Se prodigan
con la crisis quienes recurren a la caridad como remedio para los males que la mala política nos
impone. Así, Amancio Ortega, el dueño del imperio Zara, dona una importante suma
a Cáritas; grandes multinacionales como Repsol o el Banco de Santander anuncian
a bombo y platillo becas para sufragar la formación de los mejores estudiantes. Primero nos expolian, para después repartir las sobras.
Abundando en la Civitas
Dei, oímos decir a Cospedal (a la que algunas malas
lenguas llaman la Bien Pagá)
que «de la celebración de la
Semana Santa se pueden extraer vivencias muy positivas para la difícil
situación actual». Fátima Báñez, ministra de empleo que ostenta
el récord histórico de desempleo, se suma a esta retahíla de religiosidad
casposa. En un alarde profético que la sitúa fuera de toda realidad, asegura
sentirse "muy emocionada" por "el regalo que ha hecho la Virgen del Rocío en el
camino hacia la salida de la crisis y en la búsqueda del bienestar
ciudadano".
¿A qué vivencias se refieren
éstas? ¿Tal vez a que hemos de aprender a sufrir con resignación los suplicios
que nos imponen? ¿O que debemos callar y esperar a que todo se acabe
resolviendo en el futuro e incierto Reino de Dios, del que, por cierto, ya
disfrutan ellos?
El obispo de Segovia, ante el acoso
de la banca a las familias expulsadas de sus casas, ejerciendo como psiquiatra,
nos aclara que no es éste el motivo por el que varios ciudadanos se han
suicidado cuando el pelotón de ejecución llegaba a sus viviendas; y aclara -como si fuera necesario-
que no es la reforma de la legislación lo que se necesita, sino “que haya
caridad para atender a esas personas que están necesitadas.” Ellos, los
jerarcas, no precisan de esa caridad, pues ya tienen un Estado aliado que les
perdona los impuestos que exige al resto (como el IBI, cuyo pago supondría millones
de euros para los quebrados Ayuntamientos) y les otorga privilegios; verbi gratia, el
de inscribir propiedades a nombre de la Iglesia.
Ellos, los pastores, saben lo que nos conviene a
nosotros, pobres e ignorantes ovejas. Es el discurso paternalista que asumen todas las
formas históricas de despotismo. La banca, los gobernantes, la Iglesia oficial, se sienten
cómodos en el terruño de la caridad cristiana.
Pero no es compasión lo que
exigimos los acosados por un capital sin escrúpulos y unos políticos serviles
incapaces de ofrecer respuestas a nuestros problemas. Reclamamos justicia y eficacia.
Los pensionistas, enfermos, trabajadores, parados, médicos, docentes, estudiantes exigimos lo que sabemos nos
pertenece en derecho; pues, en un Estado de derecho, nosotros debemos ser los
destinatarios de cualquier medida y nosotros somos, al mismo tiempo, los sostenedores
del Estado a través de los impuestos que religiosamente pagamos durante toda nuestra
vida.
Los que tienen la sartén por el mango
ofrecen como dádivas generosas lo que en realidad nos deben. Con
su caridad apaciguan la mala conciencia de quienes saben que toda fortuna procede
de injusticia y, para colmo, exigen a cambio gratitud a los auxiliados.
¿Qué ha de
ocurrir para que todo esto acabe?