El diálogo, la argumentación y el respeto al adversario han sido sustituidos por el ruido, la falacia y el insulto.
Quienes ahora se empeñan desde la oposición en derribar al presidente del Gobierno utilizando cualquier medio a su alcance, cuando estuvieron en el gobierno no dudaron en fabricar insidias contra Podemos utilizando los recursos del Ministerio del interior (la policía patriótica) y a jueces adeptos para construir acusaciones, que han sido archivadas una tras otra por carecer de fundamento alguno.
La democracia no está protegida por una carcasa irrompible. Al contrario, es un sistema delicado y vulnerable basado en frágiles mecanismos de equilibrio entre sensibilidades e intereses diversos y, a veces, diametralmente opuestos. Más se parece a una flor que a una roca. Y, como todo organismo vivo, puede prosperar y crecer, mas también degradarse hasta el extremo de colapsar y morir. Si no contáramos con el paraguas de Europa, el colapso tal vez habría sobrevenido ya. Ninguno de los ingredientes que constituyeron el escenario de las semanas previas al estallido de la Guerra Civil están hoy ausentes: acusaciones de ilegitimidad al Gobierno salido de las urnas, corrupción sistémica, dudas acerca de la independencia judicial, crisis económica, auge del fanatismo de la extrema derecha y graves tensiones territoriales en Cataluña y el País Vasco.
Para que cese el ruido y la furia, para que nuestra historia deje de ser una crónica absurda, no hay más opción que recuperar el sentido narrativo a través de los valores esenciales, que son éticos y cívicos, en especial, entre la clase política y en los medios de comunicación: la mesura, el respeto al otro, a las normas y a los derechos fundamentales, y la objetividad al informar.
Libertad, justicia y verdad es el trípode sobre el que Albert Camus asentaba el periodismo al que dedicó buena parte de sus energías. Sus artículos y editoriales son una excelente escuela de periodismo al servicio de un mundo mejor.
Yo percibo un pálpito más sosegado y honesto en las calles por donde paseo, en las tiendas donde compro, en las aulas donde enseño. Este país no se merece estos medios ni esta clase política.
Aunque esto no se resuelve de hoy para mañana, tampoco puede aplazarse ni un día más el cese de la marrullería, el fin del acoso.
Mientras ese día llega, entregar a la jauría la cabeza que persigue puede ser la peor solución.
Señor presidente, resista.