"Como un ovillo, cuando se nos ha enredado, cogiéndolo así, metiendo nuestros husos, uno por aquí, otro por allí, igual desenredaremos esta guerra, si nos dejan, separando los cabos con embajadas, uno por aquí, otro por allí" (ARISTÓFANES, Lisístrata)
En su comedia, Aristófanes hace una crítica de la guerra como resultado de una sociedad regida por valores varoniles. Lisístrata es la heroína que levanta a las mujeres atenienses contra la tiranía de los hombres y su perpetuo guerrear; y lo consigue mediante una peculiar resistencia no violenta.
Cuando aún golpean con fuerza los efectos de la pandemia y de las múltiples crisis, un viejo espía de la KGB aprovecha para desatar la tempestad de una guerra con resonancias apocalípticas, dado el poderío militar acumulado por Rusia y las demás potencias nucleares.
La violencia conduce al sufrimiento y al miedo, y este es mal consejero, pues nos enferma y paraliza, y, en el peor de los casos, anula nuestra racionalidad y nos hace agresivos.
La guerra de Ucrania - y los múltiples conflictos que siguen arruinando templos, moradas y talleres, y exterminando niños en Siria, Yemen, el Sáhara o Palestina-, están empujando al mundo a un rearme inquietante, incluso en países que, como Alemania, marcados por la furia bárbara y asesina de la Segunda Guerra Mundial, se habían resistido a hacerlo durante las últimas décadas. Los halcones de la guerra se reparten el botín y consiguen así que se detraigan recursos de partidas sociales para dedicarlas a armar a los ejércitos.
Problemas como la redistribución de la riqueza, la necesidad de energías limpias o las consecuencias de nuestros suicidas hábitos alimentarios y consumistas, quedan una vez más pospuestos por la urgencia de los acontecimientos.
Pero un mundo más armado será un lugar más violento, y más contaminado y más desigual.
No podemos despreciar las enseñanzas de la historia ni los logros de los grandes pacifistas. Ojo por ojo y el mundo quedará ciego, nos repiten Cristo, Gandhi, Martin Luther King y otras voces que claman en los desiertos. Más escuelas y hospitales es igual a menos cárceles y menos guerras, enseñaba Pitágoras hace más de dos mil quinientos años.
Pero el ser humano, de memoria tan frágil como selectiva, parece condenado a repetir sus errores otra vez.
Cuando ya no disponemos de tiempo para evitar la catástrofe medioambiental, se postergan también los objetivos de la sostenibilidad, apelando, por ejemplo, a la autosuficiencia estratégica que proporciona la energía nuclear. Es el caso de Francia.
¿Pero adónde irán las nuevas armas que se inventen y construyan sino a incrementar su tráfico ilegal, a desplazar los argumentos de la razón en favor de las coartadas de la fuerza, o a acrecentar el poder de represión sobre los más débiles que ya ejercen los oscuros poderes fácticos en todos los rincones del mundo?
Más armas equivale a más sátrapas y más fuertes, pues poseerán más poder de disuasión frente a quienes quieran enfrentarse a ellos con las herramientas de la razón, que son la justicia y el diálogo en paz entre iguales. Más armas es más inseguridad, más desigualdad, más contaminación y más miedo.
La ecuación de la seguridad y la paz pasa inexcusablemente por la justicia, el respeto a la naturaleza, la educación libre, gratuita e integradora que contrarreste a esta sociedad competitiva, contaminante, consumista, desigual y violenta; y nos permita construir desde abajo un mundo nuevo asentado sobre los firmes cimientos del respeto a los derechos humanos ahora y para todos, y el cuidado de la naturaleza.
Menos es más. Menos ejércitos y menos armas para un mundo mejor. Una vez más hay que recordar esta perogrullada.
Qué razón tenían y tienes amigo mío, la violencia engendra violencia y este mundo necesita otra cosa, busquemos el entendimiento y la concordia.
ResponderEliminarGracias por tu conentario
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