lunes, 30 de marzo de 2020

Primavera

Mirando por la ventana esta calle desierta, esta ciudad paralizada y silenciosa, quién diría que es la mañana de un lunes de marzo. Dieciséis días ya de encierro colectivo. Todo un país, un continente, el mundo entero confinado en casa, en arresto domiciliario. Las ciudades silenciosas están tristes, pero se oyen los pájaros, el ladrido de un perro, los pasos de un caminante solitario, la campana del reloj de la torre. Y huele a pueblo. En el solar abandonado frente a mi casa, la mediterránea higuera loca va verdeciendo junto al asiático ailanto, mostrando el vigoroso progreso de la primavera, sorda a nuestros avatares. Con versos de Martín Vivaldi en la memoria, los miro con gratitud.  "Desde mis noches sin auroras, desde mi nueva y fría desesperanza, desde la ausencia, desde mi soledad, a ti, árbol despierto en la mañana, yo te saludo: ¡gracias!".
Y ahora, como en las veraniegas siestas de la infancia, me embarga la plácida sensación de que el tiempo y el mundo se han detenido. De que nada es tan importante, nada corre demasiada prisa más allá de dejarse vivir en un despreocupado olvido. 
Así, de improviso, como estallan las grandes calamidades, ha llegado a nuestras vidas esta epidemia. Y también de improviso, rompen nuestras vidas, y lo que, hasta ese momento, habían sido la rutina y la seguridad de un hogar, los amigos o el trabajo, se desvanecen. Con lo puesto, nos vemos arrojados a un océano de incertidumbre y desgracia, y nos volvemos invisibles a los ojos de otros que siguen en su zona de confort sin sospechar que también para ellos, que nos cierran sus puertas con displicencia, acabará cerrándose la noche. Confío en que esta plaga nos haga avanzar hacia una sociedad mejor, pero la agorera sentencia de Sánchez Ferlosio adquiere una fuerza reveladora, y temo que vengan más años malos y nos hagan más ciegos.

jueves, 12 de marzo de 2020

La máscara de la Muerte Roja



En este cuento, gótico donde los haya, Alan Poe nos habla de un príncipe “feliz, intrépido y sagaz” que pretendió burlar una epidemia de peste encerrándose tras los muros de su palacio con sus más allegados. Tan sólo las oscuras campanadas de un viejo reloj de ébano les recuerda la fugacidad de la existencia. Pero la música apaga el incordio de ese eco monótono. Allí se entregan a los placeres, volviendo la espalda a la muerte que, mientras, se enseñorea de la tierra donde moran y mueren sus paisanos: “La Muerte Roja había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa”.  Pero la muerte no se detuvo. Viajó, atravesó fosos y murallas, hasta alcanzarlo a él y a los suyos. “Había venido como un ladrón en la noche. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres”. Ahora, como entonces, no hay fronteras que paren el avance de ciertos males que nos hermanan al género humano mal que nos pese.

lunes, 2 de marzo de 2020

La generación ágrafa



El mismo miedo que observo en muchos de mis alumnos cuando deben enfrentarse a un texto escrito, para leerlo, comprenderlo y comentarlo críticamente, lo he visto en las calles de las zonas turísticas de Granada. Un viajero se detiene ante la imponente belleza de la Alhambra y sus bosques vistos desde el Paseo de los tristes, solitario aún en las primeras horas de esta mañana. Desenfunda inmediatamente su móvil para hacer una foto o un vídeo. No es capaz de permanecer quieto y en silencio (padece horror vacui); y, menos aún, de entrar en diálogo consigo mismo ante esa grandeza. También sabe que no habrá ocasión para contar a un familiar o a un amigo lo que vio o lo que sintió en ese momento mágico, porque no habrá un oído dispuesto a escucharlo; o, de haberlo, su falta de costumbre hará inútil el esfuerzo por enhebrar un discurso eficaz para tan noble empeño descriptivo. Una foto o un vídeo resuelve la cuestión sin más. Una imagen más que viajará por las redes y que, inmediatamente, quedará reducida a escombro virtual y a espejismo de experiencia para quien la hizo. Lenguaje y pensamiento son la misma cosa: Logos era el término griego para referirse a ambos. Pero nos estamos quedando sin palabras. Somos una generación ágrafa, aléxica y afásica.