Diciembre de 2015: elecciones regionales en Francia. Le Pen sitúa a la ultraderecha como el partido más votado
Como sabían muy bien los padres de la democracia ateniense (que, por cierto, era poco democrática), hace más de dos mil cuatrocientos años, la democracia es un sistema frágil. Hoy sabemos que constituye una conquista social bajo la perpetua amenaza de la demagogia (de "demos", pueblo; y "ago", dirigir). Demagogia, el gobierno de los embaucadores, encantadores de serpientes bien parecidos que azuzan el miedo y distorsionan la realidad a través de las anamorfosis que resultan de la propaganda y la desinformación. Así lo advirtió el viejo Aristóteles y así acabó el demócrata Pericles.
Frente al paro, la pobreza, los movimientos migratorios, el terrorismo y la guerra no se levanta un discurso racional, con argumentos y matices; se impone el pensamiento único, el que conviene a los que mandan: prietas las filas, el que no está conmigo, está contra mí.
Ahora asistimos al proceso de destrucción de las clases medias, el firme baluarte de la democracia. La demagogia campa a sus anchas en España y el resto de Europa. El siguiente descansillo en la escalera que nos conduce al sótano de la degeneración sistémica es la tiranía.
Ya lo vivimos, pero lo hemos olvidado: Alemania, 1932. Después de la Gran Depresión económica de 1929, Hitler, que se había presentado a los comicios con un discurso de apoyo a la clase obrera y de defensa de la unidad y la grandeza alemanas, consiguió trece millones de votos.
Diciembre de 2015: pobreza, atentados terroristas, llegada de refugiados a las puertas de Europa. La tiranía asoma ya su patita bajo la puerta de la vecina Francia, una de las cunas de la democracia moderna.