jueves, 21 de julio de 2011



FÚTBOL Y POLÍTICA

El panorama político español corre ya paralelo al futbolístico. Las elecciones son finales de copa que encienden pasiones y apagan razones. Se es de un club (¿se nace?) y se permanece fiel al equipo de nuestros amores pase lo que pase, así caigan chuzos de punta (vale decir, así se pierda hasta en los entrenamientos; vale decir, o lo presida un coleccionista de imputaciones judiciales o un jeque de más que dudosa moral). También los dos grandes partidos cuentan con sus fieles seguidores que acuden obedientes al Congreso, al Senado o a las urnas, aunque vayan en la lista de convocados ineptos que llevan meses sin marcar un gol, o incluso marcándolo siempre en propia puerta.

Se aplaude a Rajoy como se jalea a Ronaldo: son de mi equipo y eso basta. Lo que cuenta es la militancia partidista pues en un campo no se esperan argumentos ni coherencia, sino goles y espectáculo.

Hay un grupo de ciudadanos que, hartos de entrenadores y hooligans, se alejan de los campos del sistema y pasan a engrosar la lista de abstencionistas que aumenta en cada encuentro (Portugal: elecciones presidenciales de enero 2011, un 53 %; Francia: elecciones cantonales de marzo, un 55 % ─ya son más los que dan la espalda─), pero eso no parece inquietar a los directivos (adornados siempre por una cándida sonrisa; a veces, por una hermosa tripa, y, también siempre, por una abultada cartera).

Los dos grandes salen al terreno de juego confiados en sus respectivas aficiones. Si pierden el próximo encuentro, caerá algún mister, pero su séquito de fieles les acompañará en la travesía del desierto hasta la próxima final. Los dos grandes saben que si dejaran un hueco a los más pequeños, la liga sería más interesante y algunos se sumarían a la fiesta… pero a costa de amargársela a la larga. Sólo habría que modificar las reglas de juego que huelen a naftalina, pues se aprobaron antaño cuando la ilusión todavía contagiaba a muchos. Acabábamos de salir entonces de largos años de partidos amañados en los que casi nadie confiaba y cualquier cosa iba a ser mejor que eso. Pero ahora no basta con lo que nos ofrecen y por eso cada vez son más los que no quieren participar.

Si no hay otra respuesta que la socorrida y eficaz “fútbol y telebasura” (la nueva versión del panem et circenses) estas democracias heridas pasarán pronto al panteón de los viejos mitos… del fútbol.

La Vanguardia (20/04/2011)

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