Esta semana, acudí al cine Ideal, junto a la madrileña plaza de Jacinto Benavente, a ver la película "Tardes de soledad", del director Albert Serra. Un señor peruano -la nacionalidad de Roca Rey, el torero protagonista- apostado en el vestíbulo, me preguntó si iba a ver la cinta de su paisano e insistió para que me descargase una aplicación que, según él, me permitiría conseguir la entrada a un precio notablemente inferior a los diez eurazos de venta en la taquilla. Reacio a tener nuevas aplicaciones, que percibo como espías troyanos o como grilletes que se van sumando a mi digital condena, desistí de su consejo, consiguiendo, eso sí, un leve descuento por mi sesentena recién estrenada.
Ya conocía la opinión de algunos críticos de cine como Carlos Boyero que, en el programa de la tarde de Carles Francino, en la Ser, dijo haberla visto animado por la impresión favorable de algún amigo cinéfilo cuyo criterio considera fiable. Boyero, sin demasiadas alharacas, afirmó que la película le pareció interesante, difícil de clasificar y algo repetitiva. Yo había oído también las manifestaciones del propio Serra a Cayetana Guillén Cuervo en Versión Española, de TVE, donde afirmó que había pretendido hacer una descripción objetiva de la tauromaquia. Entiendo que Serra lo dijo por decir algo, pues él sabe que no existe descripción objetiva posible: la mera elección de los contenidos o la colocación de la cámara ya implican visiones parciales, sesgadas.
La película, en mi opinión, refleja aspectos relevantes de la tauromaquia, pero omite otros muchos, demasiados. Elige la técnica del documental, sin voz en off y con imágenes impactantes, de excepcional calidad. La sucesión de primeros planos del rostro del torero y del cuerpo ensangrentado del toro, de los destrozos que ocasionan en su majestuosa anatomía las banderillas y la lanza del picador, así como de su terrible agonía se suceden sin descanso, hasta extenuar. Los comentarios de la cuadrilla destacan, en ocasiones, por su zafiedad. Asistimos a varias cogidas espeluznantes del diestro, tres si no me equivoco, pero que, afortunadanente, no tienen graves consecuencias. Llegué a pensar que Roca es un temerario inconsciente, cosa que los datos -histórico de corridas y de percances- desmienten. Sin embargo, no se ve una sola faena del torero, pues la asfixiante cercanía de la cámara, lo impide. Tampoco su vida fuera de la plaza -en la soledad a que alude el evocador título- y menos aún la del animal en el campo -excepto al comienzo, en unas escenas nocturnas que subrayan la dimensión mitológica de este hermoso animal-.
Considero que la película es un eficaz alegato antitaurino que, sin embargo, puede pasar por lo contrario: ¡ha recibido el Premio Nacional de Tauromaquia!
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