He aquí un sencillo esquema de la evolución de la especie humana a partir de los primates. Puede resultar útil como material didáctico para Filosofía de Bachillerato:
www.filosofiaylaicismo.blogspot.commiércoles, 31 de julio de 2024
viernes, 26 de julio de 2024
Impaciencia
Contraportada de El País |
Desde siempre, he tenido la costumbre de leer El País, mi periódico de los últimos cuarenta años, al revés de como, supongo, deben de hacerlo la mayoría de sus lectores. Como quien empieza un curso por las vacaciones o un menú por el postre. Tras una rápida ojeada a la carta de portada, por ver si me apetece hincarle el diente a alguna novedad, cosa que sucede pocas veces, cada vez menos, me dirijo con curiosidad a la contraportada por descubrir con qué me sorprenden los elegidos. Ahí están Millás -su chispa e ingenio son inagotables-, Aramburu -de certera pluma-, Vicent -con su refrescante altura poética- o, -¡ay!- hasta hace muy poco, Savater -cuya notable perspicacia crítica acabó convertida en presbicia-. Junto a sus respectivas columnas semanales, alguna entrevista desenfadada en la que no suelo detenerme. Acto seguido, me dirijo animoso a la penúltima página para ir escudriñando este mundo de papel desde la levedad de los pasatiempos, la clásica partida de ajedrez y la previsión del tiempo, las páginas de cultura, deportes, sociedad y economía, hasta llegar -si es el caso- a las crónicas políticas española e internacional, separadas por cuatro páginas de opinión, donde encuentro cada sábado a Muñoz Molina con su hermosa y enjundiosa escritura. Aquí suelo llegar ya con escaso tiempo y menos ganas, ahíto por los tan indigestos sucesos como escasos progresos de nuestra humana condición.
De hacerlo en su orden natural, a duras penas alcanzaría el oasis de esas últimas páginas tan gratas. Me voy dando cuenta de que no es sino la impaciencia la que me dicta esta costumbre. Y sigo fiel al periódico impreso, recordando a mi padre cada mañana, apoyado con sus encallecidos codos de sastre en su mesa de corte, envuelto en el humo de su cigarrillo Sombra y el aroma de un buen café, hojeando el católico Ya. No consigo recordar, sin embargo, por dónde empezaba él.
jueves, 25 de julio de 2024
Prêt-à-porter
El Roto (El País) |
Voy a utilizar este galicismo para referime a expresiones acuñadas por los poderes y difundidas a través de las redes para provocar en el receptor una adhesión irreflexiva o, aún peor, para tergiversar la realidad, haciendo pasar algo por lo que no es. En definitiva, para vender humo, o, en román paladino, estafarnos económica y/o ideológicamente. La propia "prêt-à-porter", que da título a este artículo, sería autorreferencial en este sentido, al designar prendas de vestir listas para llevar, sí, pero previo pago de una considerable suma de dinero para la que muchos no están listos.
Veamos algunos otros casos en diversos ámbitos y contextos. Empezamos con el mundo empresarial:
-Green Marketing, para hacer pasar por sostenibles productos o actividades económicas cuyo compromiso con el medio ambiente no va más allá de comprar derechos de emisiones para emplear materiales o procesos que son contaminantes.
-Recursos humanos, por personal empleado. Esta expresión se ha hecho habitual en el mundo de la empresa, mas también en el del cuidado, el de la salud y el de la educación. Se reduce al trabajador a la categoría general denominada 'recursos', en el que se incluyen, entre otros, los materiales fungibles, desechables. Y, si a esto añadimos el sacrosanto logro de objetivos... Es el signum del precariado de Zigmunt Bauman.
-Vehículos cero emisiones. No hay ningún instrumento cuya fabricación o uso no implique una generaión de contaminantes y una producción de desechos. Ni siquiera un martillo, para cuya elaboración se ha extraído hierro o se ha producido acero. Para obtener una simple lechuga se ha consumido agua y utilizado fertilizantes. Pero, incluso cualquier organismo vivo genera sustancias contaminantes. Ahí están las emisiones de metano y purinas de las explotaciones agropecuarias. Cuánto más un coche, por eléctrico que este sea.
-Dispositivo inteligente o inteligencia artificial, como si los programas o artilugios así calificados fueran capaces de producir elementos tan distintivos de la inteligencia humana como son la imaginación, la empatía, la felicidad o la tristeza. A la IA sería más preciso llamarla pseudointeligencia artificial.
También abundan en el mundo del turismo:
-Industria turística, para asemejar a esta actividad económica, que es del sector servicios y no del sector secundario, a las industrias propiamente dichas, generadoras de un trabajo más estable y que cuenta, en general, con mayor reconocimiento social.
-Turismo activo. Es un pleonasmo, pues no cabe un turismo pasivo, dado que turista es quien viaja a lugares más o menos alejados de su residencia habitual.
-Clase VIP (Very Important Person). La supuesta exclusividad del viaje se reduce aquí a disfrutar de lugares tan masificados y artificiales como otros, pero más caros. Pagar más para recibir el mismo producto, pero envuelto en papel dorado. Habrá que traducir, pues, por Pardillos Verdaderamente Importantes.
En el contexto social y político, hallamos también ejemplos notables:
-Guerra virtual o guerra limpia, que, como toda guerra, ocasiona víctimas, con la diferencia de que no vemos su sangre ni oímos sus gritos.
-Menas, una acrónimo que criminaliza a los menores no acompañados y banaliza su tragedia existencial, para que la estigmatización de estos niños y su hacinamiento en lugares de detención resulte menos injuriosa a nuestra acomodaticia conciencia.
-Poner en valor. Con esta expresión se alude a otorgar valor a algo que, en realidad, ya lo tiene per se. Por tanto, sería mejor decir revalorizar o dar a conocer algo que permanece oculto. Lo que, en suma, hay detrás de esos términos, aparentemente neutrales, es el deseo de banalizar una realidad con valor intrínseco, y, en muchos casos, explotarla, exponiéndola a la destructiva voracidad del mercadeo turístico o de otro tipo.
-Cita previa. El uso de esta expresión se generalizó a partir de la pandemia. El caso es que pedimos cita previamente a acudir a una institución o una consulta médica. De lo contrario, acudiríamos sin cita, algo habitual antes e imposible hoy. En cualquier caso, pedir cita previa es una redundancia.
El mundillo de la cocina está tan archipresente y venerado hoy, que hasta a los niños se les pretende hacer cocineros (¿explotación de menores?). Aquí se recurre con frecuencia a lo que podemos denominar retruécanos granaticales, que acaban por contagiar a otros contextos, en particular la prensa deportiva, ávida siempre de novedades expresivas, extranjerismos por lo general, vengan o no a cuento ("la pole", "el míster", "el entreno", "la final four", etc.). Se ha extendido, así, la elusión de los artículos, y se dice "estamos en cocina" por "estamos en la cocina". Supongo que se pretende hacer ver que se maneja uno bien con los secretos códigos de los chefs (perdón, quiero decir, los jefes de cocina). También es habitual la utilización inadecuada del modo condicional. Así, oímos al cocinero en plena faena de ejecución de una receta cómo nos dice "ahora le pondríamos aceite", o "este sería el plato ya preparado", como si alguna circunstancia le impidiera realizar lo que está ejecutando ante nuestros ojos.
En el mundo de la educación, las expresiones son tantas y tan desafortunadas ("Estándares educativos", "Resultados de aprendizaje", "Indicadores homologados", "Aprendizaje activo", "Educación por competencias", "Bachillerato Internacional", "Gamificación", "Aprendizaje ubicuo", " Realidad virtual", etc.), que requieren un artículo aparte.
En definitiva, todos somos conscientes del poder de la palabra, que quien nombra toma la iniciativa y marca las reglas. Palabra, pensamiento y realidad vienen a coincidir tanto en la búsqueda de la verdad como en la perpetuación del engaño. No resulta baladí la precisión en la expresión lingüística de cara al desarrollo de un pensamiento crítico, es decir, sin sesgos.
sábado, 13 de julio de 2024
Hacer que hacemos
Refiriéndose a Cataluña, un eximio presidente del gobierno español decía: “Me gustan sus gentes, su carácter abierto, su laboriosidad, son emprendedores, hacen cosas”.
Hacer cosas, así, en general, constituía para él una prueba de excelencia y buen carácter. Se sumaba a la alabanza general de la productividad (económica) como valor por antonomasia. Algunos pensamos, sin embargo, que quienes viven para el trabajo y el dinero son unos desgraciados que no distinguen valor y precio. Y mientras los unos buscan gozar de placeres gratuitos y bellezas que serenan y alegran el alma, estos permanecen los más de sus días y sus noches enredados en asuntos de dineros que no traen sino quebraderos de cabeza y no atraen sino a aduladores y falsos amigos.
Porque, ¿y el placer de no hacer nada, el derecho a la pereza al que aludía en 1883 Paul Lafargue, irreverente con la ortodoxia del trabajo liberador como realización humana que defendía Karl Marx, su suegro? ¿Dónde quedan el inofensivo dolce far niente y el legítimo derecho a aburrirse?
Nos atosigan con el engendro del turismo activo y la monetarización del ocio. No se busca el descanso, la relajación o la contemplación, sino que se promueve una actitud de agotadora actividad y consumo compulsivo. Se privilegia el valor de lo tangible, lo que se compra, se usa y se desecha. El cine, la literatura, la música, la humana curiosidad e incluso el amor y la felicidad quedan reducidos a meros productos mercantiles. Si te quedas en casa, engánchate a las redes y pide comida por Glovo, y, si sales, visita el McDonald's más cercano. Si viajas, entonces come y bebe todo el tiempo, y salta desde no sé donde para subir a no sé qué lugar, vadea un río, cabalga una ola, visita este o aquel sitio, y, sobre todo, compra, fotografia y súbelo todo a la red de manera que nadie se compadezca de tu mísera y aburrida existencia.
El aburrimiento se demoniza. “Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo”, nos advertían en nuestra infancia para que no nos dejáramos arrastrar por la resbaladiza pendiente del ocio que a nada bueno podía conducirnos.
“Hacer no haciendo”, titula Muñoz Molina su columna de este sábado en El País. En ella nos remite a la sabiduría del taoísmo y el budismo, así como al pacifismo gandhiano, que derrotó a todo un imperio a través de la inacción, y habla también de las ventajas de dejar la tierra en barbecho, improductiva durante un tiempo.
El guionista Rafael Azcona, cuyos ingeniosos textos supieron hacernos pensar y sonreír burlando la grisura del régimen franquista, le confesaba a un jovencísimo David Trueba que él encontraba el sentido de la vida cada mañana al desayunar. La sencillez de esa placentera experiencia cotidiana le confería un sentido, precario sin duda, a la existencia.
Otro sabio, el malagueño Manuel Alcántara, con su chispa y perspicacia habituales versificaba en octosílabos todo un proyecto de vida: “A la sombra de una barca / me quiero tumbar un día, / echarme el mundo a la espalda / y soñar con la alegría”. Con tan solo cambiar ‘barca’ por ‘pino’ o 'fresno', pongamos por caso -para respetar la métrica-, ya tenemos un buen programa existencial para quien no viva cerca de la costa.
Para Juan Escoto Eriúgena, filósofo y músico irlandés del siglo IX, el amor y la alegría que este nos regala consisten en el cese de todo movimiento. Es el elogio de la quietud, que es inacción, mas también silencio.
Hoy, el filósofo coreano Byung-Chul Han se refiere al "infierno de lo igual” al que nos aboca la homogeneización del mundo, resultado del consumismo globalizado. Los títulos de sus obras, con recientes ediciones en español, son suficientemente expresivos: La expulsión de lo diferente o Vida contemplativa. Elogio de la inactividad.
Por paradójico que resulte, escapar de ese mundo enloquecido sin diferencias, relieves ni matices exige contrarrestar esa fuerza centrífuga, exacerbada ahora por el yo virtual, que nos impele a salir y desgasta nuestra voluntad, y quedarse en el sitio para centrarse en uno mismo. Y eso requiere cierta disciplina y entrenamiento, pues no es posible hacerlo sin la calma, la soledad y el desprendimiento que precisa cualquier reflexión de mediana altura.
Hay, pues, que resistirse a esa afanosa y compulsiva disposición en que nos quiere enfangados el capitalismo neoliberal, que ejerce su poder con múltiples rostros, el mediático, el religioso, el económico, el militar y el político. El neocapitalismo ha hecho realidad los terribles peligros del paradigma soviético anunciados por George Orwell en su distópica 1984, como son el omnipresente Gran Hermano que nos vigila, la supresión de toda lengua libre o la universal igualación en la estulticia. De ahí que regímenes teóricamente marxistas como China lo abracen con ejemplar devoción.
El filósofo y matemático Blaise Pascal nos advertía ya hace más de trescientos años de que buena parte de nuestros problemas proceden del hecho de no ser capaces de permanecer en nuestra habitación sin hacer nada. El confinamiento en nuestros hogares durante los meses de la pandemia del COVID fue un ejemplo práctico de lo mucho bueno que nos proporciona seguir el consejo pascaliano. Dejar de hacer, borrarnos, desaparecer de la permanente exposición pública. Pongámonos en barbecho como tierra calma. Probemos a hacerlo, aunque solo sea durante veinticuatro horas en estos días de canícula.
Para Albert Camus la vida de cada día, con sus pequeños goces y placeres sencillos, vale más que un paraiso. En especial, que esas alambicadas arcadias que nos esperan tras recorrer miles de kilómetros en atestados aviones o barcos contaminantes, o tras gastar miles de euros en adquirir algunos de los productos hoy venerados, sea un coche, una segunda residencia, un móvil de última generación o un paquete vacacional en clase VIP.
Por otra parte, junto a esta hiperactividad y a ese hacer no haciendo, convive una estrategia de imagen, que podemos bautizar como “hacer que hacemos”, muy del gusto de muchos de nuestros políticos. Se trata de cambiar cosas que tengan alta visibilidad para que todo permanezca igual, según el viejo principio de Lampedusa.
Veamos un ejemplo. “La Diputación de Granada ha presentado la nueva línea de trabajo en la lucha contra la despoblación en municipios granadinos”, titula un diario local. El plan consiste en invertir más de un millón de euros en construir parques públicos en pueblos amenazados con quedar desiertos. ¡Claro, parques es justo lo que necesitan los pueblos que pierden vecinos! Algún resabiado pensará que sería mejor destinar esa cuantiosa suma de dinero a instalar wifi por satélite con acceso gratuito, o un consultorio médico o tal vez una escuela rural. Pero el proyecto estrella de muchos de nuestros ayuntamientos es hacer obras, en lugar de abordar de una vez los cambios estructurales que se precisan para mejorar el acceso a la vivienda, la movilidad, o los servicios públicos. Y es que hacer obras permite al primer o primera edil aparecer trajeado y sonriente en los dopados medios de comunicación y, tal vez, entablar relaciones con empresarios que luego podrán devolverles el favor. Y, sobre todo, hacerse fotos, sea al colocar la primera piedra, al visitar el desarrollo de las obras o al cortar la cinta el día de la inauguración.
Frente a toda esta vorágine del hacer, el producir, el viajar, el consumir, el tomar y subir fotos o el hacer que hacemos, estaría bien detenernos en nuestro paseo unos minutos a contemplar el plácido discurrir del agua en el cauce de un arroyo o la serena fachada de una iglesia románica, a escuchar el trino de un pájaro o a observar el alegre y despreocupado gesto de un niño jugando. Pero procurando, sobre todo, no fotografiar ninguna de estas escenas, dejándolas, más bien, dormir en nuestras mentes como un humus nutricio. Tal vez, se abrirían nuestros ojos, nuestros oídos y hasta los poros de nuestra piel.
Cuando se sienten amenazados, algunos animales se hacen el muerto. Hay aves, mamiferos y hasta reptiles que lo hacen, lo que demuestra su extraordinaria antigüedad y su valor para la supervivencia. Esa parálisis como estrategia de defensa nos enseña que lo mejor a veces es no hacer nada. Tal vez deberíamos todos hacernos el muerto frente a la voracidad del capitalismo y sus redes, y ante la tiranía de la imagen y la futilidad de quienes mandan. Esa podría ser la ocasión para comenzar a abrir un vano que nos dé acceso tanto a nuestra voz interior como a una experiencia cognoscitiva emancipadora a través de un trato más directo con el mundo, con una realidad con menos velos, más diversa, poliédrica y luminosa.