Miscelánea poética

 

        L’INFINITO


Siempre amé esta solitaria colina

y este cercado, que una buena parte

del último horizonte ver me impide.

Mas, sentado y contemplando infinitos

espacios lejanos, y sobrehumanos

silencios, profundísima quietud,

quedo ensimismado, hasta que por poco

el corazón se asusta. Y como el viento

oigo silbar entre las hojas, esos

infinitos silencios a este son

voy comparando; y me alcanza lo eterno,

estaciones muertas, y la presente

y viva, sus sonidos. Así, en esta

inmensidad, mi pensamiento se ahoga;

y el naufragio me es dulce en este mar.


GIACOMO LEOPARDI

(La traducción al castellano es del autor del blog)


        GERANIO


Agua y sol, y poco más.

Tan sólo eso pide el geranio en mi balcón.

Pero me da más,

mucho más de eso que me pide.

Una minúscula araña ha acudido

a sus tiernos tallos

y allí, en su bosque, teje

su primorosa red

para ganar su sustento.

Tal vez, una lombriz anille sus raíces

en la hosca feracidad de la tierra.

Y, aunque yo sé que añora la lluvia

y la brisa libre,

él me regala atento

su parte de maravilla.

Sus verdes hojas

y sus luces rojas,

fugaces frutos

del milagro de su existir generoso.

Un trozo de vida y un mundo.

Y su porte silencioso y alegre,

y la bella geometría de sus enhiestos brotes,

que me trasladan, años atrás,

a mi madre en su patio

-sileno de la casa-,

al rumor sosegado de la tertulia de la liga,

a su trasiego vespertino

de trasplantes e injertos,

tiestos y esquejes,

regadera y mantillo,

al botijo embebido en su paciente espera,

a su Edén colorido y fresco,

verbena de pétalos nacarados

en las tórridas tardes del verano andujareño.

Y a su feliz cosecha de jazmines

en cada anochecer.

Y me lleva al campo abierto

y a sus noches de luna.

Y, cuando olvido regarlo,

sus hojas amustiadas

me recuerdan, con sencillez,

mi parte del trato.

Y, de súbito, recobran la verde luz

de su magnánimo estar.


HANIDEM


        MADRE

 

Te gusta mirarme en silencio, madre,

mientras escribo,

corrigiendo trabajos de mis alumnos
 
o emborronando alguna cuartilla con mis ocurrencias.

Con tus ojos cansados que ya no leen,

pero siguen brillando ante la risa de un chiquillo 

o el rojo intenso de un geranio. 

Conservas esa inveterada admiración de la belleza 

-actitud filosófica por antonomasia-,

que, con un 'mira, hijo', tanto te complacía compartir.



A veces, de niño,

mientras observaba de cerca a mi maestro-pintor

manejar blancos lienzos y pinceles, libros y papeles,

se obraba un pequeño prodigio.

Era un momento mágico y fugaz en el aula luminosa,

escuela y taller a un tiempo,

que olía a óleo, a goma de borrar, a tiza, a cuaderno, a libro, 

a colonia barata. 

Por un instante,

se me erizaba el vello y quedaban mis sentidos en suspenso.

Ni respirar quería por no romper el hechizo.



Así, mamá, ahora, te embelesas tú

ante el espectáculo de la caligrafía

con mirada serena y sonrisa en los ojos.

Aunque tu memoria y tu palabra te han ido abandonando,

el portento de la mano danzando sobre el papel

mientras dibuja signos que ya no entiendes,

fija todavía tu maternal atención.



"Me gusta verte escribir",

me decías entonces, sin saber porqué.

Tú, que naciste en el año treinta y creciste sin letras,

como tantas mujeres entonces;

tú, que, ya anciana, habías vuelto a los lápices y a la escuela

empujada por tu natural curiosidad,

contemplas agradecida el milagro de la escritura en la mano de tu hijo,

la belleza de la civilización

concentrada en un gesto.



HANIDEM



        MEDIA VITA

 

Has pasado los cincuenta,

y, aunque un ciento o más vivieras

-que ya es ansia de vivir-,

puliste la buena mitad.

"Media vita in morte sumus"*

-reza Gombert en motete-

Pues la que, con suerte, aguarda

poblada es de soledad,

migrañas y cataratas

-no de bucólico hogar-,  

y decrépita pendencia.

"Tempus fugit" ¡Cómo jode!

El baile entra ahora en fatuo

movimiento que acelera

de uniforme y cruel manera;

y te conduce deprisa

-justo cuando tu sesera

más y más se ralentiza-

al zanjón inexcusado

-¡quién sabe si deseado!-

que lejano parecía.

Un año para el infante

de diez es décima parte

de todo lo que ha vivido.

Mas para ti, cincuentón,

el mismo lapso de tiempo

es ya mísera ración,

¡un cincuentavo! ¡una miga

de tu historia! Una porción

que es ¡cinco veces menor!

en Kairós, Cronos o tiempo

humano, que, a fin de cuentas,

otro no existe o existió.

"Palabra en el tiempo somos".

Es verso de un gran poeta.

Dos ficciones -muy sublimes,

pero ficciones-. Y aquesta

fracción menguante, a la cual

todos siguen, año y año,

empeñados llamando 'año',

tú la sientes estrechándose

al paso breve de cada

día, más veloz aún de

lo que acrece nuestro antaño.

¡Qué rauda pasó tu Venus!

¡Qué adusta espera la Parca!

¡Qué breve tu primavera!

De manera tal que muere

este tu invierno de achaques,

y ya aparece el siguiente

con esos y otros iguales.

-Tal vez, sea este ya, al fin,

el postrer-. Así que apúrate.

Que el tiempo para morir

¡ay, dolor! este también

se va deprisa agotando.

*(A mitad de la vida ya estamos muertos)


HANIDEM



        AGUA

 

Harto, un hombre, de escarbar

con sus manos muy gastadas

esperando el agua hallar

que, al fin, su sed aplacara,

probó con artes antiguas

de eficacia muy afamada.

A un zahorí fue a buscar

que el tesoro le mostrara;

mas el viejo zahorí

nunca halló el agua preciada

bajo lo que aquel triste hombre

mucho tiempo atrás gozara

como palacio y jardín,

Edén, placer y morada.

Solo halló polvo y más polvo,

Y, bajo el polvo, la nada.


HANIDEM


   

EN UN BAR DE BARRIO


En un bar de barrio,

gente cansada que viene del campo y al campo vuelve, 

conversaciones sencillas

sobre cosas tangibles y lugares de bellos nombres: 

Zumacares, Contaderos o La Alcaparrosa.

Palabras precisas sobre cultivos, bestias y aperos, 

sobre jabalíes que cruzan caminos,

beben en manantiales oscuros

y saltan lindes en la furtiva noche;

sobre la pertinaz sequía o los lances de la caza;

sobre pájaros y arroyos recónditos;

sobre malas hierbas;

sobre parcelas en la dehesa, la nava y el soto;

sobre el precio de la patata y el abono;

sobre lo que no pudo ser, lo que fue, lo que será y lo que es.

Oigo el lenguaje cabal de sus almas,

con un poso de años, de palabras sin aristas por el uso, 

por el roce del tiempo,

que no las gasta ni las banaliza,

pero deja en ellas un profundo rastro de memoria,

de experiencias, de sudores y esperanzas;

de amor y dolor, de bodas, bautizos y funerales;

de largos silencios y olvidadas miradas azules al amanecer;

de abrazos y despedidas;

del calor del lecho y la hoguera;

de besos y soledad;

de rencores taimados y podridos, de amistades eternas; 

de la lluvia y el eco del trueno,

de la hierba fresca y el pasto seco del estío;

de setenta veces siete y de ninguna;

de toda la vida y de jamás;

de miedos antiguos y luminosas mañanas;

de rezos y misterios;

de cuerpos cansados y satisfechos,

que ya no esperan más de lo que han tenido,

y que un día se apagarán,

como se agotan el aceite y el vino en la bodega;

como se extinguen el amor y el recuerdo,

el tiempo y la palabra.


HANIDEM


 

PARA ARCO CHICO

 

Var –que no bar− de copas,

porque el tuyo es varadero donde

carenan naos de diverso pelo.

 

Rincón de encuentro, prolongación natural

de la casa, cobijo para el solitario,

lugar de abrigo para el todo o la nada:

Arco Chico, puerta primitiva

de la vieja ciudadela árabe.

 

Ni tragaperras ni tele que nos

distraigan de lo que cuenta:

la conversación y el chascarrillo,

la ambrosía de la amistad,

la palabra sincera.

 

Espacio de libertad y fiesta,

templo del vino, relajador de miembros,

querencia de la barra.

 

Aquí somos buenos y generosos,

aquí nos sentimos mejores,

en este lugar de tránsito

de la solemne plática a la risa limpia o canalla.

 

Refugio, posada, asilo, venta …

Antonio, tomemos otra copa.


HANIDEM

 



        PRECARIO OTERO


Desde el precario otero de los cabellos muertos, 

al evocar los puertos que atravesamos juntos,  

en las frágiles alegrías y en los pesares ciertos,

se me dibujan claros vuestros cabales atlas.

¡Tu bondad alegre, compañera!  

¡La luz de mis hijos!  

¡El generoso afán de los amigos buenos!

Norte fuisteis cuando algún sentido  

que conquistar buscaba.  

Y si de amor penaba,  

el sur sereno.

Yo, que el rumbo erraba al perseguir constante  

la estela de vuestra virtud tan brava,  

con mi torpe navegar me iba extraviando,  

y me ajaba considerando, con patético esmero,  

el vano mérito de mi ciego y repetido intento.

Mintiéndome en mis errores,

ufano de mis aciertos  

me voy acercando ahora  

al único destino cierto. 

Y, aunque el gran amor de mi vida,  

que es la misma vida, me vaya traicionando artera,  

al rescoldo de vuestros abrazos y miradas,  

brea para mi cuerpo;  

y de vuestro aliento, agua para mi aceña,

el naufragio que aguarda 

(tras la última tarde)  

será dulce en el negro mar del silencio.


Armando María Rehiart


        MEDIODÍA DE VERANO

Al regreso del camino bajo el sol del mediodía, 

me acoge la fresca sombra de tus ásperas hojas, 

con su profundo aroma, idéntico al verano.

Contemplo, agradecido, tus jugosos retoños, 

que mis manos no alcanzan. 

En los mapas de tus hojas, silenciosa higuera, 

cabe el mundo.

Desde la caótica geometría de tu espeso ramaje, 

me regalas tesoros que los ojos hechos a los surtidos anaqueles 

del ocioso y vacuo mercado on line 

no reconocen.

Tus invaginales frutos marcaron ciclos en un tiempo sin relojes. 

"De higos a brevas", decimos todavía. 

Estas, en junio, más grandes. 

Los postreros, cuando ya ahoga el calor, más dulces.
 
Asta frágil, sagrada y meditabunda,

compañera doméstica junto al pozo del corral 

o entre los caballones de la huerta, 

también habitas, silvestre, en recónditos hontanares.

Hecha a vivir con poco, 

cuanto más dura es la tierra que te cobija, 

más escasos, pero más sabrosos, son tus hijos.

Austera, compasiva, paciente higuera.

HANIDEM


PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

No es caso que ahí atine
el tan acerado dardo 
de nuestro afamado bardo, 
pues ni amistad que fascine
o un amor que me recline, 
y menos del alma el fuero
o la salud y el buen cuero
los alcanza Don Dinero. 

Este caballero embiste
por sendas de llano labio, 
que no pisó ningún sabio, 
pero sí hombres de alpiste. 
Mas el valor que me aliste
para aguantar mi madero
no da, de él nada espero, 
ese servil mercadero. 

Por más que nos avasalle, 
es el suyo un poder huero. 
Así lo supo el primero
que fue a vivir en la calle. 
Con su tinaja por talle
renunció a ser banquero
para gozar lisonjero
libre por fin del dinero. 

Hoy te confieso a ti, madre, 
que no me humillo al dinero
por más que suene a bolero. 
Y, aun desnuda, triste y agre, 
a Sofía que me ladre
por compañera prefiero
y que ella sea mi asidero
en todo mal venidero. 

HANIDEM

          A UNA FLOR

La más espinosa de entre las flores,

la que, aun sin quererlo, me inflige penas;

un as de las retóricas ajenas,

un celfo que enarbola sus furores.

 

Especie de tronío y zapadores,

al tañer tu bocacha, tú me atruenas;

cual redivivo Nerón, desenfrenas,

y, al mirar, palidecen los colores.

 

El mismísimo Nietzsche, si te viera,

blandiría el martillo pendenciero,

arredrado ante tanta vocinglera.

 

Penca y hosca, experta en machacadero,

por tu forma artera y tu gusto hortera,

más que flor, eres cardo borriquero.

HANIDEM


             A UNA PANZA

Con Quevedo dijo “al oro me humillo”,

hízose en la polis al doble vero,

atesorolo aquel con grande esmero,

y distribúyelo este a dos carrillos.

 

Proclamó un socialismo con frenillo,

a taimados hechizó su canto huero.

Mas su ley es el embudo, y su fuero,

lo mío antes de nada, de vil pillo.

 

De su ancha panza las geometrías,

pruebas son de cortesanos afanes,

mojados con largueza en romerías.

 

Diose fastos en buenos restauranes,

mal Sócrates que ocultó felonías

manteniendo en caverna a los gañanes.

HANIDEM

              LOS QUE CREEN

Ceux qui croient
Ceux qui croient croire
Ceux qui croa-croa

Jacques Prévert, Tentative de description d’un dîner de têtes à Paris

Ceux qui croient, comienzas bardo
tu cabal taxonomía
de los que aman a porfía
un incierto más allá,
que es muy menos, y no más,
pues desvirga el más acá,
único más que hay, hubo
y siempre jamás habrá.

Ceux qui croient croire, los siguientes,
escépticos y creyentes,
que dudan aun sin saberlo,
pues nunca se preguntaron
si habría más horizontes,
u otros senderos trasmontes, 
y, aunque angostos y escondidos,
dignos de ser conocidos.

Ceux qui croa-croa. Ese tal
Prévert remata sus versos.
Son estos tipos fervientes,
y, tal vez, los más frecuentes.
Rezan cacofónico son,
desde la cuna lo oyeron,
que no hace noche a fe mía
ni alegra tampoco el día.

Sin más motivo asintieron
que el de no desafinar
en el promiscuo rebaño
de oropeles investido
desde Roma dirigido
por pastor que desde antaño
no tuvo por más oficio
que abrevar gente sin juicio.

 HANIDEM

    www.filosofiaylaicismo.blogspot.com              

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