Hay que despertar a la gente. Sacudir su manera de identificar las cosas. Habría que crear imágenes inaceptables. Que la gente eche espumarajos de rabia. Hay que obligarles a comprender que viven en un mundo muy raro. Un mundo que no es nada tranquilizador. Un mundo que no es como ellos creen...
André Malraux (y Picasso), La cabeza de Obsidiana. Buenos Aires, Sur, 1974. Págs. 76-77.
Hoy en día, cuando observamos el trabajo, entendido éste como esa dura labor que va de la mañana a la noche, nos damos cuenta de que es la mejor policía, ya que mantiene firme a cualquiera y sabe obstaculizar con vehemencia el desarrollo de la razón, de los deseos y del ansia de independencia. Pues consume una extraordinaria cantidad de energía nerviosa y se le arrebata a la reflexión, a la meditación, al sueño, a las preocupaciones, al amor y al odio, y coloca ante la gente objetivos mezquinos, al tiempo que asegura satisfacciones leves y regulares. Así, una sociedad en la que se trabaje duro permanentemente gozará de mayor seguridad; y hoy en día adoramos la seguridad como a la divinidad suprema... ¿Qué dosis de verdad puede soportar el ser humano?
F. Nietzsche.
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