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sábado, 19 de abril de 2025

Otra Semana Santa

Una pocesión en Córdoba ©Eldiario.es

       Una semana santa más con la ciudad convertida en un escenario permanente para que hermandades y cofradías exhiban sus dorados y abigarrados tronos portando imágenes de seres sufrientes, torturados, muertos. Encapuchados y mujeres de mantilla acompañan con sus cirios el fúnebre cortejo. Traicionando la necesaria neutralidad ideológica que la Constitución establece y un elemental respeto a la diversidad exige, las autoridades civiles y militares se aprestan a ocupar un lugar destacado en estas vistosas y teatrales comitivas, luciendo también ellos sus galas para ganarse la simpatía de los muchos espectadores, foráneos y lugareños, que observan boquiabiertos desde las aceras. 
        Calles intransitables, calzadas pringadas de cera, orina y vómitos de quienes, tras el edificante espectáculo de masas, acuden sin sonrojo a olvidar su luto embriagándose en los muchos templos de Baco, que conjugan en estos días penitencia y carnaval. Al encender la televisión, más procesiones, oficios religiosos, películas y documentales ensalzando la figura del Cristo, un profeta que proclamó que no hay fronteras porque todos somos hijos de un mismo padre, que hay que compadecerse del hermano pobre y del que viene de lejos, que no hay que adorar imágenes porque a dios se le reza en espíritu y verdad, que hay que buscar la justicia y no la codicia porque no se puede servir a dos señores, que debemos envainar nuestras espadas y poner la otra mejilla, y que un rico no puede entrar en el cielo, porque este está reservado para los débiles, los enfermos, los perseguidos, los empobrecidos, los pacíficos. 

       Pero, tanscurridos estos siete días, todos vuelven a sus quehaceres sumidos en una profunda amnesia. Y, así, el rico torna a adorar el dinero; las autoridades religiosas, a sus brazos en cruz, a sus hábitos dorados y a sus palabras vacías; el político, a sus demagogias, a sus fuertes y fronteras, a sus guerras. Y la mayoría a sus trabajos y sus días, asistiendo boquiabiertos, inanes, a los indecentes fastos de los poderosos. 

www.filosofiaylaicismo.blogspot.com

6 comentarios:

  1. Después de leer tu artículo no puedo más que recordar la letra de la extraordinaria canción de nuestro gran cantautor - tan querido por ambos- Joan Manuel Serrat, Fiesta. Toda ella podría referirse al espectáculo/jolgorio de la santa semana que nos ocupa.
    "Gloria a Dios en las alturas
    Recogieron las basuras
    De mi calle...
    Hoy el noble y el villano
    El prohombre y el gusano
    Bailan y se dan la mano
    Sin importarles la facha...etc.
    Gracias Ángel por tu artículo, yo, como sabes, he podido huir bien lejos este año para no oler siquiera el incienso que es, quizás, lo que se salva de todo este montaje.

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    1. Sí, la canción de Joan Manuel expresa bien el lado carnavalesco de estas fiestas de primavera. Gracias, Alfonso, por tu comentario.

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  2. Iba a recurrir a los clásicos para decirte "nihil novum sub sole", pero, aunque me he alejado del mogollón turístico-confesional, me parece que cada vez es más intenso y abusivo. Pasión y gloria a todas horas. Y ahora, además, tres días de luto oficial, que, por otra parte, serán de júbilo para los sectores más recalcitrantes del catolicismo rancio.

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  3. En efecto, aunque parezca difícil, la cosa va a más. Más impostura, más clericalismo, más turismo, más ruido, más repetición de lo mismo hasta la náusea. Gracias por tu comentario

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  4. Lo más inquietante de todo esto no es solo el boato o la hipocresía de las élites que desfilan entre incienso y galas militares, sino la manipulación emocional de quienes participan sin ser conscientes de que están respaldando un sistema que va contra ellos mismos. Las cofradías, presentadas como tradición y devoción, se han convertido en herramientas de legitimación de un poder religioso y político profundamente conservador, que explota la fe popular para perpetuar desigualdades. Muchos de los que cargan los tronos o aplauden desde las aceras lo hacen desde la buena voluntad o la costumbre, sin saber que están dando oxígeno simbólico a los mismos que recortan sus derechos, excluyen a los migrantes, privatizan lo público y protegen los privilegios de una minoría. Ese es el verdadero drama: cuando la cultura popular se convierte en escenografía del poder, y los de abajo son convencidos de que sirven a Dios, cuando en realidad sirven —sin saberlo— a quienes siempre han estado arriba.

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  5. Comparto tu diagnóstico. Gracias por tu comentario

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