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jueves, 19 de mayo de 2022

Madre


 Te gusta mirarme en silencio, madre, mientras escribo, corrigiendo trabajos de mis alumnos o emborronando alguna cuartilla con mis ocurrencias. Con tus ojos cansados que ya no leen, pero siguen brillando ante la risa de un chiquillo o el rojo intenso de un geranio. Conservas esa inveterada admiración de la belleza -actitud filosófica por antonomasia-,  que, con un 'mira, hijo', tanto te complacía compartir. 

A veces, de niño, mientras observaba de cerca a mi maestro-pintor manejar blancos lienzos y pinceles, libros y papeles, se obraba un pequeño prodigio. Era un momento mágico y fugaz en el aula luminosa, escuela y taller a un tiempo, que olía a óleo, a goma de borrar, a tiza, a cuaderno, a libro, a colonia barata. Por un instante, se me erizaba el vello y quedaban mis sentidos en suspenso. Ni respirar quería por no romper el hechizo. 

Así, mamá, ahora, te embelesas tú ante el espectáculo de la caligrafía con mirada serena y sonrisa en los ojos. Aunque tu memoria y tu palabra te han ido abandonando, el portento de la mano danzando sobre el papel mientras dibuja signos que ya no entiendes, fija todavía tu maternal atención. 

'Me gusta verte escribir', me decías entonces, sin saber porqué. Tú, que naciste en el año treinta y creciste sin letras, como tantas mujeres entonces; tú, que, ya anciana, habías vuelto a los lápices y a la escuela empujada por tu natural curiosidad, contemplas agradecida el milagro de la escritura en la mano de tu hijo, la belleza de la civilización concentrada en un gesto.

Miscelánea poética

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