Cuánta verdad y cuánto amor contienen estas pocas letras de trazo inseguro. Verdad y amor en la austera sencillez del plato, un potaje de garbanzos (o de habichuelas, aclara su autora) y en sus ingredientes; en el esfuerzo por hacerse entender a pesar del escaso trato con la escritura que delatan; en el afán de proteger al hijo que va a partir, pues a él iban dirigidas estas recetas, para que sepa valerse por sí mismo.
Es una nota hecha a vuela pluma, sin tiempo para pensar, para corregir. Retrata
a una mujer esmerada, atenta al cuidado de los suyos, pero también muy ocupada,
tal vez estresada...
Al observar con atención, vemos cómo sus fallos
ortográficos quedan amortiguados por la perfecta ejecución de las tes, sus
personales jotas, sus barrocas íes griegas o incluso el afán estético que
encierran sus esmeradas bes. Y por la horizontalidad y equidistancia entre
líneas, vestigio de aquella niña aplicada que muy pronto tuvo que abandonar el
cole al quedar huérfana en una España que ajustaba cuentas a tiro limpio. Esa
pericia frustrada que, a pesar de todo, aún adivinamos en el dibujo de sus
letras es resultado, tal vez, de la disciplinada repetición de los ejercicios
de caligrafía, pensados para domesticar la mano inquieta de una niña como ella
en una escuela pobre, de urgencias.
Es la escritura de una mujer que llevaba una casa
muy poblada de hijos, y que, durmiendo poco, también tiraba de su negocio, una
modesta tienda de papelería con juguetes y regalos. Antes había sido oficiala
en la sastrería de mi padre, en la que entró de aprendiz con catorce años.
Con setenta años volvió, con alegría y determinación, a la escuela de mayores Pedro de Escavias. Y también aquí encontró Concha hueco para acudir cada mañana al albergue San Vicente de Paúl, donde ayudaba a preparar los desayunos.
Había mujeres que, despojadas de otras ocupaciones u oficios, reinaban desde
las cocinas de sus casas. Entre sartenes y peroles, ejercían su magisterio y
desarrollaban su creatividad. Y, aunque a mi madre no le gustó especialmente
cocinar, nunca faltó en casa un plato para comer y para cenar cada día. Sus
comidas predilectas eran la cocina de berenjenas, el estofado de ternera, las
croquetas de bacalao o de pescada, las habas (con sus sabrosos y aterciopelados
cascarabitos) con cebolla o las patatas en adobillo; y, en fiestas, se atrevía
con sus maravillosos pestiños y sus gachas dulces con canela, tostones y
matalahúva.
Como se ve, en estas recetas antiguas no había
siempre medidas exactas de cantidades ni de tiempos. En todo caso, se añadían indicaciones por aproximación (un rato, un puñado o una pizca), confiando en el buen
criterio del ejecutor.
Recuerdo leer en un recetario antiguo escrito por la
tía de un amigo muy querido: "Harina Lacarmita". Pensábamos que era
alguna marca o tipo de harinas. Pero acabamos cayendo en que era una mala
transcripción de "Harina: la que admita".
Documentos que, como palimsestos, atesoran la
infrahistoria familiar de estas mujeres que con sus manos sostienen el mundo.
Precioso escrito que refleja la entereza, la ternura y la sabiduría de una generación que aguantó estoicamente un periodo histórico muy complejo, sabiendo valorar lo que verdaderamente importaba.
ResponderEliminarCuánto nos queda por aprender de nuestros mayores...
Gracias por tu comentario
EliminarGraciaaas por las recetas!!!
ResponderEliminarGracias por tu comentario
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