En Andalucía, reaparece el rostro de
la ultraderecha franquista que, hasta ahora, había permanecido
agazapada en el regazo del PP. Repeinados y enchaquetados, vuelven a
hablar de libertad y derechos los liberticidas. Vuelven a gritar
patria y bandera los patrioteros. Hay una pequeña ventaja: ahora dan
la cara y se retratan ante los grandes desafíos de la sociedad
actual: la violencia de género, el paro, el trabajo basura, los
deshaucios, las migraciones, el envejecimiento poblacional o el
cuestionamiento de nuestro sistema político. Pero no esperábamos
que obtuvieran tan pronto poder e influencia tan notables: han sido artífices directos en la conformación del nuevo gobierno
de Andalucía para los próximos cuatro años. Todos los partidos y
las organizaciones sociales y sindicales tendrán algo que hacer y
que decir ante esta catástrofe moral. La desmovilización del voto
de izquierdas ha sido un factor clave: más de setecientos mil
votantes de izquierda se han quedado en sus casas. Mal asunto. Ante
una emergencia como esta, no valen argumentos a favor del
abstencionismo. Escépticos y anarquistas tienen la obligación de
plantearse su abstención ante una situación tan grave. Recuerden la
participación de sus predecesores en la Segunda República. A la
izquierda, tanto el PSOE andaluz (que no ha querido engancharse al
mini-cambio que supone Pedro Sánchez), como Podemos Andalucía, cuyo
pacto con IU no ha dado los resultados esperados, tienen su cuota de
responsabilidad. A la derecha, Ciudadanos demuestra que su centrismo
es pura palabrería. Y el PP abraza a las claras una ideología
totalitaria a la que nunca ha renunciado. Fuera de Andalucía, los
independentistas catalanes (de izquierda y derecha), además de no
alcanzar sus objetivos, están desestabilizando al gobierno de
Sánchez y dando alas, razones y votos a las derechas más
furibundas. Aunque la prisión preventiva de sus líderes resulte
bochornosa. A todo esto, Franco sigue en su Valle, sus víctimas en
las cunetas y nuestra sufrida ciudadanía padeciendo recortes en
educación y sanidad, paro o contratos basura, emigración forzada,
desigualdad creciente, desahucios por los alquileres abusivos de
fondos buitre, ciudades contaminadas, zonas rurales abandonadas y un
largo etcétera de enquistadas afrentas.