Escultura de Mariluz Escribano Pueo en el parque Federico García Lorca (© Ideal de Granada) |
"Y el silencio se agranda en el silencio, y las conversaciones languidecen, y lloran las palabras y los lutos por Federico ausente como un muerto, por tantos muertos con el pecho herido en las lunas de agosto y de septiembre."
Estos versos escribe Mariluz Escribano (1935-2019) rememorando sus juegos de infancia en una Huerta de San Vicente atravesada sin remedio por la espada de la ausencia. A su padre, Agustín Escribano, profesor y director de la escuela de magisterio, lo habían fusilado en las tapias del cementerio granadino de san José la noche del 11 de septiembre, veintitrés días después de Federico.
A la Memoria Democrática, la ultraderecha y la derecha fernandina oponen su ley de concordia, que pretende perpetuar el olvido al que la dictadura franquista condenó a las víctimas de su victoria militar. Son políticos poco hechos a parlamentos democráticos, y prefieren gritar sus consignas rupestres de patrias excluyentes, de derechos privativos, de amaneceres tristes sobre campos sembrados de cadáveres, desde oscuras trincheras excavadas con el pico de la ignorancia y la pala de la sumisión.
Sé que hay una derecha ilustrada y liberal que no comulga con estas ruedas de molino. Tal vez debiera hacer valer su voz en beneficio de su partido y de la salud democrática más elemental. Nuestra memoria, frágil y selectiva, deforma el pasado con facilidad, pero los hechos son tozudos.
Las víctimas de la República, que también las hubo, fueron enterradas en camposantos, iglesias y panteones donde sus deudos pudieran recordarles con un rezo o una flor doliente. Mi añorado padre, Antolín, que en los años treinta se afilió a Falange, pasó buena parte de la guerra civil en las cárceles de Andújar, de Martos -donde fue obligado a cavar trincheras- y de Jaén, sin otro cargo penal que el de haber pertenecido a ese partido. En los primeros envites de la contienda, mi padre también dejó Madrid, adonde había ido para hacerse sastre y había conseguido abrir un negocio en la calle de Santa Engracia, en Chamberí. Buscaba cobijo en Andújar, donde tenía otra sastrería y le esperaba su familia. De prisión salió desnutrido y enfermo, pero, al menos, salvó su vida por los apoyos externos que no le faltaron. Otros muchos no tuvieron esa fortuna. Finalizada la guerra, recuperó su libertad y sus bienes, y fue reconocido con cargos políticos municipales como responsable local de Auxilio Social y concejal siendo alcalde Tomás Escribano. Salió escaldado y nos repetía que nunca nos dedicáramos a la política. En definitiva, él pudo continuar con su proyecto de vida sin más contratiempos que los achaques propios de vivir. Nunca se mostró revanchista, se negó a testificar contra los adversarios, y, luego, nos trasmitió a sus hijos una férrea voluntad cívica trenzada con los valores del respeto y la compasión, y un rechazo natural a la violencia. (Antonio Carmona Navas, "Escenas de violencia política y represión durante la Guerra Civil y la posguerra en la Campiña de Jaén". Universidad de Jaén, Octubre, 2020, págs. 69, 495 y 1676; Santiago de Córdoba Ortega, "Historia y memoria de Andújar 1931-1977". Jaén, 2015, págs. 313, 577).
Sin embargo, las víctimas de la dictadura fueron sepultadas en fosas comunes o condenadas a la cárcel y el exilio hasta la muerte del dictador. Sus descendientes llevan décadas exigiendo la reparación, la justicia y la verdad que las instituciones les han negado. Porque en nuestra democracia, ya casi cincuentona, persiste el oprobio de las sepulturas anónimas de miles de represaliados. En este contexto, pretender equiparar a unos y otros es querer perpetuar la iniquidad que impide que cicatricen las lacerantes heridas de una guerra civil cuyos ecos no cesan de atronar nuestros exhaustos oídos.
Mientras queden víctimas sin identificar, seguirá sin cerrarse el duelo y permanecerá abierta una fosa en la memoria colectiva de este país, como una úlcera infectada que enferma a todo el organismo social.
"Cuando llegan los días de septiembre, láminas del otoño, las madrugadas frías y estrelladas detienen sus palabras. Pero es solo un instante de sangre y de fusiles porque mi padre vuelve del silencio y pasea conmigo el callado silencio de las calles"
No solo fueron terribles los estertores que la dictadura dejó en la transición, ahora es aún peor enterrar la memoria. Buen artículo. Un abrazo.
ResponderEliminarLa transición tuvo algo de gatopardismo. Gracias, Francisco, por tu comentario
EliminarMuy buen artículo Ángel, como siempre por qué escribes muy bien. Yo recuerdo, las lecturas de las actas de claustros y Consejos Escolares que escribías cuando fuiste secretario del IES “José Martin Recuerda” Nada más que por escucharlas merecía ir a aquella sesiones, dónde no se cumplía aquello de “producir dolor de cabeza y frío en los pies” Volviendo a tu artículo, no dudo de la existencia de una derecha ilustrada y liberal que no comulga con ruedas de molino, pero a esa no de le escucha, no le dan cancha. La que tiene voz, es la de Ayuso y MAR y la que ahora constituye VOX.
ResponderEliminarSí. La derecha del PP lleva años realizando contorsiones acrobáticas para absorber, unas veces el espacio de centro, y otras el espectro más oscuro de la derecha posfranquista. Ahora, en su pugna con VOX, está más en esto que en aquello. Quienes tengan una visión más democrática del país, más en línea con la Democracia Cristiana europea, permanecen arrinconados. Es una pausa táctica a la espera de que vuelva el momento estratégicamente propicio para retomar el catalán en la intimidad, o incluso referirse a ETA como movimiento vasco de liberación. Estos vaivenes delatan lo frágiles que son sus cimientos democráticos.
EliminarMuchas gracias por tus comentarios