jueves, 26 de mayo de 2022

Veremos a ver si nazco...


ARM, Invierno
Oigo con frecuencia expresiones incorrectas que son fruto del cruce de otras que, en principio, poco tienen que ver; o bien, de la deriva jocosa de frases hechas. Así, el “buscarle los tres pies al gato” una frase absurda a poco que se piense, deformación del original “buscarle el traspié al gato”, que denuncia el empeño de alguno por acabar con la paciencia de un tercero o el esfuerzo baldío por cogerle en un renuncio, tan inútil como es pretender que un gato tropiece y caiga. 
Cabe también la posibilidad de que con "los tres pies" nos estemos refiriendo a las sílabas de la palabra "gato" (en el contexto de la métrica poética) ; en cuyo caso "gato" tiene solo dos pies. Pero, en este caso, la expresión correcta sería "No le busques tres pies a 'gato' ".
Sin embargo, no ha sido todo esto impedimento para que aparezca en la versión espuria en el mismísimo Quijote.

Me viene a la memoria un artículo hilarante que hace años publicó Manuel Rivas en un periódico. Era una antología de la frase (des)hecha, que es síntoma de la deserción del pensamiento riguroso. “Antes de hablar, enfatizó el presidente, quiero decir unas palabras” acompañaba a frases deformes como “ahora vienen las hostialidades” o “venimos de caspa caída”.
Veremos a ver” es un enunciado incorrecto por cacofónico, amén de absurdo, que nos acompaña con persistencia irritante en medios diversos —los deportivos son una cantera inagotable en este terreno—. Es fruto del cortocircuito producido entre dos expresiones prospectivas como “ya veremos” y “vamos a ver qué pasa”, perfectamente lógicas dichas así, por separado.
Pero mi estupor y decepción fueron supremos cuando lo encontré escrito en el final de una maravillosa carta de Federico García Lorca dirigida a su amigo Regino Sainz de la Maza, que comienza con un inquietante “Ahora he descubierto una cosa terrible (no se lo digas a nadie). Yo no he nacido todavía.” Tras detallar en freudianos términos los síntomas de un desdoblamiento de personalidad (“Había mil Federicos Garcías Lorcas, tendidos para siempre en el desván del tiempo”), concluye con un “Yo vivo de prestado, lo que tengo dentro no es mío, veremos a ver si nazco.”
Esto solo me permite concluir que, en el uso de este artefacto prodigiosamente complejo que es el lenguaje natural, voz directa de la materia pensante, hemos de ser siempre indulgentes hacia las erratas propias y ajenas.

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