Amigos blogueros, cristianos,
judíos y gente de buena voluntad que habitáis en el mundo occidental, esto dice
la palabra de Dios respecto a la compasión y la hospitalidad debidas al
desheredado, el exiliado, el que viene de tierras lejanas. Y no se refiere Yahveh
a los turistas.
“No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.” (Éxodo, 22:21.)
“Si algún forastero viniere a vuestra tierra y morare de asiento entre vosotros, no lo zaheriréis, sino que vivirá entre vosotros como natural del país, y lo amaréis como a vosotros mismos; porque vosotros también fuisteis forasteros en la tierra de Egipto.” (Levítico, 19:33-34.)
“Y así vosotros, amad siempre a los extranjeros, porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.” (Deuteronomio, 10:19.)
“No harás injusticia al extranjero ni al huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto. Cuando siegues la mies en tu campo, si dejas en él olvidada una gavilla, no volverás a buscarla. Será para el forastero, el huérfano y la viuda, a fin de que Yahveh tu Dios te bendiga en todas tus obras.” (Deuteronomio, 24:17-19.)
Tampoco guardó silencio Yahveh respecto al exterminio de
inocentes para cazar a un culpable:
“Dijo, pues, Yahveh: El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Voy a bajar personalmente, a ver (…) Abraham le dijo: ¿Por ventura destruirás al justo por el impío? Si se hallaran cincuenta justos en aquella ciudad, ¿han de perecer ellos también? Y díjole el Señor: Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos, perdonaré a todo el lugar por amor de aquellos. Replicó Abraham: ¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que a los cincuenta justos le falten cinco, ¿destruirás la ciudad entera porque no son más de cuarenta y cinco? Dijo: No la destruiré, si encuentro allí a cuarenta y cinco inocentes. Insistió todavía: Supón que se encuentran allí cuarenta. Respondió: Tampoco lo haría, en atención a esos cuarenta. Prosiguió: No se enfade mi Señor si le digo: Tal vez se encuentren allí treinta. Respondió: No lo haré si encuentro allí a esos treinta. Díjole entonces: ¡Cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ¿Y si se hallaren allí veinte? Respondió: Tampoco haría destrucción en gracia de los veinte. E insistió aún: Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: ¿Y si se encuentran allí diez? Dijo Yahveh: Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez. (Génesis 18:20-32)
Pero los dioses paganos se ocuparon asimismo del asunto. Debe de ser porque el éxodo es un mal que persigue al mundo y que, tarde o temprano, a todos los pueblos afecta de una u otra forma, ya sea como víctimas que huyen, o como lugar de refugio y acogida.
Según cuenta Ovidio en su Metamorfosis (Libro octavo), en una noche de tormenta, Júpiter y su hijo Mercurio, disfrazados de mendigos, llegan a una ciudad en la región de Frigia, en la actual Turquía. Tras llamar a todas las puertas pidiendo un refugio para pasar la noche, son rechazados con cajas destempladas y palabras soberbias. Pero Filemón y Baucis, una pareja de ancianos con exiguos medios, les reciben hospitalarios. Una vez servidos sus invitados, Baucis nota que, a pesar de llenar varias veces los vasos de los visitantes, la jarra de vino está aún llena. Piensa, entonces, que aquellos foráneos son, en realidad, seres divinos. Azorado por la humildad de la comida servida, Filemón decide ofrecerles un ganso, el único animal que poseen. Pero el ave se refugia en el regazo del dios, quien asegura a la pareja que ya no es necesario tal sacrificio, pues deben marcharse: ha decidido destruir la ciudad y a todos aquellos que les han negado la entrada. Les dice que deben subir con ellos a lo alto de una montaña. Desde la cima, la pareja contempla su ciudad destruida por la furia de Júpiter que la ha inundado. El dios ha salvado, no obstante, su cabaña, que ha convertido en templo. Cuando Júpiter, agradecido, les ofrece un deseo, los ancianos piden ser sacerdotes del nuevo templo y, llegada la hora postrera, morir al mismo tiempo. De este modo, dice Filemón, no tendré yo que ver nunca la tumba de mi querida esposa, ni tendré que ser sepultado por ella. Un día, curvados ya bajo el peso de los años, ve Baucis cómo el cuerpo de Filemón se cubre de hojas, mientras que el suyo se transforma también en verde follaje. Metamorfoseado él en un tilo y ella en una encina, sus últimas palabras sirvieron de tierna despedida.
Esta mañana saludo a mi amigo Bruno,
llegado hace meses de Nigeria. Tuvo suerte: vino en avión, no en cayuco. Me pregunta si hoy que es domingo iré al templo.
Le respondo que no. Él me dice que es cristiano como buena parte de la
población de su país y que ha sido profesor de inglés durante años. Ahora
deambula por las calles de Granada vendiendo pañuelos, sin calor de nadie y sin consuelo. También él fue víctima
del espejismo de una Europa rica donde todos viven bien, porque la miseria nubla
la razón y hace abrazar ensueños, en especial a quien aspira legítimamente a un futuro mejor
para él y sus hijos. “Mi mujer y mis dos hijas adolescentes -me dice- no se creen
que yo esté aquí malviviendo, pues consigo enviarles cuarenta o
cincuenta euros cada mes, que allí es mucho más que aquí. Les echo de menos y
lloro cada noche. Pero, en cuanto me sea posible reunir lo necesario, regresaré
a mi país.”
Saquen ustedes, saquemos todos
conclusiones más allá de la estrategia, la geopolítica y la hipocresía canalla.