Albert Camus, tan francés como argelino, escribe, con la brillantez,
profundidad y lucidez intelectual que le son
propias, sobre la guerra franco-argelina, sobre el conflicto entre dos culturas
condenadas a convivir, sobre el terrorismo árabe y la represión francesa. Se
trata de una carta que escribe a Kessous, un periodista y socialista árabe
argelino que defiende la independencia de su país, pero lo hace por vías
pacíficas. Camus subraya lo mucho que les une por encima de las evidentes
diferencias, y aboga por el diálogo, la comprensión respetuosa de las razones
del adversario, la justicia y la libertad como instrumentos indispensables para
edificar una convivencia pacífica y fructífera. El contenido del escrito es de
máxima actualidad, aunque hoy los golpes terroristas se ejecutan también en
suelo francés y europeo. Pero las raíces del actual conflicto y sus
características son casi hermanas a las de los años cincuenta del pasado
siglo.
Exposición sobre A. Camus en Cité du Livre (Aix-en-Provence) Imagen: autor del blog |
“Mi
querido Kessous, he encontrado sus cartas a mi vuelta de vacaciones y temo que
mi aprobación llegue demasiado tarde. Sin embargo, tengo necesidad de
transmitírosla. Me creerá fácilmente si le digo que padezco de Argelia, en este
momento, como otros padecen de los pulmones. Y, después del 20 de agosto
(graves y sangrientos disturbios al norte de Argelia), estoy al borde de la desesperación.
Suponer
que los franceses de Argelia pueden olvidar hoy las masacres de Philippeville
(hoy, Skikda, ciudad del noroeste argelino) y de otros lugares, es no conocer
el corazón humano. Suponer, inversamente, que la represión una vez
desencadenada, puede suscitar en las masas árabes confianza y estima hacia Francia, es otra
forma de locura. Henos aquí, pues, empujados los unos contra los otros,
abocados a hacernos el mayor daño posible, inexorablemente. Esta idea me
resulta insoportable y envenena cada uno de mis días.
Y,
sin embargo, usted y yo, que nos parecemos tanto, también culturalmente, y
compartimos la misma esperanza, fraternales desde hace tanto tiempo, unidos en
el amor que sentimos por nuestra tierra, sabemos que no somos enemigos y que
podríamos vivir felizmente juntos, sobre esta tierra que es la nuestra. Pues es
la nuestra y no puedo ya imaginarla sin usted y sus hermanos; y usted, sin
duda, no puede separarla de mí y de los que se me asemejan.
Usted
lo ha dicho muy bien, mejor que yo lo hubiera podido decir: estamos condenados
a vivir juntos. Los franceses de Argelia, en cuyo nombre le agradezco haber
recordado que ellos no son todos propietarios sedientos de sangre, están en
Argelia desde hace más de un siglo y son más de un millón. Esto basta para
diferenciar el problema argelino de los problemas planteados en Túnez y en
Marruecos, donde la presencia francesa es relativamente débil y reciente. El
“hecho francés” no puede ser eliminado en Argelia y el sueño de una
desaparición súbita de Francia es pueril. Pero, inversamente, tampoco hay
razones para que nueve millones de árabes vivan en su tierra como seres
olvidados: el sueño de una masa árabe anulada para siempre, silenciosa y
servil, es también delirante. Los franceses están atados a la tierra
argelina por raíces demasiado antiguas y demasiado vivas para que pueda
pensarse en arrancarlas sin más. Pero esto no les da el derecho, creo yo, de cortar las
raíces de la cultura y de la vida árabes. He defendido toda mi vida (y usted lo
sabe, esto me ha costado ser expulsado de mi país) la idea de que se precisan
vastas y profundas reformas en nuestro país. No lo han aceptado, han continuado
el sueño del poder que se cree siempre eterno y olvida que la historia avanza, y estas reformas, se necesitan más que nunca. Las que usted señala
representan en todo caso un primer esfuerzo, indispensable, para iniciar sin
más tardanza, con la sola condición de que no se haga inviable ahogándolo, de
entrada, en la sangre francesa o en la sangre árabe.
Pero
decir esto hoy, lo sé por experiencia, es situarse en tierra de nadie entre dos
ejércitos, y proclamar en medio de las balas que la guerra es un engaño y que
la sangre, si en ocasiones hace avanzar la historia, la hace avanzar hacia más
barbarie y más miseria aún. Quien, con todo su corazón y toda su alma, ose
gritar esto, ¿qué puede esperar escuchar en respuesta, sino las risas y el
fracaso multiplicado de las armas? Y, sin embargo, es necesario gritarlo y
puesto que usted se propone hacerlo, yo no puedo dejarle emprender esta acción
loca y necesaria sin transmitirle mi solidaridad fraternal.
Sí,
lo esencial es mantener, a pesar de las restricciones, el lugar del diálogo aún
posible; lo esencial es recobrar, aunque sea ligera y fugitiva, la calma. Y
para ello, es preciso que cada uno de nosotros reclame el apaciguamiento a los
suyos. Las masacres inexcusables de civiles franceses entrañan otras
destrucciones igual de inútiles, operadas sobre las personas y los bienes del
pueblo árabe. Se dirá que locos, inflamados de furor, conscientes del maridaje
forzado del que no pueden librarse, han decidido convertirlo en un abrazo
mortal. Forzados a vivir juntos, e incapaces de unirse, deciden al menos morir
juntos. Y cada uno, por sus excesos refuerzan las razones, y los excesos, del
otro. La tempestad de muerte que se abate sobre nuestro país no puede sino
crecer hasta la destrucción general. En esta pelea incesante, el incendio gana
terreno, y mañana Argelia será una tierra de ruinas y de muertos que ninguna
fuerza, ninguna potencia del mundo, podrá ya reconstruir.
Es
necesario, pues, detener esta pelea y ese es nuestro deber, árabes y franceses
que rechazamos soltarnos las manos. Nosotros, los franceses, debemos luchar
para impedir que la represión no llegue a ser colectiva y para que la ley
francesa guarde un sentido generoso y claro en nuestro país; para recordar a
los nuestros sus errores y las obligaciones de una gran nación que no puede,
sin deshonrarse, responder a la masacre xenófoba con un desatino similar; para
activar, en fin, la venida de las reformas necesarias y decisivas que
relanzarán la comunidad franco-árabe de Argelia de cara al futuro. Ustedes, árabes,
deben de su lado mostrar sin descanso a los vuestros que el terrorismo, cuando
asesina a población civil, además de hacernos dudar con justicia de la madurez
política de hombres capaces de tales actos, no hace sino reforzar los elementos
anti-árabes, dar valor a sus argumentos, y cerrar la boca a la opinión liberal
francesa que podría encontrar y hacer adoptar la solución de la reconciliación.
Se
me dirá, como se os dirá, que la reconciliación ya está superada, que se trata de
hacer la guerra y de ganarla. Pero usted y yo sabemos que esta guerra no tendrá
vencedores reales y que después como antes de ella, precisaremos todavía, y
siempre, vivir juntos, sobre la misma tierra. Sabemos que nuestros destinos
están ya tan unidos que toda acción de uno afecta a la respuesta del otro, el
crimen engendrando crimen, la locura respondiendo a la demencia; y que,
finalmente, y sobre todo, la abstención de los unos provoca la esterilidad de
los otros. Si vosotros, demócratas árabes, desfallecéis en vuestra tarea de
apaciguamiento, por nuestra parte, nuestra acción como franceses liberales,
estará de antemano abocada al fracaso. Y si nosotros desfallecemos ante nuestro
deber, vuestras pobres palabras serán arrastradas por el viento y las flamas de
una guerra implacable.
He
aquí porqué lo que usted quiere hacer me hace sentirme solidario con usted, mi querido
Kessous. Le deseo, nos deseo, buena suerte. Quiero creer, con todas mis
fuerzas, que la paz se elevará sobre nuestros campos, sobre nuestras montañas, sobre nuestras costas y que entonces, por fin, árabes y franceses, reconciliados en
la libertad y la justicia, harán el esfuerzo de olvidar la sangre que les
separa hoy. Ese día, los que hoy estamos juntos en el exilio del odio y la
desesperación, encontraremos juntos una patria”.
(La traducción es del autor del blog)