Contemplo extasiado las estrellas en la noche de la Sierra Morena andujareña. La virginal oscuridad de sus cielos, un valioso patrimonio inmaterial cada vez más amenazado*, me permite gozar de este espectáculo sin parangón. Me viene ahora a la memoria la majestuosa sentencia kantiana: "Dos cosas llenan mi ánimo de admiración y de respeto: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí". Desde el agreste otero donde quisiera reposar, alcanzo a divisar algo más de la mitad de este hemisferio norte. Ahí están, como en los veranos de mi lejana niñez, la Osa Mayor, la Estrella Polar o Thuban, que marcaba el norte a los antiguos egipcios, y el grácil destello de alguna estrella fugaz. En este océano sin fondo, además de la trayectoria clara de un brazo de la Vía Láctea que, con la imaginación encendida, llamábamos el camino de Santiago, se percibe la luz de miles de astros que titilan más débiles tras el fulgor de los que solemos ver incluso en los miopes cielos urbanos, como Venus o Júpiter, Arturo o Vega.
"Cosmos" tituló Carl Sagan la serie documental donde nos paseaba por los prodigios de este universo desconocido de parpadeantes cuásares, galaxias extremadamente lejanas, desafiantes agujeros negros que atrapan la luz, enanas blancas o gigantes rojas, colisiones galácticas y estallidos estelares de viejas supernovas. "En este viaje, conoceréis maravillas", nos anunciaba su voz trémula. Y nos mostraba mundos complejos que danzan sutilmente en el vacío sideral, pero que se conducen como sistemas caóticos, a pesar de la música de las esferas, o del número arjé, y a pesar del tetraktys de los pitagóricos, los primeros en sustituir "caos" por "cosmos" (orden) para nombrar a este universo inmenso, cíclico, eterno, pero más desordenado de lo que aparece ante nuestros asombrados ojos.
El cielo alto y frío, tan sereno y profundo, insondable para las hechuras humanas, cuajado de astros que son otros mundos y universos, también me hace evocar la angustiada exclamación de Blaise Pascal, enfermo, tal vez, de acrofobia: "Le silence éternel de ces espaces infinis m'effraie". Pascal, el filósofo que nos igualaba a una caña pensante, sencilla y discreta.
En el lapso de tiempo de una hora, veo circular por este abismo cinco luces blancas. Cruzan la gigantesca pantalla de la bóveda celeste trazando órbitas en distintas direcciones. Son satélites artificiales.
He pensado, entonces, en esos reductos de culturas indígenas que aún perviven con sus usos y costumbres en recónditos rincones de nuestro cada día más inverosímil Planeta. Pigmeos de Nueva Guinea, piaroa y yanomamis del Amazonas; sioux y dakotas de las praderas norteamericanas; bravos koori de Nueva Gales del Sur o elegantes y risueños rapanui polinésicos. Sus arcaicas miradas, hechas a la imperturbabilidad de la esfera de estrellas fijas, han interpretado cualquier cambio en el firmamento, sea una lluvia de estrellas, sea el eventual paso de un errante cometa, como el anuncio de algún acontecimiento comprometido, crucial para sus vidas. ¿Con cuánta inquietud mirarán ahora cada noche el triste discurrir mecánico de estos nuevos viajeros, frutos de la codicia y la hybris tan humanas y tan trágicas?
Los imagino en esta misma noche estrellada entregados a sus cánticos y danzas en el shabono, el ágora circular yanomami. Oigo bajo este silencio sagrado sus tambores rituales y suplico desde mi precario escepticismo que sus ceremonias sean eficaces y conjuren este mal transfronterizo que nos atosiga sin tregua.
* Ahora, en lugar de "cielo estrellado", lo llaman "reserva Starlight", según la bárbara tendencia de creer que cualquier anglicismo suena más moderno y que, tal vez, atraerá a turistas ávidos de consumir y de consumirse en agotadoras tareas. Y a esto, a su vez, se denomina ahora "poner en valor", otra socorrida expresión a la que se recurre hasta la extenuación, y que, en realidad, quiere decir "poner en el mercado", es decir, prostituir.
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Con tus palabras he vuelto a esas noches profundas y llenas de luz en la sierra de Andújar. Contábamos estrellas fugaces sin parar, queriendo mirar a todos lados al mismo tiempo, porque cada rincón del cielo tenía algo que contar. Noches serenas en las que sólo hacía falta parar y contemplar, sin hacer nada más...
ResponderEliminarParar y contemplar.
Me ha emocionado leerte.
Sí, como tú dices, "parar y contemplar". Así de sencillo. Gracias por tus palabras
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