En noviembre de 1957, poco después de conocer la concesión del Premio Nobel, Albert Camus se dirige a su maestro de Primaria en Argel para decirle que, sin sus enseñanzas y apoyo, ese premio no habría llegado nunca. El maestro le responde con esta carta. En ella expresa su preocupación por la amenaza que se cierne sobre uno de los valores considerados, entonces como ahora, esenciales para la escuela pública francesa: la laicidad. Sus palabras son extraordinariamente actuales. Sesenta años después, en España, seguimos en las mismas frente a quienes, ante la nueva ley educativa, esgrimen una supuesta libertad de enseñanza que viene a ser una enseñanza a la carta, pero pagada por todos.
<<Mi pequeño Albert:
He recibido, enviado por ti, el libro "Camus", que ha tenido a bien dedicarme su autor, el señor J.-Cl.Brisville.
Soy incapaz de expresar la alegría que me has dado con la gentileza de tu gesto ni sé cómo agradecértelo. Si fuera posible, abrazaría muy fuerte al mocetón en que te has convertido y que seguirá siendo para mí "mi pequeño Camus".
Todavía no he leído la obra, salvo las primeras páginas. ¿Quién es Camus? Tengo la impresión de que los que tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen. Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la idea de descubrir tu naturaleza, tus sentimientos. Cuando mejor lo consigues es cuando eres simple, directo. ¡Y ahora, bueno! Esas impresiones me las dabas en clase. El pedagogo que quiere desempeñar concienzudamente su oficio no descuida ninguna ocasión para conocer a sus alumnos, sus hijos, y éstas se presentan constantemente. Una respuesta, un gesto, una mirada, son ampliamente reveladores. Creo conocer bien al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en germen al hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu persona. Tu cara expresaba optimismo. [...]
He visto la lista en constante aumento de las obras que te están dedicadas o que hablan de ti. Y es para mí una satisfacción muy grande comprobar que tu celebridad (es la pura verdad) no se te ha subido a la cabeza. Sigues siendo Camus: bravo. [...]
Hace ya bastante tiempo que no nos vemos.
Antes de terminar, quiero decirte cuánto me hacen sufrir, como maestro laico que soy, los proyectos amenazadores que se urden contra nuestra escuela. Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar su verdad. Os he amado a todos y creo haber hecho todo lo posible por no manifestar mis ideas y no pesar sobre vuestras jóvenes inteligencias. Cuando se trataba de Dios (está en el programa), yo decía que algunos creen, otros no. Y que en la plenitud de sus derechos, cada uno hace lo que quiere. De la misma manera, en el capítulo de las religiones, me limitaba a señalar las que existen, y que profesaban todos aquellos que lo deseaban. A decir verdad, añadía que hay personas que no practican ninguna religión. Sé que esto no agrada a quienes quisieran hacer de los maestros unos viajantes de comercio de la religión, y para más precisión, de la religión católica. En la escuela primaria de Argel (instalada entonces en el parque Galland), mi padre, como mis compañeros, estaba obligado a ir a misa y a comulgar todos los domingos. Un día, harto de esta constricción. ¡metió la hostia "consagrada" dentro de un libro de misa y lo cerró! El director de la escuela, informado del hecho, no vaciló en expulsarlo. Esto es lo que quieren los partidarios de una "Escuela Libre" (libre... de pensar como ellos). Temo que, dada la composición de la actual Cámara de Diputados, esta mala jugada dé buen resultado. "Le Canard enchaîné" ha señalado que, en un departamento, unas cien clases de la escuela laica funcionan con el crucifijo colgado en la pared. Eso me parece un atentado abominable contra la conciencia de los niños. ¿Qué pasará dentro de un tiempo? Estas reflexiones me causan una profunda tristeza. [...]
Recuerda que, aunque no escriba, pienso con frecuencia en todos vosotros. Mi señora y yo os abrazamos fuertemente a los cuatro. Afectuosamente vuestro>>
Louis Germain. Argel, 30 de abril de 1959.
Gracias por dar a conocer estas palabras hermosas y cargadas de verdad, que hace ya más de sesenta años alertaban de peligros que se cernían sobre la escuela pública francesa y su nervio central, la laicidad, que desde la neutralidad es garantía de libertad religiosa.
ResponderEliminarEn nuestro país, tras más de cuarenta años, en la escuela pública se sigue ofreciendo adoctrinamiento y siguen vigentes unos Acuerdos preconstitucionales con la Santa sede. Y hoy, lo que es aún peor, el inmovilismo campa a sus anchas y se muestra como víctima cuando una tímida ley Celaá pretende que se respeten las reglas del juego que establecen los conciertos con centros privados gestionados con fondos públicos. Apela a la "libertad de elección de los padres" cuando lo que hay detrás es segregación y negocio.
Ahora, además, anuncia el boicot a esta ley en las Comunidades donde gobiernan los patriotas de sus privilegios.
La educación pública debe formar ciudadanos en los valores democráticos, en el conocimiento científico y en el humanismo, para hacer frente los problemas de todo tipo que nos acucian, medioambientales, violaciones de derechos humanos, desigualdad creciente... Y debe hacerlo buscando la integración de todos los individuos teniendo como objetivo la igualdad y la fraternidad. También la libertad, fomentando el espíritu crítico, no violentando el significado de esta palabra en pos de intereses espurios.
Defender la escuela pública y laica es tarea de todos. De los ciudadanos, empezando a llamar a las cosas por su nombre, de los medios mostrando la verdad que se esconde tras los conciertos educativos y de los servicios de inspección educativa asegurando que se cumplen las condiciones de transparencia en la financiación de los centros y en la admisión de los alumnos. Para que los fondos públicos se destinen a la educación pública y quien quiera hacer negocio en educación lo haga con sus propios recursos y con los de quienes quieran "compañías de futuro" para sus hijos.
Gracias de nuevo, Ángel.
Suscribo tus clarificadores comentarios. Queda mucho por andar. En efecto, la Ley Celaá solo supone un tímido avance hacia una escuela pública de calidad laica e inclusiva. Los acuerdos con la Santa Sede firmados en enero de 1979 suponen un lastre inasumible para una democracia homologable
Eliminar