viernes, 26 de abril de 2024

El ruido y la furia

Un descreído Macbeth exclama en la obra homónima de W. Shakespeare que la vida es una historia contada por un idiota, llena de ruido y de furia que nada significa. Y en esas estamos.

El diálogo, la argumentación y el respeto al adversario han sido sustituidos por el ruido, la falacia y el insulto.

 Quienes ahora se empeñan desde la oposición en derribar al presidente del Gobierno utilizando cualquier medio a su alcance, cuando estuvieron en el gobierno no dudaron en fabricar insidias contra Podemos utilizando los recursos del Ministerio del interior (la policía patriótica) y a jueces adeptos para construir acusaciones, que han sido archivadas una tras otra por carecer de fundamento alguno. 

La democracia no está protegida por una carcasa irrompible. Al contrario, es un sistema delicado y vulnerable basado en frágiles mecanismos de equilibrio entre sensibilidades e intereses diversos y, a veces, diametralmente opuestos. Más se parece a una flor que a una roca. Y, como todo organismo vivo, puede prosperar y crecer, mas también degradarse hasta el extremo de colapsar y morir. Si no contáramos con el paraguas de Europa, el colapso tal vez habría sobrevenido ya. Ninguno de los ingredientes que constituyeron el escenario de las semanas previas al estallido de la Guerra Civil están hoy ausentes: acusaciones de ilegitimidad al Gobierno salido de las urnas, corrupción sistémica, dudas acerca de la independencia judicial, crisis económica, auge del fanatismo de la extrema derecha y graves tensiones territoriales en Cataluña y el País Vasco.

Para que cese el ruido y la furia, para que nuestra historia deje de ser una narración absurda, no hay más opción que recuperar el sentido narrativo a través de los valores esenciales, que son éticos y cívicos, en especial, entre la clase política y en los medios de comunicación: la mesura, el respeto al adversario, a las normas y a los derechos fundamentales, y la objetividad al informar.
Libertad, justicia y verdad es el trípode sobre el que Albert Camus asentaba el periodismo al que dedicó buena parte de sus energías. Sus artículos y editoriales son una buena escuela de periodismo al servicio de un mundo mejor.

Yo percibo un pálpito más sosegado y honesto en las calles por donde paseo, en las tiendas donde compro, en las aulas donde enseño. Este país no se merece estos medios ni esta clase política. 

Aunque esto no se resuelve de hoy para mañana, tampoco puede aplazarse ni un día más el cese de la marrullería, el fin del acoso.
Mientras ese día llega, entregar a la jauría la cabeza que persigue puede ser la peor solución.
Señor presidente, resista.

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domingo, 21 de abril de 2024

La fosa en la memoria

Escultura de Mariluz Escribano Pueo
en el parque Federico García Lorca
(© Ideal de Granada) 









"Y el silencio se agranda en el silencio, y las conversaciones languidecen, y lloran las palabras y los lutos por Federico ausente como un muerto, por tantos muertos con el pecho herido en las lunas de agosto y de septiembre."

Estos versos escribe Mariluz Escribano (1935-2019) rememorando sus juegos de infancia en una Huerta de San Vicente atravesada sin remedio por la espada de la ausencia. A su padre, Agustín Escribano, profesor y director de la escuela de magisterio, lo habían fusilado en las tapias del cementerio granadino de san José la noche del 11 de septiembre, veintitrés días después de Federico. 

A la Memoria Democrática, la ultraderecha y la derecha fernandina oponen su ley de concordia, que pretende perpetuar el olvido al que la dictadura franquista condenó a las víctimas de su victoria militar. Son políticos poco hechos a parlamentos democráticos, y prefieren gritar sus consignas rupestres de patrias excluyentes, de derechos privativos, de amaneceres tristes sobre campos sembrados de cadáveres, desde oscuras trincheras excavadas con el pico de la ignorancia y la pala de la sumisión. 

Sé que hay una derecha ilustrada y liberal que no comulga con estas ruedas de molino. Tal vez debiera hacer valer su voz en beneficio de su partido y de la salud democrática más elemental. Nuestra memoria, frágil y selectiva, deforma el pasado con facilidad, pero los hechos son tozudos. 

Las víctimas de la República, que también las hubo, fueron enterradas en camposantos, iglesias y panteones donde sus deudos pudieran recordarles con un rezo o una flor doliente. Mi añorado padre, Antolín, que en los años treinta se afilió a Falange, pasó buena parte de la guerra civil en las cárceles de Andújar, de Martos -donde fue obligado a cavar trincheras- y de Jaén, sin otro cargo penal que el de haber pertenecido a ese partido. En los primeros envites de la contienda, mi padre también dejó Madrid, adonde había ido para hacerse sastre y había conseguido abrir un negocio en la calle de Santa Engracia, en Chamberí. Buscaba cobijo en Andújar, donde tenía otra sastrería y le esperaba su familia. De prisión salió desnutrido y enfermo, pero, al menos, salvó su vida por los apoyos externos que no le faltaron. Otros muchos no tuvieron esa fortuna. Finalizada la guerra, recuperó su libertad y sus bienes, y fue reconocido con cargos políticos municipales como responsable local de Auxilio Social y concejal siendo alcalde Tomás Escribano. Salió escaldado y nos repetía que nunca nos dedicáramos a la política. En definitiva, él pudo continuar con su proyecto de vida sin más contratiempos que los achaques propios de vivir. Nunca se mostró revanchista,  se negó a testificar contra los adversarios, y, luego, nos trasmitió a sus hijos una férrea voluntad cívica trenzada con los valores del respeto y la compasión, y un rechazo natural a la violencia. (Antonio Carmona Navas, "Escenas de violencia política y represión durante la Guerra Civil y la posguerra en la Campiña de Jaén". Universidad de Jaén, Octubre, 2020, págs. 69, 495 y 1676; Santiago de Córdoba Ortega, "Historia y memoria de Andújar 1931-1977". Jaén, 2015, págs. 313, 577).  

Sin embargo, las víctimas de la dictadura fueron sepultadas en fosas comunes o condenadas a la cárcel y el exilio hasta la muerte del dictador. Sus descendientes llevan décadas exigiendo la reparación, la justicia y la verdad que las instituciones les han negado. Porque en nuestra democracia, ya casi cincuentona, persiste el oprobio de las sepulturas anónimas de miles de represaliados. En este contexto, pretender equiparar a unos y otros es querer perpetuar la iniquidad que impide que cicatricen las lacerantes heridas de una guerra civil cuyos ecos no cesan de atronar nuestros exhaustos oídos.

Mientras queden víctimas sin identificar, seguirá sin cerrarse el duelo y permanecerá abierta una fosa en la memoria colectiva de este país, como una úlcera infectada que enferma a todo el organismo social. 

"Cuando llegan los días de septiembre, láminas del otoño, las madrugadas frías y estrelladas detienen sus palabras. Pero es solo un instante de sangre y de fusiles porque mi padre vuelve del silencio y pasea conmigo el callado silencio de las calles"

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martes, 2 de abril de 2024

Presentación en Motril (Granada)

Centro del Profesorado

Día 12 de Abril a las 19:00 h. 

Con José María Azuaga, Miguel Ángel Rubio y Ángela Sánchez


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viernes, 22 de marzo de 2024

¡Impuestos fuera!


El filósofo israelí Yuval Noah, autor de Sapiens. De animales a dioses (2011), sostiene que ser patriota hoy es defender lo público. En su análisis del mercadeo de las redes, afirma que la clave del éxito de cualquier plataforma está en atraer la atención de los cibernautas, y que, para ello, utilizan tres resortes de nuestra estructura psíquica más intuitiva o irracional: el deseo (imágenes hipersexualizadas, por ejemplo), el miedo (bulos conspiranoicos) y el odio (xenofobia).  El deseo y el odio nos impulsan a actuar y nublan nuestra razón, mientras que el miedo nos paraliza, nos encierra y nos hace más dóciles y moldeables. La conjunción de ambos elementos nos psicopatiza.

Juan es un maestro de la pública, un buen maestro. Pero desconfía de los sindicatos, no acude cuando lo convocan a huelga o a manifestaciones y se apunta a quienes piden bajar impuestos en pro de la libertad individual.

 
Seguramente todo el mundo sabe que hay impuestos directos e indirectos. La Agencia Tributaria los define así:
Son impuestos directos los que se aplican sobre una manifestación directa o inmediata de la capacidad económica: la posesión de un patrimonio y la obtención de una renta. Son impuestos indirectos, por el contrario, los que se aplican sobre una manifestación indirecta o mediata de la capacidad económica: la circulación de la riqueza, bien por actos de consumo o bien por actos de transmisión. En definitiva, los impuestos directos gravan la riqueza en sí misma, mientras que los indirectos gravan la utilización de esa riqueza.
Los indirectos, pues, repercuten en el precio de cosas como la bombona de butano, la gasolina que repostamos, la electricidad que consumimos en casa, y, en general, cualquier producto que adquiramos, pues el IVA incrementa su precio, incluso el de las cosas más necesarias, como el pan o el agua. Estos son los más insolidarios, pues no hacen distingos entre ricos y pobres. 

 
Entre los directos están el impuesto sobre sociedades que pagan las empresas, el impuesto sobre transmisiones (herencias) o donaciones, el que se aplica sobre el patrimonio, el IBI o el IRPF que pagamos todos los ciudadanos con ingresos económicos. Estos se aplican de manera progresiva en función del importe de esos ingresos y de los bienes y propiedades que se posean, de forma que afectan en distinto grado a los contribuyentes. Así, Juan, el maestro, tributa un 22% de IRPF por su nómina, mientras que Luisa, que es su dentista, paga el 38%. No obstante, a Luisa y a Juan les irrita por igual que las grandes fortunas y las poderosas corporaciones paguen menos del 20 %, poniendo así en cuestión dicha escala de progresividad, que es tan justa como necesaria.

 
Todo el mundo sabe también que los impuestos constituyen la fuente principal de ingresos con los que el Estado hace frente a los gastos de la comunidad. Con ellos construye hospitales, colegios o bibliotecas, así como pantanos, carreteras, vías de tren u otras infraestructuras, y puede mantenerlas en buen uso. Pero también sirven para pagar las nóminas de los jueces o los funcionarios de prisiones, los médicos, enfermeros, auxiliares o celadores de la sanidad pública y los maestros de la escuela pública, así como el de otros funcionarios que nos asisten en caso de necesitarlos, sean bomberos, empleados de la limpieza, trabajadores de ayuntamientos o diputaciones, policías u otros cuerpos de seguridad del Estado, y un largo etcétera. De ahí salen asimismo las becas para estudiar o las ayudas para alquileres, mas también los fondos para rescatar a empresas y a bancos cuando vienen mal dadas, como sucedió en la Gran crisis de 2008 o en la pandemia de hace menos de cuatro años (¡quién lo diría!), cuando cada atardecer salíamos a los balcones para aplaudir a esos sanitarios que se jugaban la vida intentando salvar la de quienes iban siendo víctimas del COVID, y que ahora son ignorados cuando exigen mejoras en esa sanidad pública que nos salvó del abismo. Algunos bienintencionados creyeron que de esa íbamos a salir mejores, pero, por desgracia, hay que darle la razón a Sánchez Ferlosio: vendrán más años malos y nos harán más ciegos.

 
También es público y notorio que, en caso de no ser suficientes los fondos que el Estado recauda, tiene dos vías principales para resolver el problema de déficit público que esto genera: endeudarse (rebasándose con frecuencia el 100% de la renta de país, el producto nacional bruto, con el riesgo de incurrir en bancarrota) o bien reducir los servicios que presta a los ciudadanos, empeorando con ello la calidad de la justicia, la seguridad, la asistencia sanitaria o la educación escolar; o incluso hacer las dos cosas a la vez. Es lo que viene sucediendo en los últimos años.

 
Los análisis de los economistas y el sentido común, nos informan de que quienes menos interés tienen en pagar impuestos (en especial, directos) son aquellos que más riqueza poseen. Y esto es así por, al menos, dos razones: en primer lugar, porque los impuestos directos son para ellos más gravosos puesto que, como hemos visto, son directamente proporcionales a la riqueza; y, en segundo lugar, porque su solvencia económica les permite pagar por sí mismos todos esos servicios que el Estado presta. A diferencia de lo que les sucede a la mayoría, ellos sí pueden costearse una educación privada para sus hijos, una sanidad privada para sí y sus familias, una vivienda en propiedad o una seguridad privada para sus vidas y sus haciendas. Para el resto de contribuyentes, es decir, para la inmensa mayoría de nosotros, incluido Juan, esto no está al alcance de nuestro bolsillo. 

 
Es esencial saber que Juan, el maestro, e incluso también Luisa, su dentista, como cualquier otro ciudadano de clase media para abajo, recibe a lo largo de su vida mucho más de lo que paga en impuestos. Baste pensar para comprenderlo que una plaza escolar en un Instituto de enseñanzas medias para cada uno de sus hijos cuesta en torno a 6.000 euros por curso escolar; o que una intervención quirúrgica con estancia hospitalaria supone una cantidad que muy pocos podrán costearse. En aquellos países sin una sanidad pública robusta, como sucede en EEUU sin ir más lejos, la muerte será el destino de quienes tienen la desgracia de contraer una enfermedad, sea un cáncer, una neumonía o una hepatitis, cuyo tratamiento médico no pueden pagarse. Si a esto unimos la pensión pública que Juan recibirá al jubilarse o el uso que hace a diario de servicios e infraestructuras públicas, el resultado es que las cuentas le salen muy favorables en el cómputo global de su vida.

Dicho esto, resulta evidente que reducir impuestos, en especial los directos, puede resultar un mal negocio para la inmensa mayoría de nosotros. Si a Juan le reducen el IRPF un 2%, pongamos por caso, resultará que le han bajado el importe del mismo en una cantidad en torno a los 800 € anuales. Parece interesante, ¿verdad? Lo sería si esa disminución (que para el potentado ha supuesto un descuento de miles o decenas de miles de euros) no pusiera en riesgo la atención sanitaria que le ofrezcan cuando Juan la requiera. Y justamente eso es lo que está ocurriendo ahora.


La estrategia de los que, teniendo más carecen por completo del sentido de la justicia, se encaminará entonces a convencer a Juan de lo contrario.
La defensa de su propio interés, y no la conciencia del bien común, es lo que llevará a esos poderosos a embaucar a la mayoría,  valiéndose de los muchos medios a su alcance, presentando la bajada de impuestos como algo que a todos beneficia.  

 
Algunas comunidades autónomas han entrado en esa carrera bajista y se jactan de suprimir impuestos como los que gravan las herencias y el patrimonio. En Andalucía, la eliminación de ambos ha supuesto a las arcas públicas dejar de ingresar varias decenas de millones de euros cada ejercicio anual. Pero el asunto es que la inmensa mayoría de las herencias –las que no superan el millón de euros en valor catastral- ya estaban exentas del mismo. Ha sido, pues, una medida pensada sólo para quienes más tienen, aquellos que no necesitan ni sanidad ni educación públicas, pues disponen de medios para pagárselas. Y ¡qué bien habrían venido esos millones para contratar a mil nuevos médicos de atención primaria!

El Ayuntamiento de Granada, la ciudad en la que vivo, cuyo partido gobernante también proclamaba una bajada de impuestos en cuanto llegase al poder, ha anunciado estos días una subida de 20 céntimos en el billete del bus urbano, que pasará de 1.40 a 1.60 €. Dicho incremento afectará a  quienes más uso hacen del bus, que no son precisamente los más ricos. Y esto sucede en una ciudad que ocupa el tercer puesto en el ranking español de aire sucio, envenenado. En tal situación, que tendría que ser de alerta sanitaria, el fomento del transporte público debería constituir una prioridad tan urgente que llevara a la alcaldesa a constituir un gabinete de crisis para adoptar medidas inmediatas y eficaces, como podría serlo hacer gratuito el transporte público para determinados colectivos, como el de estudiantes, jubilados, parados o personas con escasos ingresos.

 
El desmontaje del sistema tributario, el ataque a lo público y a sus empleados, la neutralización de la capacidad estatal para redistribuir la riqueza, junto a la desacreditación de los sindicatos de trabajadores y de las organizaciones ciudadanas comprometidas con valores de solidaridad y respeto al medio ambiente, son vías directas hacia la destrucción de las clases medias, que son la base de las democracias construidas con el sacrificio de muchos a lo largo de los siglos XIX y XX.

Bajar los impuestos directos, para subir luego los indirectos (bus, agua, butano, gas o electricidad) es tomar la senda del “¡Sálvese quien pueda!”, es defender una libertad sin justicia, que no es sino la imposición de la voluntad del más fuerte, que suele ignorar el bien común. Es, en pocas palabras, la destrucción de las clases medias y del esfuerzo civilizatorio que estas encarnan, es decir, la vuelta a la selva que ya se padece en las regiones con más desigualdad del Planeta, como ciertas zonas de Centro y Sudamérica. Caminar por un arrabal de Caracas o de Río de Janeiro para alguien que tiene la suerte de vivir con ciertas comodidades, además de una experiencia sobrecogedora, es una demostración palmaria de las consecuencias de una política sin ética y sin corazón.

 
La desigualdad engendra miedo, el miedo violencia y la violencia inseguridad. Nuestro mundo será peor y nuestro maestro más desgraciado.

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martes, 19 de marzo de 2024

Niño de las Pinturas (Barranco del Abogado-Granada)

Pasear por el Realejo granadino, antiguo barrio judío, o por el Barranco del Abogado para descubrir en tapias y en viejos muros la mirada lúcida del Niño que saca su arte a la calle con descaro y generosidad

Niño de las Pinturas
Barranco del Abogado - Granada
Julio de 2022

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domingo, 10 de marzo de 2024

Reseña de "Albert Camus y el exilio español de 1939 en Francia"

Canal YouTube Poesía y Distopía, a cargo de Jesús Isaías Gómez López (Universidad de Almería) 


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