domingo, 12 de diciembre de 2021

Oda a un espacio vacío



Paseo de las Murallas (Baeza)

Escribió Aristóteles que la Naturaleza adolece de horror vacui, y esta sentencia se ha hecho dogma en el diseño de nuestros espacios públicos. Aquí una fuente, ahí un grupo escultórico o aparatos para hacer ejercicios, allí un kiosko o un pabellón y no sé qué más cachivaches. Pero hay, al menos, un lugar que es excepción: el Paseo mirador de Baeza que se asoma al valle del Guadalquivir, jalonado por los majestuosos promontorios de las sierras Mágina y Cazorla. El sencillo paseo, prolongación del que (con el insigne nombre de Antonio Machado) nace en el Arco de Villalar, se acompaña de humildes ruinas de murallas, algún banco donde sentarse a contemplar y discretas placas grabadas con poemas del poeta. Algunos de los que él pensó paseando por este lugar casi desnudo, inspirado por este mismo vacío luminoso.

"!Campo de Baeza, a la luna clara ! ¡Montes de Cazorla, Aznaitín y Mágina! (...) Campo, campo, campo. Entre los olivos, los cortijos blancos. Y la encina negra, a medio camino de Úbeda a Baeza".

Sus versos describen con precisión la magnífica panorámica del campo baezano que desde aquí se divisa.

El adarve abarandillado, proa de una nave dispuesta a partir, rodea un cerrete de suelo irregular y de algo más de una hectárea -bordeado en parte de cipreses- donde lo más notable es que no hay absolutamente nada más que las hierbas que nacen caprichosas para, ahora en el invierno, que son verdes y tiernas, hacer las delicias de los niños en sus juegos. Veo recortarse sus inquietas siluetas sobre un cielo lejano. Una abubilla solitaria y una bandada de estorninos rebuscan algún insecto. Austeridad tan machadiana constituye el encanto de este lugar donde, evocando otro principio aristotélico, corroboramos una vez más que el todo es más, mucho más, que la suma de sus partes.
ADDENDA

            La mera idea del vacío resultó siempre inquietante para el ser humano. Filósofos y científicos anduvieron con él a la gresca. El vacío es la nada absoluta, un hueco que niega el ser; un ser que era uno, verdadero, bueno y bello en el sueño de la metafísica medieval. El no-ser, afirmaba Parménides, no puede ser dicho, ni tan siquiera pensado. 

El vacío abre en la realidad una profunda grieta por la que se cuela la negación absoluta. Por eso, su existencia estaba proscrita: el obispo de París, Etienne Tempier, la incluyó en 1277 en la lista de los que denominaba “errores execrables”. Lo hizo a petición del Papa Juan XXI (Pedro Hispano), que andaba preocupado por la difusión del averroísmo en la universidad parisina.

Vacuistas y plenistas se enfrentaban: Pascal estaba entre los primeros; Descartes, entre los segundos. Pero la Ciencia se pronunció tajante en 1644. Torricelli había logrado hacer el vacío en un tubo lleno de mercurio. Pascal conocía el experimento. El barómetro de Torricelli medía el peso del aire, lo que sólo tenía sentido en una atmósfera finita. Si era así, Pascal suponía que, con la altura, el peso de la misma disminuiría. Dicho y hecho. Cuatro años después, el filósofo díscolo, demasiado débil para caminatas en pendientes acentuadas, envió a su cuñado Florin Perrier a la cima del volcán Puy-de-Dôme de 1465 metros de altura, próximo a Clermont-Ferrand, la ciudad natal del filósofo jansenista. El voluntarioso Florin, equipado con dos barómetros, realizaría un sencillo experimento para determinar la diferencia de presión atmosférica entre dos puntos con diferente altitud. Como era de esperar, el mercurio indicaba una presión menor en la cima, confirmando así la hipótesis pascaliana: el peso del aire disminuye con la altura. De esta manera, quedó probado que la atmósfera tiene una altura finita y que, por tanto, debía existir un infinito espacio vacío más allá del límite atmosférico.  Descartes, aunque a regañadientes, admitió las conclusiones de su rival. El vacío espacio exterior demolía así la idílica imagen tradicional de un cosmos ordenado y pleno. Otro vacío, el interior, tardaría casi tres siglos en alcanzar carta de reconocimiento en la filosofía oficial.