jueves, 7 de febrero de 2013

Emilia

“El pan de los pobres es su vida. Quien se lo quita, es un asesino” (Eclesiástico, 34, 35)

(Aparecida en El Mundo)
(www.ellibrepensador.com)
            En medio de este desfile-striptease de políticos, nobles, banqueros y otros pendones, envueltos en corruptelas varias, cohechos, sobornos, contabilidades en b, malversación de dinero público, fugas de capital a paraísos financieros, evasión de impuestos, contratos millonarios sin más propósito que el de engordar las cuentas de los de siempre a costa de los de siembre; adobado todo ello del rescate de la banca con los impuestos de aquellos a quienes la banca ha hundido, hunde y hundirá en la miseria; en medio de todo este lodazal, digo, aparece en los medios el caso de Emilia, una joven madre de 22 años con dos niñas a las que no tiene con qué darles de comer. Ella y su marido están en paro. Emilia encuentra una cartera con una tarjeta de crédito y un DNI. No acude a la policía a devolverla. Acude a lo más urgente: entra en un supermercado a comprar comida y pañales. Lo hace una vez y lo intenta dos más, fallidas. A la tercera es denunciada. El sistema ha funcionado: es raudo en castigar a Emilia por robar 193 € de una tarjeta de crédito. Ahora se conoce la condena impuesta: un año y diez meses de prisión, y una multa de 900 €. Los hechos que se le imputan son dos delitos continuados, uno de falsedad en documento mercantil y otro de estafa. Una descripción exacta de lo que llevan haciendo impunemente muchos de los que se pasean en Jaguar, comen en selectos restaurantes y descansan en lujosas villas cerca del mar. Emilia no tiene antecedentes. El gobierno la ha indultado.
            Tanto celo justiciero resulta muy tranquilizador. Impera el orden. Saltan las alarmas y el ratero es castigado. El pueblo recibe, con alivio, la esperada medida de gracia.
            Las alertas se disparan por menos de doscientos euros, pero han permanecido silenciosas durante varios lustros: los que ha necesitado un delincuente de traje y corbata para evadir 22 millones de euros de dinero negro (¿pero hay dinero blanco?). Ninguna alarma dio el aviso, ningún policía lo visitó en su confortable despacho con vistas a Génova, nadie se querelló contra él. Siguió acudiendo con dignidad a sus faenas diarias en la sede de un gran partido, y, cuando se destapó la cloaca que nadie quería oler, pero de la que muchos sacaban provecho, se limitó a decir, con la misma serena dignidad y esbozando una leve sonrisa: este dinero lo he ganado honradamente.
            Me aventuro a escribir que este prohombre no precisará de indulto alguno. Para que todo siga en orden, Emilia.