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sábado, 19 de marzo de 2011

Fukushima y el aprendiz de brujo

"Al cabo de un rato, el agua cubría el piso y corría escaleras abajo. Llenó las habitaciones e inundó el castillo, pero el balde y la escoba no se detenían… El líquido le llegaba al cuello y los objetos del laboratorio flotaban a su alrededor. ¡Auxilio!, gritó el joven aprendiz."

Cuando el mundo contiene el aliento porque el agua nos llega al cuello, Sarkozy declara que, a partir de ahora, Francia sólo venderá componentes para centrales nucleares a aquellos países capaces de afrontar situaciones de emergencia.

Palabras vacías de quien preside el Estado con más centrales por kilómetro cuadrado de territorio, 58 en total. ¿Quién podía pensar hace unos días que una de las primeras potencias no iba a ser capaz de gestionar una crisis como la de Fukushima, veinticinco años después de Chernóbil (Ucrania)? Ninguna tecnología puede afrontar determinados desastres, como el envite de un océano enfurecido que se desborda. Después de Chernóbil sabíamos que tampoco se puede detener la fuerza titánica de una combustión nuclear y que sus consecuencias son devastadoras e irreparables. Un territorio de decenas de miles de hectáreas, con sus núcleos de población incluidos, convertidos en cementerio nuclear inhabitable ¡para siempre! Y no sucedió lo peor. Una hecatombe nuclear era posible y hubiera supuesto la destrucción de toda forma de vida en muchos kilómetros a la redonda, amén de la contaminación radiactiva de tierras, acuíferos, seres vivos, personas en zonas de amplitud inimaginable.

Tras días intentando enfriar el reactor número 4 con una flota de 80 helicópteros que arrojaban sin descanso primero agua, después arena y, por último, plomo, todo seguía igual. Vassili Nesterenko, experto en energía nuclear y uno de los responsables del programa soviético de misiles intercontinentales, afirmaba que “si el calor del núcleo lograba perforar la protección inferior de cemento, la mezcla de uranio y grafito entraría en contacto con el agua (subterránea) y provocaría una segunda explosión con una fuerza de 3 a 5 megatoneladas. La ciudad bielorrusa de Minsk, con un millón setecientos mil habitantes, situada a 320 kilómetros de Chernóbil, habría desaparecido y Europa habría quedado inhabitable”. Y Mijaíl Gorbachov que entonces capitaneaba una tambaleante perestroika en la Unión Soviética declaraba que “había que enfriar el núcleo, de lo contrario se produciría un enorme desastre nuclear. Es una situación límite.”

El resultado provisional (porque la tragedia continúa) de aquella catástrofe fueron 130.000 refugiados, 500.000 técnicos, soldados, mineros y bomberos (llamados ‘liquidadores’) que colaboraron en las tareas de limpieza y que, en mayor o menor medida, enfermaron por la radiactividad (miles murieron en poco tiempo). Actualmente 8 millones de personas viven en zonas contaminadas de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. En las zonas más afectas, las partículas radiactivas siguen penetrando en la tierra, a razón de un centímetro por año, y acabarán alcanzando acuíferos y, por tanto, ríos.

Los acontecimientos de los últimos días en Fukushima están siendo una copia exacta del viacrucis de Chernóbil, por eso podemos temer que las consecuencias sean proporcionalmente mayores, pues ahora los reactores afectados ¡son seis!

Pero, una vez más, hemos olvidado y cuando el comisario europeo de energía, Günther Oettinger, habla de peligro apocalíptico, todos se rasgan las vestiduras.

No hay central nuclear segura porque en Chernóbil el desencadenante fue un experimento demasiado ambicioso, en Fukushima un terremoto seguido de tsunami; pero la próxima vez puede ser un camión bomba arrojado contra una central o quién sabe qué.

“¡Dependemos tanto de la energía nuclear!”, exclaman quienes buscan a la desesperada defender lo indefendible. No es cierto. La dependencia mundial de la energía atómica es actualmente de entre un 8 y un 11 %, mientras que las energías renovables (incluyendo la hidroeléctrica) aportan entre un 10 y un 14 %. Pero en los mercados emergentes se prevé que la generación eléctrica a partir de centrales nucleares se incremente en un 4’9 % anual en los próximos 20 años. Como se ve, hay poderosos intereses económicos en juego.

Acerca de la energía nuclear, el único debate sensato sería decidir cuántos años vamos a necesitar para ser capaces de desmantelar las 443 centrales nucleares actualmente en funcionamiento en el mundo (y otras muchas en fase de construcción, dos de ellas ¡en Ucrania!) y sustituirlas progresivamente por fuentes de energía más limpias (¿qué pasa con los residuos radiactivos que nadie quiere?) y más seguras.

Este debate tal vez se planteará, pero concluirá sin resultado pues lo que está matándonos es la codicia. Mientras el único criterio de bancos, empresas y gobiernos sea el crecimiento sin límite, necesitaremos energía sin límite. Todo será poco y seguirán bailando con la muerte a costa nuestra y de las generaciones futuras.

Documental sobre Chernóbil en Discovery Chanel