domingo, 6 de abril de 2025

Joseph Stalin, Vladimir Putin, Adolf Hitler y Donald Trump

Las actuales negociaciones sobre Ucrania entre Donald Trump y Vladimir Putin, recuerdan demasiado al pacto de 1939 entre Hitler y Stalin para repartirse Polonia, precedido por el Acuerdo de Múnich, firmado un año antes por Reino Unido, Francia y Alemania, por el que las potencias europeas pretendían apaciguar a la bestia otorgándole el dominio de los Sudetes. Lo que siguió fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. 

El decidido apoyo del presidente norteamericano al exterminio del pueblo palestino ante el clamoroso silencio de buena parte del mundo, así como su liquidación por derribo de las instituciones que sustentan la democracia (los contrapesos al poder ejecutivo, una prensa y una judicatura autónomas, una Universidad libre y vigorosa, servicios públicos, impuestos progresivos, derechos civiles y derecho internacional...), dibujan un presente oscuro de consecuencias tan imprevisibles como indeseables para el futuro inmediato de la democracia y del humanismo. 

No dejes de leer el artículo que, en el suplemento "Ideas" de El País de hoy domingo, firma el poeta, novelista y profesor de la Universidad de Iowa Kaveh Akbar, nacido en Teherán. "¿Y tú qué harás ante el terror de Trump?", titula el diario. 

Es un grito de auxilio de un ciudadano asustado ante el cariz que están tomando los acontecimientos en EE. UU. y el mundo. 

Comienza así: "Esta noche he abierto Instagram y lo primero que he visto ha sido un vídeo de Rumeysa Ozturk, una alumna turca de doctorado de la Universidad de Tufts (Massachusetts), detenida por el ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los EE. UU. Ozturk iba caminando por la calle cuando se le acercó un agente de paisano escondido bajo una sudadera con capucha y la agarró de las muñecas mientras un segundo agente se acercaba rápidamente para arrebatarle el teléfono de las manos. Ambos acorralaron a Ozturk. En pocos segundos, aparecieron más."

Su atribulado y descorazonador escrito concluye con estas reflexiones y preguntas dirigidas al lector, cómodamente indignado desde el sillón de casa: "Quiero decirte que la impotencia es una coartada. Al igual que la desesperanza. Quiero preguntarte: ¿Qué piensas hacer, concretamente? ¿Mañana y pasado mañana? ¿Cuál será tu gesto para proteger a los más vulnerables, a los señalados, a los invisibles, a los siguientes de la lista? Ayuda. Te lo rogamos ahora que podemos."

(El País, 6-Abril-2025) 

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Tardes de soledad

Esta semana, acudí al cine Ideal, junto a la madrileña plaza de Jacinto Benavente, a ver la película "Tardes de soledad", del director Albert Serra. Un señor peruano -la nacionalidad de Roca Rey, el torero protagonista- apostado en el vestíbulo, me preguntó si iba a ver la cinta de su paisano e insistió para que me descargase una aplicación que, según él, me permitiría conseguir la entrada a un precio notablemente inferior a los diez eurazos de venta en la taquilla. Reacio a tener nuevas aplicaciones, que percibo como espías troyanos o como grilletes que se van sumando a mi digital condena, desistí de su consejo, consiguiendo, eso sí, un leve descuento por mi sesentena recién estrenada. 

Ya conocía la opinión de algunos críticos de cine como Carlos Boyero que, en el programa de la tarde de Carles Francino, en la Ser, dijo haberla visto animado por la impresión favorable de algún amigo cinéfilo cuyo criterio considera fiable. Boyero, sin demasiadas alharacas, afirmó que la película le pareció interesante, difícil de clasificar y algo repetitiva. Yo había oído también las manifestaciones del propio Serra a Cayetana Guillén Cuervo en Versión Española, de TVE, donde afirmó que había pretendido hacer una descripción objetiva de la tauromaquia. Entiendo que Serra lo dijo por decir algo, pues él sabe que no existe descripción objetiva posible: la mera elección de los contenidos o la colocación de la cámara  ya implican visiones parciales, sesgadas. 

La película, en mi opinión, refleja aspectos relevantes de la tauromaquia, pero omite otros muchos, demasiados. Elige la técnica del documental, sin voz en off y con imágenes impactantes, de excepcional calidad. La sucesión de primeros planos del rostro del torero y del cuerpo ensangrentado del toro, de los destrozos que ocasionan en su majestuosa anatomía las banderillas y la lanza del picador, así como de su terrible agonía se suceden sin descanso, hasta extenuar. Los comentarios de la cuadrilla destacan, en ocasiones, por su zafiedad. Asistimos a varias cogidas espeluznantes del diestro, tres si no me equivoco, pero que, afortunadanente, no tienen graves consecuencias. Llegué a pensar que Roca es un temerario inconsciente, cosa que los datos -histórico de corridas y de percances- desmienten. Sin embargo, no se ve una sola faena del torero, pues la asfixiante cercanía de la cámara, lo impide. Tampoco su vida fuera de la plaza -en la soledad a que alude el evocador título- y menos aún la del animal en el campo -excepto al comienzo, en unas escenas nocturnas que subrayan la dimensión mitológica de este hermoso animal-. 

Considero que la película es un eficaz alegato antitaurino que, sin embargo, puede pasar por lo contrario: ¡ha recibido el Premio Nacional de Tauromaquia! 

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