domingo, 4 de mayo de 2025

Elogio de la indolencia

Plaza Vieja de Andújar
en los años 60

Mi padre era sastre, hombre serio, severo y siempre bien vestido. Tan cariñoso con su esposa y sus hijos, como adusto con los extraños y aun, en ocasiones, con los amigos. Muy atento y dedicado a hacer cuanto se podía esperar que hiciera un buen esposo, un cabeza de familia y un profesional de la sastrería. Siempre ponía exquisito cuidado y concentrada atención en lo que hacía, decía o decidía. Antolín era, pues, persona muy responsable. 

EL diccionario de la RAE propone diversos sinónimos para el término "responsable", todos ellos laudatorios, lo que nos permite percibir la atávica aceptación social del mismo: la persona responsable pasa por ser cumplidora, consecuente, formal, seria, sensata, juiciosa, consciente y prudente. ¡Todo un ejemplo a imitar! 

Sin embargo, la familia semántica de su antónimo lo constituye un elenco de palabras bien elocuentes, con una fuerte carga peyorativa, preñadas del poderoso descrédito social que ese término acumula: el  irresponsable es indolente, imprudente, insensato, irreflexivo, inconsciente, loco, desorejado, valeverguista, yoquepierdista... ¡Vaya alhaja! Y, en los alrededores de su campo semántico, como términos afines, nos topamos con negligencia, abandono, desidia, descuido, dejadez, holgazanería, vagancia, pereza, desgana, inapetencia, inconstancia, desinterés, abulia, incuria, boludencia. ¿Quién querría vérselas con un tipo adornado con semejantes entorchados? 

Mi padre, como cabía esperar, nos educó en una responsabilidad cuasi kantiana, que, luego, supimos transmitir a nuestros propios hijos. Recuerdo que Mari Ángeles, la primera maestra de mi hija —que entonces tenía sólo tres tiernos añitos— en una conversación con nosotros, ya pronunció la execrable palabra al advertirnos que nuestra hija era muy responsable. Creo que demasiado —apostilló—. Yo me pregunté en silencio cómo alguien podía ser responsable a tan corta edad. Pensé, para tranquilizarme, que solo sería una manera de hablar. Porque el comentario de la tutora, lejos de sosegarme, me ocasionó perplejidad y preocupación. Pero el tiempo le ha ido dando la razón a la sabia y perspicaz maestra. 

Mi primera vivencia personal de esta virtud (?) fue también precoz, como, de nuevo, cabía esperar. Tuvo lugar a mis poco más de cinco años con el nacimiento de Antonio Gerardo, mi hermano pequeño. Sin saber cómo ni por qué, yo, a iniciativa propia, asumí la protección de ese niño indefenso. Y así fue hasta que él llegó a la adolescencia. Yo tenía ya diecisiete años y él doce. Demasiadas maravillas me aguardaban entonces fuera de casa como para ocuparme de mi hermano. Fue el único espacio de tiempo en que viví en una almibarada irresponsabilidad. Las suculentas urgencias vitales del instante me sustraían a los herrumbrosos imperativos morales. Además, proteger a un adolescente me parecía algo inviable. Sobre todo, si quien pretendía hacerlo era otro náufrago con espinillas. Me dejé el pelo y las patillas largas, me enfundé unos vaqueros, me eché al alcohol y el tabaco (aliñado, a veces), y, embriagado por el profundo aroma del azahar —verdadera música del abril andujano—, salí en busca de amigos y, sobre todo, de dulces y perfumadas amigas. Y así transcurrieron esos pocos años de remisión de condena. 

Pues bien, cuando nació Darío, mi primer hijo, comenzé a confundir su nombre, de manera que a Darío lo llamaba Antonio y a este, Darío. No podía evitarlo, y ¡aún sigue ocurriéndome treinta y un años después! A nivel inconsciente mi mente debe de confundir el objeto natural de mi responsabilidad paterna con aquel bebé que, siendo yo mismo un niño, había tomado inopinadamente a mi cargo. 

Para el hiperrresponsable (así, con tres erres), su peor juez es él mismo, de manera que el imperativo categórico* que, según Kant, la razón pura práctica, como magistrado imparcial e implacable, se autoimpone  —la conciencia moral o superego en la versión freudiana— adquiere en él su más depurada, genuina y cruel expresión. 

Por paradójico que pueda resultar, a las personas responsables nos es muy trabajoso ostentar cargos de responsabilidad y, sobre todo, salir de ellos indemnes. El afán de perfeccionismo, el deseo de agradar, el excesivo amor propio, la fidelísima sujeción a las normas, nos hacen sufrir en demasía, y podemos concluir nuestra experiencia gestora como el rosario de la aurora. Mi padre fue concejal y teniente de alcalde —sea esto lo que sea— del Ayuntamiento de Andújar durante la posguerra y, al no estar dispuesto a transigir con ciertos enjuagues, acabó teniendo que refugiarse durante una temporada en Madrid (donde tenía negocio y casa) por consejo del alcalde Tomás Escribano. Evitaba así caer víctima de las arteras artimañas que contra él tramaba un alto cargo del autocrático Régimen que no admitía contratiempos ni remilgos morales. Siempre nos recomendó con insistencia vehemente no entrar en política, pues, según nos decía, en ella solo anidan las malas artes. 

A estos sujetos hay que liberarlos de la tiranía del deber que a sí mismos se imponen y que les persigue despiertos y aun dormidos todos los días de su vida, todos y cada uno de ellos. Hay que encomiarles en el dolce far niente, educarlos en una saludable y despreocupada indolencia y liviandad, haciéndoles ver que, a veces, es conveniente incumplir ciertas normas menores, aplazar compromisos, dejar pasar de largo algunos problemas, hacer lo contrario de lo que se espera que hagan y saber que es necesario aceptar sin amargura, con naturalidad, las críticas, el desapego, la disrupción, la entropía, los errores, las imperfecciones... 

Y digo bien, todos los días de su vida. Cuando mi padre, con 92 años, yacía en su lecho de muerte en una larga convalecencia que le mantuvo lúcido, pero casi inmóvil durante siete meses, un médico amigo nos dijo que las personas como mi padre sentían el abrumador peso de la responsabilidad familiar hasta el final, y nos aconsejó que, utilizando las mejores y más amorosas formas, ensayáramos con él la última despedida, haciéndole ver, al mismo tiempo, que podía irse tranquilo, que todo estaba en orden para su partida... Así lo hicimos. Mi padre falleció en paz, mientras dormía, en la mañana del 8 de septiembre de 1997.

* "Obra según una norma de tal naturaleza que puedas desear que se torne en ley universal"; o, dicho de otra forma, que el único móvil de tu acción sea siempre el deber y nada más que el deber. 

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jueves, 1 de mayo de 2025

La letra con sangre entra


En la escuela de mi época, un cole sin niñas de los años sesenta y primeros setenta, el castigo era considerado como un recurso educativo necesario y esencial para formar buenos españoles, hombres de provecho. Con frecuencia, se recurría a sentencias bárbaras como si constituyeran todo un programa pedagógico. Hacía furor "La letra con sangre entra" —que María de Maeztu ya había remedado años atrás afirmando que el refrán era cierto, pero aplicado a la sangre del maestro*—, así como "Quien bien te quiere, te hará llorar", "No hay zurdo bueno" o "En boca cerrada no entran moscas".

La palmeta —con distintas versiones en función del material y el grosor del instrumento de tortura, y con la suela de zapato, que, según se decía, picaba aún más, como innovación tecnológica— podía aplicarse con procedimientos diversos, dependiendo del ingenio sádico del cruel docente, al margen de la praxis habitual sobre la palma de la mano completamente extendida o en las tiernas posaderas del crío. Por ejemplo, en las uñas de los dedos, una vez agrupados formando un ramillete —el huevo— presto para recibir el seco y certero golpe. En estos casos, había encendidos debates acerca de si era más o menos doloroso tener las uñas largas o a ras de la yema. Asimismo, corrían bulos sobre cómo aminorar el suplicio untándose las manos de ajos, aceite u otros posibles cauterios. Otra opción de apaleamiento era la regla graduada que se usaba para dibujar en el encerado. Al golpear con ella el cuerpo del niño, que se ovillaba para proteger los órganos vitales, la regleta saltaba por los aires en mil pedazos en un espectáculo sobrecogedor. 

También era castigo usual la reclusión del disruptor en un rincón del aula. Pena que, a su vez, podía tener distintos grados: con el niño-reo arrodillado sin más, o bien arrodillado con los brazos en cruz o así pero con el agravante de sostener uno o más libros en las palmas de las manos dependiendo de la gravedad de su falta. Quienes ejercían esta violencia despreciaban los libros hasta ese extremo. 

Luego estaba el levantamiento de niño cogido por las orejas desde atrás —para, de paso, sorprenderle y proporcionarle un buen susto—. Este procedimiento era también muy temido y provocaba bastante sorna entre los compañeros. 

El sencillo y eficaz coscorrón hacía las delicias de más de uno. Cuando se trataba de una cabeza casi desnuda por la escasez de cabello —como era habitual entonces—, los nudillos producían al golpear el hueso un sonido hueco que permitía al ejecutor adornar el castigo con algún comentario jocoso. 

Mención aparte merece la socorrida y pulcra tortura psicológica que iba desde el insulto y el comentario denigrante —que podía comenzar con la amenaza de colocarle al alumno poco avezado unas orejas de burro—, hasta el mote. Recuerdo a un maestro que, cual Homero desorejado, adjudicaba un epíteto a cada uno de nosotros. Así, yo era "Antolín, el verdadero o el falso", unos hermanos se convertían en "el rico y el borrico", y otro alumno en "el preferido de los dioses". Este colérico señor (?), que pasaba con pasmosa facilidad de un "Mírame cuando te hable, capullo" a un "¿Y tú por qué me miras?" —en función de su caprichosa interpretación del hecho mismo de mirar—, también contaba con una palmeta como parte esencial de su ajuar de magisterio. Y, para darle más lustre a la cosa, escribió en ella "Dura lex, sed lex" ("La ley es dura, pero es la ley"). 

Al finalizar las clases, se enfrentaba uno a diversos peligros en el inmediato entorno del centro escolar que, a las horas de salida —sobre todo a la tarde—, se convertía en un territorio minado, propicio a las emboscadas. El más temido era el conocido como "hacer los galgos". La víctima era sujetada por varios agresores que le bajaban pantalones y calzoncillos para, a la vista de todos, rociar de algún líquido (agua en el mejor de los casos) sus genitales. El chico quedaba deshecho, roto, sin otro consuelo que ir a llorar a su casa, donde, quizás, su padre le regañara por no haber sabido defenderse como un verdadero hombre. 

A nadie se le ocurría denunciar la agresión al maestro o al director. Además de ser acusado de chivato, un estigma que convertía al sujeto en un paria, era manifiesto que la autoridad educativa no tomaría medida alguna, con el riesgo añadido para el denunciante de volver a padecer el mismo suplicio. 

Afortunadamente, ya en esos años, comenzaron a llegar al cole maestros con una nueva visión pedagógica, como don Francisco Muñoz o don José Liñán que, seguramente, se avergonzarían de compartir claustro con semejantes energúmenos. 

Aunque tengo que confesar que, cuando mis hijos ingresaron en la primaria, descubrí con desasosiego y enojo que aún quedaban algunos vestigios de aquellos basiliscos que se hacían llamar maestros. 

* La implacable persecución franquista de la escuela republicana vendría a darle la razón a María. 

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lunes, 28 de abril de 2025

Comentario en Modo Horaciano

 (En respuesta a "Mi adiós a las aulas: quien enseña, aprende") 

Por Miguel Ángel Rubio Mirón


Ángel, amigo,
Ya ves que nuestras horas,
Como las hojas de aquel olmo machadiano,
Se van desligando del árbol de la vida
Y cubren, copiosas, el sendero que pisamos.
El balón que de niños perseguimos
Lo evoca la imagen despiadada
De una esfera en el espejo despojada
De aquellos rizos otrora seductores.
¡Ay! ¿En qué rincón quedaron los amores
De que gozaba sin parar la edad temprana?
—Bueno, no tanto
La alegría del primer sol en la mañana,
Tras una noche de soñar sin dormir,
Entre amigos,
De reír y cantar,
De mirar en silencio la negrura estrellada.
Y el descubrir la belleza en un libro,
La música en las olas,
La paz en un paisaje.
Aquella profesora que te enseñó los clásicos.
Aprender que la vida tiene también
Su peaje de dolor, pero vale la pena.

¿Acaso se va yendo lo pasado?
Queda en nosotros. Nos conforma.
Bien lo sabes.
Veo en mi frente las arrugas de mi padre.
En los ojos de asombro de una alumna 
Incapaz de reprimir un "¡hala!" muy sentido—
Veo mi mismo escalofrío de niño
Ante un hallazgo impensable.

El tiempo se detiene.

Cierto que uno teme
Otro crujido inesperado en las lumbares;
Que lo que eran guedejas
Vayan tornándose, con suerte,
Someras canas.
Pero ¡Qué importa! Aún conseguimos,
Después de todo y de vez en cuando,
Mantener el tipo batallando
En nuestras camas.

Miguel Ángel Rubio Mirón

martes, 22 de abril de 2025

Pobres en un sentido amplio



Según el obispo García Magán, portavoz de la Conferencia Episcopal Española, el Papa Francisco ha estado de parte de los pobres, pero, eso sí, "entendiendo pobreza en un sentido amplio, no solo material". 

¿A qué se refiere monseñor?

Cuando Cristo, en el Evangelio de Mateo, sostiene que es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos (Mateo, 19: 23-30), ¿utiliza él también el término "rico" en sentido amplio? El contexto de la cita, sin embargo, no parece inducir a error. Ya saben, lo del camello y el ojo de la aguja. Pero, por si acaso quedaban dudas, Jesús, que era muy didáctico, nos anima, dos líneas más abajo, a dejar casas y tierras para ser dignos de seguirle. 

Es la pobreza evangélica, de la que hablaron teólogos como Ignacio Ellacuría y monseñores como Óscar Arnulfo Romero, mártires ambos de la pobreza y de la justicia social en un sentido amplio, ahora sí. Así lo entendieron otros teólogos de la liberación como Juan Antonio Estrada, José Tamayo o Leonardo Boff, severamente amonestados por Juan Pablo II, elevado a la dignidad de los altares por la artrítica Iglesia Católica, investida de improviso para hacerlo de una juvenil presteza, tan gallarda como exultante. Así lo entendió, en fin, Francisco de Asís, tan pobre (¿de espíritu?) que, como un nuevo Diógenes, estimó que su raído sayo constituía ya un lujo excesivo. Y fue de este Francisco de quien tomó el nombre el difunto papa Bergoglio. 

Francisco defendió a los pobres, a los marginados, a los excluidos y a los migrantes africanos  que dejan sus vidas en el Mediterráneo, e, indignado, exclamó: "¡Vergogna!" ("¡Vergüenza!").También habló de la crisis climática y en su Laudate Deum la consideró el primer problema del género humano. 

¿Se estaría refieriendo el Santo padre, no a un cambio de modelo social y económico, sino a un cambio de espíritu? 

Pobre de espíritu es quien, careciendo de las virtudes esenciales (prudencia, paciencia, moderación y compasión), es incapaz de diseñar un proyecto de vida buena compatible, en un mundo de recursos limitados, con los proyectos ajenos, tanto del próximo como del distante. 

¿Es el de monseñor Magán el magisterio de la madre Iglesia? En caso de serlo, es un magisterio torticero y fullero. Yo creo que como ejemplos de pobreza de espíritu ya contamos con Donald Trump, con Elon Musk y con toda su camarilla de España y Europa. Porque muy pobre de espíritu ha de ser quien sitúa el dinero en la cúspide de su axiologia personal. Sin duda, Francisco era demasiado woke para ellos. 

Cuando el señor Magán habla de pobreza de espíritu, tal vez esté pensando en sí mismo, pues a las claras está que él también constituye un buen ejemplo; y, de paso, comienzan en la Conferencia a apropiarse de la figura de este pontífice valiente que ya no puede replicar. 

Vergüenza deberían sentir. 

domingo, 20 de abril de 2025

Mi adiós a las aulas: quien enseña, aprende

          


         PANTA REI, Todo fluye. Con esta sentencia dio comienzo a sus clases, allá por el año 1983, mi profesor Tomás Calvo Martínez en el que era mi primer curso universitario del grado de Filosofía. Se trata de uno de los aforismos más conocidos de Heráclito de Éfeso, apodado El Oscuro. Nada permanece. Y también con ella terminaban mis alumnos de segundo de Bachillerato su exposición acerca de este enigmático filósofo en la que era una de mis últimas clases como profesor en el IES Manjón de Granada.

Antigua Sexi, ese era el sugerente nombre del Instituto de Bachillerato de Almuñécar donde me estrené un 15 de septiembre de 1989. Tenía 24 años y me esperaba un grupo de treinta y ocho estudiantes de COU a los que superaba poco en edad. La perfumada noche mediterránea de la víspera, alojado en un pequeño hostal próximo al rebalaje, dormí poco y mal. Pero amaneció una luminosa mañana de cielo azul y mar en calma, que me levantaron el ánimo. Después de un curso dedicado a las jodidas oposiciones, me reencontraba con ese olor tristón y espeso del aula, con el adobo picante de las saltarinas feromonas adolescentes. Yo iba con tanta ilusión como miedo. Y, para mitigar los nervios, mi hermano Juanfran, que ya era maestro y lo era por vocación, me aconsejó llevar un guion de actividades —con temporalización precisa, me indicó diligente— para esa mi primera vez en un oficio que tiene mucho de ritual, de puesta en escena. Hasta me anudé una corbata al cuello para aparentar más edad. Pronto comprendí que la autoridad —basada en el respeto recíprocoy el poder —asentado en el miedo— son cosas diferentes. De poco servía levantar barricadas, llamando de usted a mis alumnos o exigiéndoles un tratamiento similar hacia mí. Lo importante era no pensar en ellos como en grupos o bandadas, sino mirar a los ojos de cada uno y procurar tener presentes sus particularidades, sus talentos, sus expectativas y su intrahistoria única.

Después de treinta y seis cursos impartiendo en diversos centros las asignaturas de Filosofía, Ética, Educación para la Ciudadanía, Sociología, Psicología, Antropología, Oratoria y Debate, Atención Educativa, Ámbito Sociolingüístico, Proyecto Integrado y algunas materias más —incluso de otros Departamentos, como Francés o Geografía e Historia, con días de bastante miel y otros con alguna ceniza, hoy me despido de las aulas y de mis queridos alumnos.

Parece que fue ayer cuando mi madre me dejó por primera vez en una austera aula de mi desvencijada escuela. Tenía cinco años y ella me acompañó hasta la misma clase de doña Pepita. Solo la dejé marcharse con la promesa de que no se apartaría de la puerta hasta la hora de salida. El niño tímido y atolondrado que yo era entonces lo revela esta pequeña anécdota... (SEGUIR LEYENDO)


sábado, 19 de abril de 2025

Otra Semana Santa

Una pocesión en Córdoba ©Eldiario.es

       Una semana santa más con la ciudad convertida en un escenario permanente para que hermandades y cofradías exhiban sus dorados y abigarrados tronos portando imágenes de seres sufrientes, torturados, muertos. Encapuchados y mujeres de mantilla acompañan con sus cirios el fúnebre cortejo. Traicionando la necesaria neutralidad ideológica que la Constitución establece y un elemental respeto a la diversidad exige, las autoridades civiles y militares se aprestan a ocupar un lugar destacado en estas vistosas y teatrales comitivas, luciendo también ellos sus galas para ganarse la simpatía de los muchos espectadores, foráneos y lugareños, que observan boquiabiertos desde las aceras. 
        Calles intransitables, calzadas pringadas de cera, orina y vómitos de quienes, tras el edificante espectáculo de masas, acuden sin sonrojo a olvidar su luto embriagándose en los muchos templos de Baco, que conjugan en estos días penitencia y carnaval. Al encender la televisión, más procesiones, oficios religiosos, películas y documentales ensalzando la figura del Cristo, un profeta que proclamó que no hay fronteras porque todos somos hijos de un mismo padre, que hay que compadecerse del hermano pobre y del que viene de lejos, que no hay que adorar imágenes porque a dios se le reza en espíritu y verdad, que hay que buscar la justicia y no la codicia porque no se puede servir a dos señores, que debemos envainar nuestras espadas y poner la otra mejilla, y que un rico no puede entrar en el cielo, porque este está reservado para los débiles, los enfermos, los perseguidos, los empobrecidos, los pacíficos. 

       Pero, tanscurridos estos siete días, todos vuelven a sus quehaceres sumidos en una profunda amnesia. Y, así, el rico torna a adorar el dinero; las autoridades religiosas, a sus brazos en cruz, a sus hábitos dorados y a sus palabras vacías; el político, a sus demagogias, a sus fuertes y fronteras, a sus guerras. Y la mayoría a sus trabajos y sus días, asistiendo boquiabiertos, inanes, a los indecentes fastos de los poderosos. 

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domingo, 6 de abril de 2025

J. Stalin, Vladimir Putin, Adolf Hitler y Donald Trump

Las actuales negociaciones sobre Ucrania entre Donald Trump y Vladimir Putin, recuerdan demasiado al pacto de 1939 entre Hitler y Stalin para repartirse Polonia, precedido por el Acuerdo de Múnich, firmado un año antes por Reino Unido, Francia y Alemania, por el que las potencias europeas pretendían apaciguar a la bestia otorgándole el dominio de los Sudetes. Lo que siguió fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. 

El decidido apoyo del presidente norteamericano al exterminio del pueblo palestino ante el clamoroso silencio de buena parte del mundo, así como su liquidación por derribo de las instituciones que sustentan la democracia (los contrapesos al poder ejecutivo, una prensa y una judicatura autónomas, una Universidad libre y vigorosa, servicios públicos, impuestos progresivos, derechos civiles y derecho internacional...), dibujan un presente oscuro de consecuencias tan imprevisibles como indeseables para el futuro inmediato de la democracia y del humanismo. 

No dejes de leer el artículo que, en el suplemento "Ideas" de El País de hoy domingo, firma el poeta, novelista y profesor de la Universidad de Iowa Kaveh Akbar, nacido en Teherán. "¿Y tú qué harás ante el terror de Trump?", titula el diario. 

Es un grito de auxilio de un ciudadano asustado ante el cariz que están tomando los acontecimientos en EE. UU. y el mundo. 

Comienza así: "Esta noche he abierto Instagram y lo primero que he visto ha sido un vídeo de Rumeysa Ozturk, una alumna turca de doctorado de la Universidad de Tufts (Massachusetts), detenida por el ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los EE. UU. Ozturk iba caminando por la calle cuando se le acercó un agente de paisano escondido bajo una sudadera con capucha y la agarró de las muñecas mientras un segundo agente se acercaba rápidamente para arrebatarle el teléfono de las manos. Ambos acorralaron a Ozturk. En pocos segundos, aparecieron más."

Su atribulado y descorazonador escrito concluye con estas reflexiones y preguntas dirigidas al lector, cómodamente indignado desde el sillón de casa: "Quiero decirte que la impotencia es una coartada. Al igual que la desesperanza. Quiero preguntarte: ¿Qué piensas hacer, concretamente? ¿Mañana y pasado mañana? ¿Cuál será tu gesto para proteger a los más vulnerables, a los señalados, a los invisibles, a los siguientes de la lista? Ayuda. Te lo rogamos ahora que podemos."

(El País, 6-Abril-2025) 

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Tardes de soledad

Esta semana, acudí al cine Ideal, junto a la madrileña plaza de Jacinto Benavente, a ver la película "Tardes de soledad", del director Albert Serra. Un señor peruano -la nacionalidad de Roca Rey, el torero protagonista- apostado en el vestíbulo, me preguntó si iba a ver la cinta de su paisano e insistió para que me descargase una aplicación que, según él, me permitiría conseguir la entrada a un precio notablemente inferior a los diez eurazos de venta en la taquilla. Reacio a tener nuevas aplicaciones, que percibo como espías troyanos o como grilletes que se van sumando a mi digital condena, desistí de su consejo, consiguiendo, eso sí, un leve descuento por mi sesentena recién estrenada. 

Ya conocía la opinión de algunos críticos de cine como Carlos Boyero que, en el programa de la tarde de Carles Francino, en la Ser, dijo haberla visto animado por la impresión favorable de algún amigo cinéfilo cuyo criterio considera fiable. Boyero, sin demasiadas alharacas, afirmó que la película le pareció interesante, difícil de clasificar y algo repetitiva. Yo había oído también las manifestaciones del propio Serra a Cayetana Guillén Cuervo en Versión Española, de TVE, donde afirmó que había pretendido hacer una descripción objetiva de la tauromaquia. Entiendo que Serra lo dijo por decir algo, pues él sabe que no existe descripción objetiva posible: la mera elección de los contenidos o la colocación de la cámara  ya implican visiones parciales, sesgadas. 

La película, en mi opinión, refleja aspectos relevantes de la tauromaquia, pero omite otros muchos, demasiados. Elige la técnica del documental, sin voz en off y con imágenes impactantes, de excepcional calidad. La sucesión de primeros planos del rostro del torero y del cuerpo ensangrentado del toro, de los destrozos que ocasionan en su majestuosa anatomía las banderillas y la lanza del picador, así como de su terrible agonía se suceden sin descanso, hasta extenuar. Los comentarios de la cuadrilla destacan, en ocasiones, por su zafiedad. Asistimos a varias cogidas espeluznantes del diestro, tres si no me equivoco, pero que, afortunadanente, no tienen graves consecuencias. Llegué a pensar que Roca es un temerario inconsciente, cosa que los datos histórico de corridas y de percances desmienten. Sin embargo, no se ve una sola faena del torero, pues la asfixiante cercanía de la cámara, lo impide. Tampoco su vida fuera de la plaza en la soledad a que alude el evocador título y menos aún la del toro libre en el campo excepto al comienzo, en unas escenas nocturnas que subrayan la dimensión mitológica de este hermoso animal

Considero que la película es un eficaz alegato antitaurino que, sin embargo, puede pasar por lo contrario: ¡ha recibido el Premio Nacional de Tauromaquia! 

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viernes, 14 de marzo de 2025

Los exilios según Albert Camus

En la librería Jaimes (Barcelona), con la Asociación de Estudios Camusianos, el sábado día 22 de marzo a las 18:30 h


lunes, 10 de febrero de 2025

Antonina Rodrigo

El pasado viernes, celebramos en el Manjón el cumpleaños de Antonina Rodrigo. Esta mujer admirable de una vida tan larga como fructífera, les habló a mis alumn@s de Filosofía sobre María Zambrano y otras figuras del exilio republicano. Generosidad, rebeldía y honestidad intelectual definen su vida y su extensa obra escrita. Sus biografías de Mariana Pineda, María Lejárraga o María Teresa Toral, entre otras, constituyen una referencia obligada. Una plaza del Albaicín, barrio que la vio nacer, lleva su nombre. 
Durante el acto, proyectamos un vídeo donde el gran artista alcalaíno José Manuel Darro recita el poema que le ha dedicado a Antonina. 







José Manuel Darro: A Antonina




jueves, 23 de enero de 2025

Judíos, gitanos, mexicanos

FUENTE: launion.com.mx

En los años treinta del pasado siglo fueron los judíos (y también los gitanos) el colectivo señalado para que quienes, tras la fiesta, suelen (solemos) pagar los platos rotos (las clases medias y los más empobrecidos) se desahogaran dirigiendo su frustración y su rabia hacia esa diana. Se lograba un doble objetivo: dividir a los de abajo,  enfrentándolos entre sí, y neutralizar cualquier atisbo de revolución contra los poderes fácticos, responsables del crack del 29 y de la desigualdad y miseria que vinieron después. La estrategia, tan simple como eficaz, es siempre la misma: se fabrica una crisis generando una burbuja especulativa en el gran monopoli global; o bien, desatando una guerra, sea esta fría, caliente o templada. Las bolsas suben porque los señores de la guerra sanearán sus cuentas. Tras unos años, viene la paz y la reconstrucción ("Gaza es un lugar interesante para hacer cosas: buen clima, extensa costa..." - decía hace unos días un babeante Trump). Vuelven a subir las bolsas. Ahora serán las entidades financieras, las empresas inmobiliarias y las de la construcción quienes hagan caja porque toca reparar infraestructuras, casas, hospitales y escuelas; incluso levantar hoteles y campos de golf donde antes había un barrio. Para evitar las protestas, dos armas infalibles: el miedo (ya tenemos al lobo en casa) y la catatonia (generada por el consumo compulsivo y por el dulce suero de las redes sociales). Ya solo queda dirigir el odio, el miedo y la frustración acumulados hacia el lugar adecuado. ¿Contra quiénes? Se trata de elegir a una víctima, cabeza de turco o chivo expiatorio al que endosar todas las culpas: judíos, moriscos, gitanos, negros, jesuitas, masones, disidentes, vagos, homosexuales... A través de las épocas, las posibilidades han sido siempre estimulantes y variopintas. ¡Y vuelta a repetirse el ciclo! Hoy los señalados por el dedo acusador de los magnates son los migrantes (en Europa, magrebíes, africanos y sudamericanos; hispanos, en EEUU). Tal vez en un mañana que yo ya no conoceré (¿o, tal vez, sí?), la minoría repudiada sea el grupo del que tú o yo formamos parte hoy: ¿andaluces, extremeños, escépticos, onanistas, zurdos, albinos, católicos...?¡Qué sé yo! ¿Recuerdas el poema de Brecht (...luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío...)?  La historia da muchas vueltas, pero siempre en torno al mismo cuento.

lunes, 6 de enero de 2025

España, terraza de Europa


"
Plaza de La Romanilla (Granada),
okupada por terrazas de bares
¿Cuánta agua tiene que caer para admitir que está lloviendo?
". 

Así nos interpela el Niño de las Pinturas desde un muro del Realejo granadino.

Pues eso, veamos cuánta agua.
En el entorno inmediato a la catedral de Granada, se han inaugurado en los últimos cuatro años cuatro grandes hoteles -que vendrán a sumarse a los muchos que ya había- (y hay al menos dos más en proyecto o en ejecución); asimismo, se han abierto otros tantos edificios dedicados en exclusiva a apartamentos turísticos. Hablamos de más de mil nuevas camas en este reducido espacio urbano.
Una mañana de domingo, al pasar por la catedralicia plaza de las Pasiegas, vi salir a una anciana de su portal y, al paso de un nutrido grupo de guiris, exclamó con descaro y amargura "¡Vamos a comer maletas! ".
Ahora soy yo quien desea preguntar con el Niño.
¿Cuántos nuevos negocios de comida rápida y souvenires que desplazan al comercio tradicional se abrirán al calor de esas nuevas plazas hoteleras? ¿Y cuántos nuevos bares y restaurantes con sus correspondientes terrazas? ¿Cuántas personas dejarán de comprar o alquilar una vivienda en el barrio por la subida de precios que ocasionará la compra masiva por parte de grandes inversores atraídos por el olor del negocio inmobiliario?
Gentrificación llaman ahora a los efectos de este renovado vandalismo.
Tras la pandemia, nos pedían solidaridad con los bares. Bien, pero no a cualquier precio. ¿Quién se solidariza con el anciano cuyo último tramo de vida se ha vuelto un infierno por el bar que le pusieron en la plaza donde vive o porque esa misma plaza se ha convertido en un recinto de usos múltiples para verbenas, conciertos, mítines, procesiones y demás eventos? ¿O con la madre que cada día, al salir de casa con su bebé, debe sortear a varias hordas de energúmenos embutidos en un ridículo disfraz de pene?
Para un sufrido vecino de nuestros centros históricos, la definición del silencio es menos ruido.
Mural de El Niño en el Realejo (Granada) 
No, esto no puede estar pasando.
Y, sin embargo, ¡cómo llueve!
Pero hay más preguntas: ¿Cuántas terrazas más hay que instalar en la Plaza de Bib-rambla de Granada para hacer de ella, no ya un lugar inhabitable para sus residentes, sino intransitable e inhóspito para cualquiera que guste pasear por un entorno histórico hermoso donde pararse a contemplar, a conversar, a ver jugar a los niños, a oír su fuente u oler sus tilos en primavera o tan solo a leer? Es un claro ejemplo de okupación de un espacio que, por esencia, es y debe ser público. 
¿Cuántos días de aire irrespirable han de soportar los ciudadanos de una urbe turística para que su Ayuntamiento ponga coto a los hoteles, bares y apartamentos turísticos que atraen una ruidosa legión de visitantes, que, ávidos de consumo, llegan en aviones, autobuses y demás vehículos contaminantes?
¿Cuántas familias y ancianos tienen que verse obligados a abandonar sus hogares en los barrios históricos para que cese esta nueva invasión bárbara?
Pero sigamos con más preguntas, con permiso del Niño.
¿Quién es más patriota, quien denuncia esta realidad demencial o quien aprovecha para hacer su agosto en ganancias (ya sea en dinero o en votos) sin importarle el quebranto de un modus vivendi y un entorno que es precisamente lo que ha atraído a ese turismo desconsiderado?; ¿quien defiende esos valores no monetizables o quien se entrega a esa realidad líquida del dinero que solo atiende a la inmediatez del propio beneficio?

A pesar de la enorme diferencia de población, Granada es ya la tercera ciudad más contaminada de España, por detrás de Madrid y Barcelona. Y, respecto al litoral -el otro gran destino-, España contó este pasado verano con 48 playas con bandera negra a causa de los desechos que origina el turismo masivo. El paraje natural de Maro-Cerro Gordo de Nerja recibió tan siniestra insignia por una acumulación de cremas solares tal que resulta peligrosa para la salud humana y para la biodiversidad de sus fondos marinos.
Pero, cuando hablamos de contaminación no nos referimos solo a corrupción de aguas o a polución atmosférica, sino también acústica, espacial, visual y hasta anímica: calles de hermosos nombres, como Silencio, Soledad o Estudio, convertidas en decorados con figurantes y tramoya. Hablamos de un espacio urbano sucio, masificado, hostil, monetizado hasta la extenuación, transformado en un gran mercado, sometido al infierno de lo igual e irreconocible para sus habitantes. Y esto vale para las ciudades ya mentadas como para Córdoba, Toledo, Valencia, Pamplona, Palma, Sevilla y tantas otras.
Obviamente, el turismo genera puestos de trabajo y riqueza, pero hay que reflexionar y decidir qué modelo de ciudad queremos. Y ahí la participación de todas es crucial. Las sucesivas crisis nos han mostrado con claridad lo vulnerable que es una economía que dependa tanto del turismo como la nuestra, que no es capaz de diversificar las fuentes de generación de trabajo y de riqueza, no solo de tipo material o tangible, sino también intelectual, moral y cultural.
Mural de El Niño en el Realejo (Granada) 
Ahora al turismo lo llaman 'industria' para envolverlo en ese halo de progreso con el que solemos adornar a los laboriosos germanos. Quien pone nombre a las cosas, manda. Y así pretenden obnubilar a quienes han padecido el paro y la precariedad laboral durante decenios. Pero no, no es industria. Y menos aún este turismo de selfi, consumo compulsivo y parque temático. A mí me enseñaron que el turismo estaba en el sector terciario, el de los servicios. ("Aprender más para servir mejor", es el lema de una escuela concertada granadina, dicho sea esto de paso.)
Y es que tenemos otro grave problema demográfico junto al de la España rural: se vacían los cascos históricos para llenarlos de juerga y polución de todo tipo.
El objetivo, tal vez compartido tanto por las autoridades de aquí como las de Bruselas, es hacer de España la gran terraza de Europa. Un lugar de diversión y despedidas de soltero para jóvenes, y de salud y karaoke para los mayores de la rica Europa del norte. En el sur, todos camareros, guías, kellys o bien hosteleros. Los del norte que piensen y produzcan, que luego nosotros les daremos diversión en nuestras exhaustas ciudades y playas.
Pero solo un turismo regulado, así como el fomento de otros modelos turísticos más responsables, serán compatibles con entornos urbanos habitables y con un medio ambiente limpio y protegido. Y estos son valores esenciales para una vida digna y sostenible en el tiempo.
Urge una racionalización del masivo flujo turístico, tanto a nivel municipal como autonómico, nacional y europeo. Se trata, sobre todo, de educar, pero también de establecer normas que, por otra parte, ya se han aplicado en diversos países. Como, por ejemplo, poner límites al número de plazas hoteleras en función de la población; o aplicar un impuesto al viajero para que contribuya al mantenimiento del lugar que visita y a los servicios que recibe; o limitar por zonas el número de establecimientos de ocio y hostelería y terrazas, además de establecer horarios y umbrales de sonido que sean respetuosos con el bienestar del vecino, sin que este tenga que recurrir a instancias judiciales para ver reconocidas cosas tan elementales como su derecho al descanso.
La sostenibilidad, nuestra salud, el futuro de nuestros jóvenes, de nuestro campo y de nuestras ciudades se juegan en buena medida en este turbio negocio del turismo.
Pues eso, que sí, que está lloviendo, y no precisamente agua.

miércoles, 1 de enero de 2025

Andújar

Buen día de Año Nuevo a todos. Mañana de concierto desde Viena que mi padre disfrutaba cada año sentado al brasero del comedor, iluminado por el gran ventanal del patio, prodigio de macetas y oscuras orzas preñadas de aceitunas, mientras mi madre trajinaba alegre, como siempre, en la cocina. 

Torre del Reloj. Plaza de Santa María (Andújar) 

Comparto con vosotros este hermoso texto de Alfredo Ybarra (autor de "Esta vigilia de silencio", 1987), sembrado de recuerdos que, seguramente, reconoceréis. 


"Elegía de fin de año"

Alfredo Ybarra

ZAGUÁN (Ideal) Domingo, 29 de diciembre de 2024

Desde el pasado día 21 nos encontramos ciertamente en el invierno astronómico, que se basa en el movimiento de la Tierra. Ya saben, lo de que ese día comienza el solsticio de invierno, con tanta ascendencia en nuestros simbolismos y ritos. De hecho a lo largo de estos días celebramos las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Es un tiempo de búsqueda de la luz, de espiritualidad, de relatos míticos, de creencias ancladas en lo profundo de nuestra historia y de nuestra alma. Y es así que al punto me detengo en el difuminado altozano del verdadero acontecer, tan agraviado, de esta ciudad que adoro y que tengo enredada en el alma para siempre.

No puedo hoy sino fijar la mirada en sus jardines escondidos, en sus fuentes sordas, en sus torres victoriosas y ahora ajadas, en sus fantasmales palacios y señoríos, en sus homéricos relatos, en el eco de sus célebres alfarerías; en sus afanes reivindicativos, liberales, ilustrados y bizarros. ¡Cómo siento la láurea corona de la verdadera grandeza iliturgitana! Me lo cuentan los olivos cargados de esperanzas y ayes, con su celeste copla, tan tergiversados, con su tesoro medular a cuestas, con su temblor de huesos, vuelto hacia la boca de la tierra. En estos días el olivar es un corazón que se derrama, que se hace nuestra patria. Me lo cuenta la sierra, siempre tan cerca, siempre tan alejada de los anhelos andujareños. Sierra de espesuras poliédricas donde el Jándula se hace oración y trino y astrolabio de una frondosa catedral de encinas, pinares y breñas: veletas de altas citas celestes que cantan con el duende de los sonidos negros. La sierra se hace un sagrado cáliz, metáfora que cabrillea sobre mi pecho estremecido. Me lo cuenta el Guadalquivir, alta torre lorquiana, en sus orillas aterido, sin el candor de un abrazo, alentado y fértil, con la Andújar de mirada anchurosa. Betis, con sus manos de plateado exvoto, césar desangrado en su púrpura, generoso, que eleva el sueño navideño con su insondable canción de tañido limpio, con su latido solitario, con el magma que lleva en su caudal, soñándose océano. Me lo dicen las calles de Andújar, sus esquinas y altozanos, que huelen a tradición, a alhucema, a resol, a perrunas, alfajores y roscos de vino y a recuerdos, y a melancolía y a olvido, mientras el aire se queda detenido sobre la Torre del Reloj como un lamento.

Lejos y muy cerca escucho los villancicos de siempre interpretados por voces que se hacen al mismo tiempo escarcha y maná. Miro y me encuentro con aquel puesto de zambombas y panderetas en la Plaza Vieja, o delante de la Plaza de Abastos, o en el 'Peso de la Harina' y aquellos juguetes de la tienda de Suárez, o del supermercado de la Perla, o de los distintos bazares, que avivaban la fantasía infantil y dirigían nuestro balbuciente pulso en la redacción de la carta a los Reyes Magos.


Sí, es fin de año y hoy quiero escribirle a esta Andújar que hace mucho tiempo que me poseyó con su belleza cautiva, con su melodía de versos hechos cal y sacra piedra, con su mirada plenilunea, con ese aroma a vainilla del heliotropo que por dentro la cerca y alza; con su alma, seductora, sensual y patricia. Quiero reflejar ese encuentro apasionado entre una ciudad y una mirada convertida luego en memoria que se resuelve en palabras, casi siempre, de proclamación y de elegía, que quieren a la vez atrapar ese lugar en la fuga del tiempo y volverlo imaginario, salvarlo, inventarlo desde su naturaleza real, hacerlo inmortal.

Dice Antonio Gamoneda que: hoy es domingo y, «me parece que la mañana no está únicamente sobre la tierra, sino que ha entrado suavemente en mi vida».

Sirvan estas deslavazadas palabras para desearles un venturoso, enderezado y saludable, año nuevo.

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