viernes, 20 de diciembre de 2024

Para que no se olvide. Para que no vuelva a ocurrir

Auschwitz (BBC News Mundo

Nacht und Nebel
(Noche y niebla) era la expresión alemana mediante la cual los nazis designaban una clase de prisioneros destinados a perecer sin dejar huella de su paso. Esta locución fue tomada por Himmler del libreto de El oro del Rin (ópera de Richard Wagner) y contiene la réplica de Fafner, que ordena a los enanos: Seid Nacht und Nebel gleich! ("¡Haceos semejantes a la noche y a la niebla!", es decir: ¡desapareced!). 

(Antonina Rodrigo: Mujer y exilio. 1939. Prólogo de Manuel Vázquez Montalbán. Editorial Compañía Literaria, S.L. Madrid, 1999)

He aquí lo que ha estado a punto de dominar el mundo;
pero los pueblos han tenido la última palabra. 
Sin embargo, que nadie cante victoria a destiempo, 
porque el vientre de donde surgió la bestia inmunda 
todavía es fecundo. 

Bertolt BrechtLa resistible ascensión de Arturo Ui (1941)

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Volvamos a la calle

Un gimnosofista en una plaza ¡desierta! 

Para Michael Sandel, filósofo de Mineápolis (EEUU), profesor en Harvard (Democracy's Discontent y La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común?), el descontento con la democracia que afecta a un buen número de ciudadanos occidentales se cifra en el deterioro de dos ámbitos: el del trabajo y el de los espacios públicos. La expresión del primer deterioro lo tenemos en el desgaste de la dignidad del trabajador, sumido en el precariado del que hablaba Zygmunt Bauman. Trabajar no tiene como único objetivo ganar el sustento. También puede ser una manera de desarrollar talentos, alcanzar reconocimiento y servir a la colectividad. Pero ello solo es posible en unas condiciones laborales dignas.

Respecto al acceso (y calidad) de los espacios públicos, es esencial para la salud democrática, dado que la democracia requiere de lugares de encuentro e interacción donde dialogar y convivir con el igual y con el diferente. El ágora de las polis griegas.
El espacio público incluye tanto a las instituciones (que podemos denominar lo "público-cerrado": escuelas, hospitales, universidades, bibliotecas públicas, así como asociaciones de índole política -partidos, sindicatos-, y las sedes del poder democrático como juzgados, ayuntamientos, parlamentos, etcétera); como también la vía pública, que podemos denominar lo "público-abierto": caminos, calles y plazas, parques y mercados públicos. La principal diferencia es la formalidad normativa que caracteriza a los primeros frente a la relajada indefinición del espacio público-abierto. La laicidad como neutralidad ideológica debe ser una característica esencial de ese espacio público normativizado frente a la calle que sí admite la exhibición de símbolos y consignas. 

En la era de la posverdad, el desdibujamiento de la división de poderes y la ausencia de unos requerimientos mínimos que hagan posibles los debates constructivos (como el respeto al adversario o el uso honesto de la información) son las polillas que horadan las entretelas de las instituciones. Degradar el parlamento es el paso previo a prenderle fuego. 
Y, respecto a lo publico-abierto, ahora, en especial en las grandes ciudades, la calle se reserva para el turismo y sus necesidades lúdico-festivas y hosteleras más que para el vecino residente, quien, sin embargo, es el que mantiene con sus impuestos ese espacio que no puede disfrutar. En las plazas, llenas de terrazas y cachivaches para solaz del visitante, no queda sitio para el paseante o el vecino que va a la compra o para el juego del niño, que es para lo que deben estar concebidas. Me recuerdo a mí mismo niño: cada tarde me bajaba a jugar a la calle pertrechado con mi balón y mi bocadillo. Y ahí me encontraban mis convecinos que iban y venían de sus asuntos. Ahora, como consecuencia de esa invasión que transforma el espacio público en un lugar hostil concebido para consumir, el encuentro y la interacción tienen lugar en las redes sociales, que vienen a ser una gran Plaza habitada por fantasmas y gánsteres, un entorno donde los poderes ideológicos y económicos ejercen con suma eficacia su estrategia del miedo y su  férreo control de lo que pensamos, sentimos, deseamos, creemos, compramos y consumimos -pidiéndonos siempre, eso sí, nuestro consentimiento de las cookies-. También hay quienes eligen las plazas y calles de plástico de los grandes centros comerciales. Entre compra y compra, pueden sentarse a tragar algo en una terraza con vistas a Vodafone o a Ikea, mientras los niños retozan sobre césped artificial. 
Nuestras gripadas democracias requieren mejorar las condiciones laborales y, al mismo tiempo, recuperar las calles como espacio para el disfrute y la convivencia de quienes viven en ellas. Pero también para la protesta, la rebeldía. Espero que los sindicatos nos convoquen con asiduidad, con nuevas y viejas proclamas, a reconquistar el terreno perdido.

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