“El pan
de los pobres es su vida. Quien se lo quita, es un asesino” (Eclesiástico, 34,
35)
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(Aparecida en El Mundo) |
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(www.ellibrepensador.com) |
En medio de este desfile-striptease
de políticos, nobles, banqueros y otros pendones, envueltos en corruptelas
varias, cohechos, sobornos, contabilidades en b, malversación de dinero
público, fugas de capital a paraísos financieros, evasión de impuestos,
contratos millonarios sin más propósito que el de engordar las cuentas de los
de siempre a costa de los de siembre; adobado todo ello del rescate de la banca
con los impuestos de aquellos a quienes la banca ha hundido, hunde y hundirá en
la miseria; en medio de todo este lodazal, digo, aparece en los medios el caso
de Emilia, una joven madre de 22 años con dos niñas a las que no tiene con qué
darles de comer. Ella y su marido están en paro. Emilia encuentra una cartera
con una tarjeta de crédito y un DNI. No acude a la policía a devolverla. Acude
a lo más urgente: entra en un supermercado a comprar comida y pañales. Lo hace
una vez y lo intenta dos más, fallidas. A la tercera es denunciada. El sistema
ha funcionado: es raudo en castigar a Emilia por robar 193 € de una tarjeta de
crédito. Ahora se conoce la condena impuesta: un año y diez meses de prisión, y
una multa de 900 €. Los hechos que se le imputan son dos delitos continuados,
uno de falsedad en documento mercantil y otro de estafa. Una descripción exacta
de lo que llevan haciendo impunemente muchos de los que se pasean en Jaguar,
comen en selectos restaurantes y descansan en lujosas villas cerca del mar. Emilia
no tiene antecedentes. El gobierno la ha indultado.
Tanto celo justiciero resulta muy
tranquilizador. Impera el orden. Saltan las alarmas y el ratero es castigado.
El pueblo recibe, con alivio, la esperada medida de gracia.
Las alertas se disparan por menos de
doscientos euros, pero han permanecido silenciosas durante varios lustros: los
que ha necesitado un delincuente de traje y corbata para evadir 22 millones de
euros de dinero negro (¿pero hay dinero blanco?). Ninguna alarma dio el aviso,
ningún policía lo visitó en su confortable despacho con vistas a Génova, nadie
se querelló contra él. Siguió acudiendo con dignidad a sus faenas diarias en la
sede de un gran partido, y, cuando se destapó la cloaca que nadie quería oler,
pero de la que muchos sacaban provecho, se limitó a decir, con la misma serena
dignidad y esbozando una leve sonrisa: este dinero lo he ganado honradamente.
Me aventuro a escribir que este
prohombre no precisará de indulto alguno. Para que todo siga en orden, Emilia.