espuria, para desánimo de los ciudadanos que sienten que es la de
todos. Banderas humilladas y ruido, porque de los bulos y falsedades
que generan ellos y sus medios, y de los que en un círculo vicioso
se alimentan, no pueden surgir argumentos, ni siquiera lemas. Lo
importante es derribar al Gobierno. Según ellos, resulta que tenemos
un gobierno de incompetentes y asesinos que, además, nos arrebata la
libertad. No entiendo cómo no han dicho aún que el virus lo ha
fabricado el Vicepresidente Endemoniado en su mansión de la Sierra,
fruto de una trama venezolana (“¡No des ideas!” dice Bala, mi
perra, que aúlla en latín). –perdón por haber perdido el tono-.
Sencillamente,
es una ofensa para las personas que nos han dejado y, por desgracia,
para las que todavía nos van a dejar, para sus familias y para los
ciudadanos que las acompañamos en el dolor. Una ofensa de ellos, a
quienes tanto les preocupan sus caídos.
Estas
marchas, en coches no porque no tengan conciencia ecológica, sino
porque no las pueden hacer a caballo, las hacen apoyándose en la
“libertad de expresión” y en la “democracia”, libertad y
democracia que sólo respetan cuando alcanzan el poder los suyos.
La
democracia de verdad, la que integra en la discrepancia mediante el
debate es inclusiva, no excluyente. “Diferenciar amigo y enemigo es
contrario al espíritu democrático” (J. L. Villacañas,
Imperiofilia
y el populismo nacional-católico).
Es lo más valioso para una comunidad de ciudadanos justa y libre. Y
hay que defenderla. La Atenas clásica, que inició el camino, en la
que la parrhesía,
la libertad de palabra, era el cimiento de la democracia, castigó a
Frínico por poner en escena el dolor de la ciudad de Mileto tomada
por los persas. Nuestras leyes, porque la nuestra quiere ser una
democracia avanzada, ¿no?, no permiten actuar así con quienes se
quieren aprovechar del dolor de sus conciudadanos. Pero estos
desalmados deben merecer nuestra reprobación moral desde el
conocimiento y desde las convicciones democráticas. Y como
auténticos demócratas tenemos la obligación y el derecho de hacer
esa reprobación de forma individual y colectiva, dentro de las
normas que hemos acordado, a no ser que queramos ser simplemente unos
idiotai
–en
griego, de nuevo, “quienes se despreocupan de los asuntos públicos
y sólo atienden a lo particular”).
En
esta cuestión de la defensa de la democracia y de nuestra propia
imagen tienen un papel fundamental los medios de comunicación
(conocimiento) y las formaciones políticas (fortaleza democrática).
Hay
que ser escrupulosamente profesional -y sabemos lo que eso significa-
al abordar la realidad para transformarla en noticia. En todos los
medios y especialmente en los públicos. En La 1, el tratamiento de
la “marcha por la libertad” de ayer, sábado 23 de mayo, ocupó
un espacio exagerado y tuvo un tratamiento casi apologético por,
espero, purismo mal entendido. Muchos coches, mucho color, calles
colapsadas, pero ¿Cuántas personas participaron? ¿Qué efecto
sobre la ciudadanía? ¿Qué pretendían los participantes? ¿Ser
objetivos es poner un micro al alcance, de quiénes? Me temo que los
“marchadores” estarán encantados. ¿Críticas u oposición a la
marcha? Alguna, para que no se diga.
A
mí me ha llegado un vídeo en el que unos jóvenes, “agresivamente”
armados con textos contrarios a la marcha –imagino- escritos en
cartones, intentan hacerse visibles a los manifestantes, que guardan,
¡naturalmente!, la distancia física. Son rechazados, porra en mano,
por dos policías, que no son La policía democrática, pero son
policía democrática, entre vítores vergonzosos. Parafraseando a
Galeano, “pajarillos de la subversión disparando a las escopetas
de la libertad”. Ahí hay noticia, sólo son cuatro jóvenes, pero
defendiendo la democracia.
No
les habrá llegado a los responsables de los Informativos o puede que
hayan pensado que es un bulo… Igual que el del asunto del palo de
golf o la escoba, tratado frívolamente en RNE1. ¡Personalmente me
importa un pito que sea una cosa u otra el instrumento con el que el
borjamari
de
turno ataca la señal de tráfico! Me importa el gesto y lo que
significa.
Y
por seguir con noticias… Muchas me han conmovido en este tiempo:
imágenes de los hospitales colapsados, fallecidos sin acompañantes,
ancianos en sus residencias, colas de personas esperando comida…
Todas dolorosas y cubiertas informativamente con la profusión y la
sensibilidad obligadas. Se me han quedado grabadas en la memoria
también, sin saber muy bien por qué, dos menos impactantes, pero
asimismo significativas: la queja-petición de un migrante recordando
su trabajo en los campos y pidiendo derechos básicos, y la súplica
de una señora del barrio de Salamanca de que no se les estigmatice a
todos los vecinos por lo que hacen unos energúmenos en su barrio.
Todos unidos por el dolor y la injusticia. De los dos últimos casos
también se puede hacer un buen tratamiento informativo.
Otro
lugar común muy extendido y al que se echa en buena medida la culpa
de nuestra imagen negativa son nuestros políticos, movidos sólo por
sus intereses de partido, incapaces de consensuar medidas, alejados
de los ciudadanos… ¡Todos por igual! ¿Para qué la democracia?
La
equidistancia es siempre interesada, o el refugio del perezoso
intelectual. Tiene vacuna: se llama conocimiento y preocupación por
la verdad y su difusión. Espero que el tiempo, con el testimonio de
expertos y científicos, y no sólo del equipo gubernamental, ponga a
cada uno en su sitio y cada uno cargue con su responsabilidad.
Responsabilidad en el origen de la crisis, en su actitud política
ante ella y en su manera de afrontar la salida, si es que esta llega.
Por
supuesto que la crítica es necesaria: los errores en las decisiones
tomadas, graves; la falta de transparencia en la toma de decisiones,
la imposición incluso, posibles. Pero esto no justifica la
deslealtad de apoyar y alentar operaciones de acoso y derribo al
gobierno legítimo sea como sea.
Nunca
he votado, ni creo que lo haga, al partido mayoritario en el Gobierno
de la nación. Por muchos motivos: OTAN, privatizaciones, casos de
corrupción… pero, sobre todo, por haber permitido que la Educación
Pública, el elemento principal de integración democrática y de
promoción de la igualdad entre los ciudadanos, haya terminado
cayendo, en una parte importantísima, en manos de una iniciativa
privada que en nombre de la “libertad de elección” consigue la
financiación de sus privilegios con el nombre de conciertos. Tampoco
que en la Educación Pública no se haya apostado por la integración
de la diversidad que nos constituye como nación de naciones. ¿Por
qué en todo el tiempo de democracia bajo gobiernos socialistas no se
ha diseñado, por ejemplo, una asignatura común a todos los futuros
ciudadanos que sencillamente a mí, que soy extremeño de origen, me
permita pedir el pan en catalán en Besalú, en gallego en Cambados o
en euskera en Etxalar? “El fascismo también es un virus” dice
con razón Rufián. También puede llegar a serlo el nacionalismo. Y
ambos tienen también vacuna en una Educación Pública al servicio
de la democracia. Y en cambio, en las aulas se sigue adoctrinando.
Pocas
simpatías por el principal partido del Gobierno; tampoco entusiasmo
por su aliado principal. Pero están actuando con decisión y medida;
con voluntad de atender todos los frentes con todos los medios
disponibles; elaborando disposiciones legales –ley climática,
renta mínima, becas, cambios en la reforma laboral… y todo ello,
en medio de esta situación crítica. ¿Carta blanca? No. ¿Apoyo
crítico a un gobierno legítimo? Sí.
Y
también pensar y repensar cómo estamos. ¿Por qué hemos llegado a
esta situación? ¿Cómo evitar que vuelva a darse? ¿Cómo
redefinimos los servicios esenciales?
Un
economista hablaba ayer en RNE1 de reactivar la economía
propiciando el consumo. ¿Será una reactivación ligada a unas
prácticas de economía ecológicamente sostenible? ¿Volveremos a un
turismo de masas que invada las ciudades y deteriore el medio
ambiente? Supongo que todos hemos notado, en medio de este desastre,
el placer de unas calles sin tráfico, con un silencio sólo
amenizado por el bullicio de los niños jugando, por los trinos de
los pájaros volviendo a sus hogares de fronda renovada… Muchos
retos.
Prudencia
y mucho estudio necesario. Porque vuelve el fútbol, que entretiene,
pero poco enseña. Estudio de la realidad y de la Historia que enseña
y, además, entretiene, y que, entre otras cosas, nos advierte de que
la serpiente nace de un pequeño huevo.
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