domingo, 17 de agosto de 2025

Andújar, tierra de tradición jabonera

Estado actual de la fábrica de jabón
Joaquín Llaguno de la Haza
en el Paseo de las Vistillas
Una vieja leyenda vincula el origen del jabón con el Monte Sapo, junto al Tíber, lugar donde los primitivos romanos realizaban sacrificios a los dioses. La mezcla de grasa animal con las cenizas de las incineraciones y la lluvia, daba como resultado una pasta similar al jabón, dado que, al disolverse en agua, la ceniza produce hidróxido de sodio, o sea, sosa cáustica. "Jabón" procede, así, del latín "saponem", acusativo de "sapo", sustancia untuosa. 
Suelo usar para mi higiene personal un buen jabón artesanal hecho a base de aceite de oliva y sosa. Es menos agresivo y contaminante que los geles y jabones de la cosmética moderna confeccionados con sulfatos, conservantes, parabenos químicos y fragancias sintéticas. El caso es que hace unos días leí un artículo de prensa histórica fechado en Madrid a principios del siglo pasado, que elogiaba la calidad del jabón que se hacía en Andújar, cuyas fábricas estuvieron activas desde el siglo XIX hasta los años setenta del XX. 

En mi opinión, sería interesante recuperar esta industria tan vinculada a nuestra olivarera tierra. Históricamente, junto al aceite, la actividad comercial e industrial iliturgitana se completaba con la cerámica —de tradición milenaria desde la sigillata romana, y aún viva, aunque con bastante menos pujanza que hace unas décadas—, y con los productos de la apicultura: nuestros cirios de pura cera de abejas alcanzaron renombre internacional —La cerería Corazón de Jesús, en la calle Ramón y Cajal, fue proveedora oficial del Vaticano a partir de 1905—, y la miel y el polen de nuestras colmenas siguen exportándose hoy. Tal vez el Ayuntamiento o la Diputación provincial podrían convocar algún tipo de cursos de formación profesional, escuelas-taller o fórmula similar para recuperar la producción jabonera a partir del aceite de oliva. 



Francisco Ramírez Díaz (Andújar, ca. 1880), mi abuelo paterno, formó parte de esta tradición artesana. Fue maestro jabonero y, como tal, trabajó en la fábrica de Joaquín Llaguno de la Haza, al final del Paseo de las Vistillas, donde da comienzo la Cuesta de Castejón. Aún se conserva el viejo edificio industrial que la albergó. En 1904, viajó a Palencia con el encargo de formar allí a quienes debían trabajar en una nueva fábrica que se acababa de inaugurar. Por este motivo, mi padre nació en esa tierra en 1905 y fue bautizado con el nombre de Antolín, patrón de la vetusta ciudad castellana, en su catedral homónima. Ya de regreso a Andújar, mi abuelo y su familia ocuparon la vivienda aneja a la fábrica de las Vistillas durante algunos años. En ella creció mi padre y sus hermanas. Él me contaba sus recuerdos de esa casa. Un día, mientras jugaba descalzo en el patio de la fábrica, un carro vino a descargar sosa cáustica, producto utilizado en la elaboración del jabón. Algún pequeño trozo cayó al suelo y quedó adherido a la planta de su pie sin que él lo advirtiera. Cuando llegó la hora de acudir a la sesión vespertina del cole, se calzó a toda prisa... El sudor fue humedeciendo la sosa, provocando la consiguiente reacción química que él notó como una dolorosa e inexplicable quemazón; pero la timidez le hizo aguantar hasta la salida del colegio para quitarse el zapato y descubrir la profunda herida que había causado el ácido. 

Las ventanas de esa casa, más de cien años después, siguen mirando hacia el bosque en galería de fresnos y álamos que jalonan el cauce de un Guadalquivir, caudaloso y sereno, señor de la fértil vega que abraza la ciudad. En el alféizar de una de esas ventanas, mi padre y sus hermanos dejaban cada enero sus zapatos para recibir sus regalos de Reyes, pues en ese lugar de severos afanes de adultos, también moraban sueños de niños. Y un recuerdo triste: mi abuelo, al que, por meras razones de cronología biológica, no pude conocer, sufrió las presiones del caciquismo del voto, propio de la Restauración borbónica y muy frecuente tras el Desastre del 98. Según mi padre, él resistió con dignidad. También fue víctima de un accidente laboral cuando una caldera estalló y le abrasó los ojos. El maestro jabonero, además de realizar las mezclas en proporciones pertinentes, vigilaba la presión de las calderas y valoraba en cada momento si el color y la textura de la masa resultante eran las adecuadas. 

Como consecuencia, quedó ciego y esta desgracia le quebró el ánimo. También le provocó problemas nerviosos con desvanecimientos frecuentes, uno de los cuales le sorprendió en plena calle, teniendo que soportar algún comentario malintencionado sobre su supuesta embriaguez. Fue un hombre emprendedor, que sacó adelante a sus seis hijos —el más pequeño de ellos, Rafael, adoptado— y seis sobrinos carnales. Varios de ellos recibieron formación musical, algo infrecuente en esos años. Mi padre —que abrió su primera sastrería en 1927 en la calle Santa Engracia de Madrid y un segundo negocio, la "Sastrería Antolín", en 1933 en la Plaza Vieja de Andújar (1)—, cursó solfeo y violín —entonces el estudio del lenguaje musical se hacía en cuatro cursos previos al aprendizaje del instrumento—; mi tía Josefina, piano. —Ella, pintora y escultora, expuso en varias ediciones del Salón de Otoño de Madrid en el Círculo de Bellas Artes de la calle de Alcalá—. Mi tío Rafael, fraile capuchino, fue organista en el monasterio de Guadalupe (2); y mi tía Clara, franciscana, profesora de piano en la convento de Llanes (Oviedo), donde pasó buena parte de su vida y donde murió. 

Entre las muchas fábricas que funcionaron en Andújar estaban la de San Antonio, la de Pablo Jiménez y Cñía. —que elaboraba los Jabones de tocador Ancora y Castilla—, la de A. Rodríguez y Cñía., José de la Torre Rubio, la de Miguel Gavilán y Cñía., Gregorio Ortega de la Haza, Ángel de la Haza y Cñía., La Purificación Jabonera de Francisco Garrido, Bernardo Estepa Gómez, José Sáenz de Tejada, José Llaguno Garma, Sucesor de Alejo Gallego, Jabones Victoria de Luis Benayas Fernández, José Plaza López, Francisco de la Torre Estepa, Ángel Bellido Robles, José A. Buitrago Montes, Vicente Lillo Pérez, o la de Juan Martínez y Martínez. 

La jabonera de Sáenz de Tejada, anunciaba en su publicidad que desde 1872 producía el mejor jabón: «elaborado exclusivamente con aceite puro de oliva, produce un lavado excelente e inmejorable, además de ser el que menos destruye las ropas y de estar considerado como un gran desinfectante de ellas». Su producción anual superaba las mil toneladas.

También se asentaron empresas foráneas como Bilore y Lizariturri, procedentes del País Vasco. Los jabones de Bilore alcanzaron una gran popularidad en los años setenta, con potentes campañas publicitarias en la monolítica y omnipotente televisión de la época. 

En la fábrica de Lizariturri y Rezola, se producía el conocido jabón Lagarto, también muy popular, y las barras de jabón de afeitar Flores de Gurys. Estaba en Santa Úrsula, en el espacio que hoy ocupa el Parque Comarcal de Bomberos. 

En 1920 aún había diecisiete fábricas de jabón activas en la ciudad con 150 empleados (Garrido González, 2003). 

Pero la aparición de la lavadora, máquina que vendría a aliviar el duro trabajo doméstico en los primeros años setenta, marcó el fin del uso del jabón común y la consiguiente crisis de los escasos negocios jaboneros que aún subsistían. Una de los últimas fábricas en cerrar estaba entre las calles del Pino y Lope de Vega. Eran estas las primeras vías de la ciudad viniendo de la sierra, pues el barrio del Polígono Puerta de Madrid aún no existía. Recuerdo de niño el intenso y penetrante mal olor que percibíamos al pasar junto a ella con el Seiscientos de mi padre de regreso de las Viñas. Y es que la decadencia propia de los postreros estertores nos había devuelto a los orígenes remotos, sustituyendo el aceite de oliva por malolientes grasas animales, supongo que con el disgusto de los últimos maestros jaboneros. 

Notas:

(1)   El joven soñador e impetuoso que entonces era mi padre, se había afiliado a Falange. Al estallar la guerra en julio de 1936, abandonó Madrid para trasladarse a Andújar, donde tenía vivienda y su segundo negocio de sastrería. Buscaba refugio en la familia, pero enseguida fue detenido con la acusación de pertenecer a dicho partido. Su casa y negocio fueron requisados para confeccionar uniformes para los soldados del frente en la cercana provincia de Córdoba. Él pasó por las cárceles de Martos y Jaén, salvando su vida gracias a las gestiones de su hermana Josefina, enfermera en el Hospital Municipal. Cuando finalizó la guerra, mi padre fue concejal de la primera corporación municipal, constituida el 19 de abril de 1939 con Tomás Escribano Soriano como alcalde (Córdoba Ortega, 1977, pág. 313). Enseguida evolucionó hacia actitudes moderadas, negándose a testificar contra los republicanos detenidos bajo la acusación de pertenecer a sindicatos o partidos de izquierda. Tal fue el caso de Santiago de Córdoba, afiliado a la UGT, por quien mi padre intercedió, salvándole de los trabajos forzados a los que había sido condenado en la reconstrucción del Santuario de la Virgen de la Cabeza (Córdoba Ortega, 1977, pág. 577). A ese Antolín moderado, respetuoso, exponente de una derecha liberal e ilustrada, que congeniaba con las propuestas de Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado, fue al que yo conocí como padre casi tres décadas después. 

(2)   Durante sus años de vida en este monasterio, fray Victorino conoció y tutorizó al notable pianista Esteban Sánchez, quien, con dieciséis años ganó el Premio “Eduardo Aunós” que concedía el Círculo de Bellas Artes de Madrid (Carlos Cordero, 2011, págs. 246 y sigs.)

Bibliografía:

-Cordero, Carlos: “Esteban Sánchez en el recuerdo con Guadalupe al fondo”. Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. T. XIX (2011). Págs. 233-249.

-Córdoba Ortega, Santiago de: Historia y memoria de Andújar (1931-1977). Andújar (Jaén): Alcance Editorial, 1977.

-Garrido González, Luis, y Chamorro Cantudo, Miguel Ángel: "Reflexiones sobre el cambio productivo de la economía jiennense en el siglo XX al hilo de la Historia industrial y mercantil de Andújar de Antonio Herrero Cortés (1978)", Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, número 185 (2003), págs. 183-228.

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