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domingo, 27 de enero de 2013

Filosofía, ¿para qué?


(Publicada en El País)
 No hay gobierno que se precie en España que no acometa reformas tendentes a minar las bases formativas del sistema educativo para convertirlo en un hacedor de ciudadanos productivos y cuanto menos formados, mejor. En este contexto se entiende el descomunal ataque, mortal de necesidad, que recibirá la Filosofía si la última versión de la ley Wert se acaba imponiendo. En realidad no es su última versión, sino su primera y original, pero se guardó en un cajón esperando a que escampara el chaparrón del primer envite. Por otra parte, ¿por qué no iba a salir adelante? Este gobierno no escucha a los jueces cuando reforma la justicia, ni a los médicos cuando hace lo propio con la medicina; ¿va a escuchar a los desprestigiados docentes ahora que quiere sacar adelante su propia reforma educativa para ajustar cuentas con la progresía decadente y poner las cosas en su sitio?
            ¿Para qué hablarles a nuestros bachilleres de Platón, Descartes, Nietzsche u Ortega? ¿Qué puede aportarles su crítica del conocimiento, la cultura, la historia o la religión? ¿Los mejorará acaso sus reflexiones éticas? Seguramente no. Un paseo por los argumentos de la duda cartesiana o la invitación nietzscheana a no ser camellos tal vez les ayude a modelar su rebeldía y a hacerla más fecunda. Pero poco puede contribuir esta pandilla de heterodoxos a un modelo de educación competitivo y economicista que persigue hacer de nuestros jóvenes unos trabajadores abnegados, buenos consumidores y votantes dóciles. Para eso les bastará con una formación técnica y un adoctrinamiento religioso, de cualquier signo, que esto importa menos.    
            También recordamos que un gobierno de Felipe González suprimió la Historia de la Filosofía como asignatura común en 2º de Bachillerato y la relegó a materia de modalidad en el bachillerato de ciencias sociales. Tuvo que ser una ministra del PP, Pilar del Castillo, quien la restituyera. (Por cierto, en el anteproyecto de la LOCE -2001- se establecía ya una reválida o Prueba General de Bachillerato –PGB- para obtener el título de Bachiller y acceder a la Universidad. ¿Les suena?). Pero Wert-Rajoy ha ido más allá que los socialistas, haciendo de la reforma una demolición controlada: reduce la Filosofía a una mera optativa y, además, suprime la Formación ético-cívica de 4º de ESO (impartida por profesores de filosofía) y también la Educación para la ciudadanía de 5º de Primaria y 3º de ESO (que los filósofos comparten con los profesores de ciencias sociales). Todas ellas han sido hasta ahora asignaturas comunes y obligatorias para todo el alumnado, convirtiéndose en instrumentos preciosos para la maduración intelectual y la formación en valores laicos comunes, imprescindibles para la convivencia. De hecho, así sucede en los países de nuestro entorno europeo.
            Ahora Rajoy suprime tres asignaturas necesarias para el fomento del debate crítico y formativo, y para el conocimiento de otras formas de pensar y entender la existencia, y da vía libre al adoctrinamiento religioso; pues la religión sale fortalecida con la vuelta al viejo sistema de elección entre ésta y la ética (sistema considerado inconstitucional en varias sentencias del Tribunal Supremo). Vuelve a ser la ética filosófica, racionalista y laica, la hermana pobre de la religión: sólo llegará a los hijos de los descreídos o de quienes practican religiones diferentes a la verdadera. Sigue la segregación ideológica en las aulas. Vuelve el pasado.   

martes, 22 de enero de 2013

¡A buenas horas!

Ofensiva parlamentaria del PSOE contra los privilegios de la Iglesia

(Enlace al diario PUBLICO)

En casi ocho años de gobierno, el PSOE no fue capaz de denunciar los preconstitucionales (y hasta franquistas) Acuerdos con el Vaticano, ni tampoco de sacar adelante una ley de libertad de conciencia (un compromiso electoral que Zapatero incumplió, a pesar de las peticiones de Izquierda Socialista en este sentido). En la LOE (su ley educativa) no se cuestionó la presencia de la religión en todos y cada uno de los cursos de la educación obligatoria y pos-obligatoria, y se mejoraron las condiciones de los conciertos educativos (de centros católicos en su mayoría) en detrimento de la enseñanza pública. Y, por si no fuera suficiente, en 2007 el gobierno de Zapatero incrementó lo que recibía (y recibe) la Iglesia católica en concepto de IRPF, pasando del 0.5 al 0.7 %. Este hermoso gesto permitió a los obispos de los pobres aumentar su recaudación en más de 11 millones de euros respecto al año anterior. Bien, pues ahora Rubalcaba (que no es precisamente un recién llegado y formaba parte de aquellos gobiernos), se rasga las vestiduras y su partido se pregunta cuánto cuesta al erario público los beneficios fiscales de la confesión católica o los profesores de religión. Ellos deben saberlo, pues son corresponsables de esta situación que ahora les alarma. Además, hay asociaciones laicistas, como Europa Laica, que llevan casi veinte años respondiendo a esas preguntas y denunciando una situación insostenible en un Estado democrático (presuntamente, al menos). A la vista de los acontecimientos pretéritos, nos tememos que se trata de un nuevo amago que terminará en nada, tras surtir el efecto de imagen buscado ante la izquierda.

viernes, 11 de enero de 2013

El año ominoso


“El poder público viene a ser hoy, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de los ricos.”
 
     Una somera reflexión acerca del primer año de gobierno de Rajoy nos autoriza a pensar que su lema podría rezar así: “Haz lo que prometiste no hacer; lo que prometiste, no lo hagas”.
     El balance anual nos presenta a un gobierno que peca por acción y por omisión. Ha hecho lo que prometió que no haría (subir el IVA y el IRPF, bajar el sueldo de los funcionarios, no actualizar las pensiones, abaratar el despido, recortar en derechos laborales, en los presupuestos de educación -con subida de matrículas universitarias, y bajada en profesorado y en becas-, y de sanidad, acabar con la justicia universal y gratuita). Y, al mismo tiempo, ha dejado de hacer lo que dijo que haría (aprobar una ley de transparencia, suprimir instituciones innecesarias y gravosas para las arcas públicas como el Senado, las diputaciones o las mancomunidades).
     Estos señores gustan autodenominarse reformistas, pero sus reformas van siempre contra la mayoría trabajadora. Y las aplican en cascada, de manera que no hemos terminado de protestar contra la privatización de los hospitales, cuando nos imponen las tasas judiciales o desmantelan la educación pública. No tocan, sin embargo, lo que buena parte de la ciudadanía reclama derogar con el apoyo del sentido común: la ley hipotecaria, la de indultos gubernamentales, la electoral, la ya añosa -y añeja- Constitución, o los privilegios del clero, es decir, el decimonónico clericalismo -manifiesto en los preconstitucionales Acuerdos con el Vaticano, en la exención de pagar el IBI (incluso para edificios en explotación que reportan suculentos beneficios, como aparcamientos públicos), en la presencia de la religión en las escuelas públicas a cargo de un ejército de más de diez mil catequistas pagados del erario público pero escogidos feudalmente por la Iglesia (1), en la potestad de la Iglesia para inscribir a su nombre propiedades -el chollo de las inmatriculaciones-, o en las subvenciones millonarias para sus colegios concertados, donde, con el dinero de todos, hacen de su capa un sayo.-
     Pretenden los populares hacernos comulgar con silogismos que no son más que falacias, como éste: “Resolver una situación difícil exige adoptar medidas drásticas. Heredamos una situación económica muy difícil. Conclusión: Las medidas que estamos aplicando son duras, pero son necesarias y las únicas posibles para salir de esta situación.” Pero la conclusión adecuada es que hay que tomar medidas, sí, mas no que no haya un camino distinto al que ahora transitamos a la fuerza, una camino más solidario.
    No son de fiar estos que se erigen en defensores de la familia, pero permiten a sus amigos banqueros dejar sin techo a niños, jóvenes, ancianos y a familias enteras, arruinadas de por vida por una deuda que ni entregando su hogar quedará saldada. Han sido sordos al clamor de trabajadores, estudiantes, parados, pensionistas, médicos, docentes, investigadores, jueces... Con un país en huelga o manifestándose en la calle, sólo han buscado el aplauso de la Troika, de la Conferencia Episcopal y del ala más conservadora de la CEOE, representada por el eximio Díaz Ferrán, un ladrón de chaqueta y corbata imputado por delitos diversos de los que acabará siendo indultado. Se ha incrementado exponencialmente en estos doce meses la percepción ciudadana de que los gobiernos de los últimos años (PSOE-PP) han sido el brazo ejecutor de una oligarquía permanente y camaleónica, que sólo cambia de color y que gobierna para las élites (política, empresarial, financiera y religiosa). Esta presunta bicefalia gubernamental se ve avalada por hechos tan tozudos como la relación de indultados por ambos gobiernos (entre los que se cuentan Alfredo Sáez -lugarteniente de Botín-, los mossos torturadores o los militares condenados por el accidente del Yakolev-42); o como el acuerdo de reforma de la sacrosanta Constitución para limitar el techo de déficit y dar prioridad al pago de la deuda por encima de cualquier otra partida presupuestaria -incluidas pensiones, sanidad o educación-; o, por fin, la caza de brujas desatada al unísono contra el juez Baltasar Garzón quien pretendía arrojar luz sobre las cloacas de la dictadura de las que no han dejado de salir fantasmas en estos ya casi cuarenta años de presunta democracia. Se confirma, lamentablemente, el lúcido diagnóstico marxista acerca del tardo-capitalismo que encabeza este artículo.
     Nos deja, pues, el año una democracia herida y el desafecto de un importante sector ciudadano hacia la casta política. Y se reeditan algunas de las señas de identidad de la Década Ominosa, que vivió España bajo el yugo del indeseable Fernando VII: la represión de las libertades, la inoperancia económica y la presión de los ultra-reaccionarios, andas que llevaron a España a una de sus épocas de mayor oscurantismo y atraso económico, y polvos esos de los que vienen algunos de estos lodos.
     Democracia herida, degradada incluso a mera coartada para justificar cualquier decisión, represión o mordaza. Con los poderes legislativo y judicial sometidos al juego de intereses de la partitocracia, debilitados en su independencia, víctimas de un poder ejecutivo que, amparado en el voto mayoritario, ejerce su voluntad de espaldas a los votantes, sólo atentos a sus conmilitones y acreedores.
     Habla Rajoy de la legitimidad que le confieren las urnas (en las que, por cierto, obtuvo 233.831 votos menos que Zapatero en 2008), pero si un gobernante miente, entonces queda moralmente deslegitimado. Y si mentir es hacer algo distinto de lo que se ha prometido o decir algo distinto de lo que se cree o piensa, Rajoy ha mentido. Si quien miente es el presidente de un gobierno democrático y, además, lo hace para sacar provecho (ganar el poder), no le queda otra que dimitir. Es lo que también debió hacer Zapatero en mayo de 2010 cuando desde fuera le impusieron condiciones leoninas que no había pactado con los ciudadanos a los que se debía.
     Y en medio de este páramo, decorado con casos de corrupción que afectan a cargos públicos de casi todos los partidos, reaparecen las pataletas de los independentistas catalanes y vascos, rabietas de niños malcriados repetidas cíclicamente y que tan bien les vienen a los que mandan en Madrid y en la periferia para que hablemos de otras cosas y no de las que importan.
España sigue funcionando mal que bien a pesar de sus gobernantes. ¿Qué queda de la ejemplaridad moral de los responsables públicos, esencial en un régimen de libertades? Dicen que saldremos de la crisis, pero, en todo caso, será a costa de una regresión en derechos y del sacrificio de una generación de jóvenes, los mejores formados de nuestra historia. Sí, a pesar de las críticas reiteradas de la derechona a la educación pública, universal, integradora, gratuita, el gran resorte para superar las desigualdades de partida. Así preparaban el terreno para el desmantelamiento de la educación pública con que soñaban desde hacía tiempo.
     Es un balance triste y difícil de superar.

(1) Presencia que se verá reforzada con la LOMCE que impone una alternativa con contenido curricular -Valores éticos-. Sucesivas sentencias del Tribunal Supremo han establecido que la Ética no puede ser la alternativa a las clases de Religión: la actividad alternativa no puede ser evaluable, ni ocuparse de materias curriculares.

domingo, 6 de enero de 2013

Una modesta proposición



Para prevenir que los niños pobres de Irlanda
(en especial los católicos o papistas) sean una carga para sus padres o el país, y hacerlos útiles al público
            Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigas, seguidas de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes, quienes apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.
            Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del Estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.
            Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
            Habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.
            Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.
            El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio. De éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.
            Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor. Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.
            Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.
            Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.
            He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho. Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.
            Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos más niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.
            Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.
Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.
            En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.
            Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.
            Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.
            Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.
            He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.
            En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.
            Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.
            Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.
            Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.
            Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.
            Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.
            Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.
            Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.
            No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.
            Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.
            Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.
            Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.
Jonathan Swift
(Este breve ensayo del autor de Los viajes de Gulliver se imprimió en Dublín en 1729, un año de profunda crisis económica que empobreció a campesinos y jornaleros irlandeses. Con esta sátira pretendía Swift poner al descubierto la hipocresía de los ricos propietarios que expresaban su malestar por el incremento de mendigos en las calles, a la vez que imponían elevados arriendos de sus tierras a los campesinos.)