viernes, 21 de diciembre de 2012

No es caridad, sino justicia



            Se prodigan con la crisis quienes recurren a la caridad como remedio para los males que la mala política nos impone. Así, Amancio Ortega, el dueño del imperio Zara, dona una importante suma a Cáritas; grandes multinacionales como Repsol o el Banco de Santander anuncian a bombo y platillo becas para sufragar la formación de los mejores estudiantes. Primero nos expolian, para después repartir las sobras.
Abundando en la Civitas Dei, oímos decir a Cospedal (a la que algunas malas lenguas llaman la Bien Pagá) que «de la celebración de la Semana Santa se pueden extraer vivencias muy positivas para la difícil situación actual». Fátima Báñez, ministra de empleo que ostenta el récord histórico de desempleo, se suma a esta retahíla de religiosidad casposa. En un alarde profético que la sitúa fuera de toda realidad, asegura sentirse "muy emocionada" por "el regalo que ha hecho la Virgen del Rocío en el camino hacia la salida de la crisis y en la búsqueda del bienestar ciudadano".
¿A qué vivencias se refieren éstas? ¿Tal vez a que hemos de aprender a sufrir con resignación los suplicios que nos imponen? ¿O que debemos callar y esperar a que todo se acabe resolviendo en el futuro e incierto Reino de Dios, del que, por cierto, ya disfrutan ellos?
El obispo de Segovia, ante el acoso de la banca a las familias expulsadas de sus casas, ejerciendo como psiquiatra, nos aclara que no es éste el motivo por el que varios ciudadanos se han suicidado cuando el pelotón de ejecución llegaba a sus viviendas; y aclara -como si fuera necesario- que no es la reforma de la legislación lo que se necesita, sino “que haya caridad para atender a esas personas que están necesitadas.” Ellos, los jerarcas, no precisan de esa caridad, pues ya tienen un Estado aliado que les perdona los impuestos que exige al resto (como el IBI, cuyo pago supondría millones de euros para los quebrados Ayuntamientos) y les otorga privilegios; verbi gratia, el de inscribir propiedades a nombre de la Iglesia.
Ellos, los pastores, saben lo que nos conviene a nosotros, pobres e ignorantes ovejas. Es el discurso paternalista que asumen todas las formas históricas de despotismo. La banca, los gobernantes, la Iglesia oficial, se sienten cómodos en el terruño de la caridad cristiana.
Pero no es compasión lo que exigimos los acosados por un capital sin escrúpulos y unos políticos serviles incapaces de ofrecer respuestas a nuestros problemas. Reclamamos justicia y eficacia.
Los pensionistas, enfermos, trabajadores, parados, médicos, docentes, estudiantes exigimos lo que sabemos nos pertenece en derecho; pues, en un Estado de derecho, nosotros debemos ser los destinatarios de cualquier medida y nosotros somos, al mismo tiempo, los sostenedores del Estado a través de los impuestos que religiosamente pagamos durante toda nuestra vida.
Los que tienen la sartén por el mango ofrecen como dádivas generosas lo que en realidad nos deben. Con su caridad apaciguan la mala conciencia de quienes saben que toda fortuna procede de injusticia y, para colmo, exigen a cambio gratitud a los auxiliados.
            ¿Qué ha de ocurrir para que todo esto acabe?   

1 comentario:

  1. El limosneo, la sopa boba, el pobrecito, los días en que todos somos buenos con una la banderita, con los mercadillos solidarios...esas cosas que valen de muy poco pero nos sirven para vivir con la conciciencia mas tranquilita

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