martes, 30 de diciembre de 2025

GRANADA, LA CIUDAD RUGIENTE

       Desde los altos de la Alhambra, oigo cómo ruge Granada en la lejanía en estos días navideños, asaltada por hordas de turistas ansiosos por asomarse al ciego brocal de sus pantallas. Todos beben de botellas de agua que formarán montañas de plástico, todos tragan sin cesar, todos gritan a sus teléfonos inteligentes e inmortalizan el momento con fotos que pasan de inmediato a ser desechos de basura en los nodos de las redes. Aborregados tras un guía con estandarte o arracimados en torno a un espectáculo inmersivo de luz y de sonido anunciado como sostenible, cuando nada de esto puede sostenerse a poco que piense uno en los limitados recursos disponibles, en los vulnerables límites de la salud física y mental de los hombres, o en los indecentes márgenes de la desigualdad rampante entre hermanos, malos hijos de Gaia.

Veo el trajín de los aviones, que, desde este otero, diviso envueltos en nubes tóxicas, vomitando sin cesar. Los trenecillos turísticos, los taxis, los buses cargados de abundante carne humana que no deja espacio a los vecinos, quienes, con sus afanes, han sostenido la ciudad durante siglos. Gruñen todos en carreras alocadas para llegar a tiempo al almuerzo o a la cena en el restaurante atosigado donde se consumirá más bebida de la aconsejable, más carne y pescado de lo debido, más azúcar de la permisible. Y los sobrantes arrojados a vertederos que, repletos, rebosan por torrenteras de hambre, por escarpadas laderas por las que trepan las legiones de los hambrientos del mundo.

Ruge la ciudad en sus templos de consumo, en sus Nevadas Shopping. Lemas heréticos porque toman en vano el buen nombre del lugar sagrado: Sierra Nevada, reserva de silencio, reducto de aire puro, de frágiles briznas de hierba, de inocentes seres, de blancas nieves recién caídas, de aguas solitarias y vírgenes, de equilibrios tan naturales como milagrosos, de paz y apartamiento.

Navidad, cumplida venganza de los mercaderes expulsados del templo por el látigo de la santa ira del que dicen que nació sin nada.

¿Rugirá así el campo de batalla? ¿Será este el estruendo de una guerra? ¿El relincho del caballo picassiano?

Granada, que acunó el sueño de Ibn Zamrak y el Cántico de San Juan, que imaginó las añiles inmaculadas de Alonso Cano y fraguó las ideas de Ganivet, que aquilató la música de Falla, la palabra de Federico o los sones de Morente y Carlos Cano, la del duende y los rumores de acequias se revuelve herida. La urbe en la que «estallan en la fronda de amor los ruiseñores/ ebrios de tanta noche, de tanta melodía.» La del cóncavo cielo que refleja las flores, mientras «la brisa tenue las riza de alegría.»

Por el camino del Avellano, el rugido enfebrecido se va apagando. El cerro del Sol, pantalla vertiginosa, preserva claro el rumor del agua, la música del Darro en su pacífico discurrir por la ribera en la que se contempla el Sacromonte.

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1 comentario:

  1. Verdaderamente, señor Ángel Ramírez, me sabe a música celestial pensar en ese otero que usted comenta. Y las vistas que desde ahí describe.

    Piense que vivir un paseo como el que usted hace cada mañana se ha convertido en un auténtico grito: ¡Quiero vivir, respirar aire puro, disfrutar del legado de una ciudad milenaria!..., y tan bella.

    En definitiva, cada uno de esos paseos es un acto revolucionario, si bien practicado desde los márgenes. Pero el margen es bello, ¡yo lo escucho a usted, yo lo lo acompaño a usted, yo soy su hermano, y somos algunos más!

    Toda esa bazofia turística que usted denuncia, todo ese despilfarro, en connivencia, además, con el síndrome moderno del mito de Narciso (móvil en la mano mediante), nos conducirá, ineluctablemente, a la capitalidad europea de la cultura (glub), y, entonces, amigo Ángel, estos tiempos de hoy (hoy mismo, esta misma mañana, radiante y fría), nos parecerán hasta lejanos y más deseables aún.

    ¡Mañana, un nuevo paseo, en honor a esos malos políticos que nos desgobiernan!, porque todavía no pueden decidir hacia dónde apuntará mi pie cuando salga de casa y comience a caminar.

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