No son inocentes las palabras, mas tampoco son culpables. Pero siendo instrumentos tan poderosos, habría de reflexionar quien las usa sobre lo que significan, la cosmovisión que entrañan y el poso que dejan tras de sí.
Una palabra puede herir, como otra puede sanar. Una voz causa un conflicto, que un susurro puede apaciguar...
Un padre sin recursos y su hijo, que se instalan en una vivienda (propiedad, pongamos, de un fondo de inversión) que lleva años cerrada, ¿pueden ser despachados como "okupas" en el contexto de la urgencia habitacional que padecemos, y quedarnos tan panchos? Es más, ¿puede hacerlo un periodista? ¿Y un representante público?
¿No es un fenómeno de okupación más sangrante la instalación sin orden de terrazas, veladores, sillones, sillas y taburetes, mesas auxiliares, refresqueras, pérgolas, jardineras, sombrillas, cartelones de muy mal gusto, luces, duchas vaporizadas y demás cachivaches en nuestras calles y plazas, espacios públicos que los vecinos ya no podemos pasear, para que unos pocos hagan negocio con las hordas de foráneos invasores?
Llamar 'rico' ("el hombre más rico del mundo") a quien solo posee dinero, fama y codicia -tres estorbos-; denominar 'okupa' al desahuciado que malvive en un edificio propiedad de una multinacional que, por pura estrategia especulativa, lo abandona a la ruina; referirse a un menor desamparado que huye de la miseria, con el término 'MENA', un acrónimo manoseado sin compasión; o, en fin, llamar delincuente o "sin papeles" al desgraciado ser humano que, exponiendo su vida, lo deja todo atrás huyendo de la guerra, la persecución o la miseria resulta tan cruel como servil a los poderes económicos, esos que desacreditan a las instituciones democráticas y a los poderes públicos, sin someterse jamás a la voluntad popular. Pero que pretenden doblegar la voluntad de todos. Esos que rechazan los impuestos que mantienen becas, hospitales y escuelas públicas, pero que, cuando vienen mal dadas, son los primeros en reclamar y recibir ayudas del Estado, que nos pertenecen a todos, pero acaparan ellos.
¿Devolvieron los bancos -como prometió De Guindos que harían- los cincuenta mil millones de dinero público que recibieron tras la crisis de 2008?
Las miles de viviendas que enajenaron entonces podían servir ahora para remediar en parte la lacra de la escasez, y, de paso, devolver algo de lo que nos deben a todos.
Muchos de ellos medraron en autocracias que siguen vivas en sus oscuros inventarios, mas acusan a los oponentes de déspotas. Militan en partidos cuyo signo de identidad tradicional ha sido la absoluta falta de transparencia, pero tachan de corrupto al adversario. Han sido antiliberales y censores a ultranza, pero atribuyen a cualquier intervención de los poderes públicos (para ejercer un arbitraje que aminore desigualdades extremas) de socavar la libertad; han sido belicistas; han sido antisemitas... Pero son hábiles retóricos y embisten con sus sofismas a los desventurados.
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